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jueves, 27 de diciembre de 2018

Discurso del Papa Francisco a la Curia romana en las Navidades de 2018 (2) LAS ARMAS DEL CRISTIANO (José Martí)

Como venía diciendo en el post anterior, con relación al discurso del Papa Francisco a la Curia, en la Navidad de este año, es preciso admitir su ortodoxia en casi todo lo que dice, lo que es de agradecer. Se ha ceñido exclusivamente al escrito que tenía entre manos, redactado bien por él mismo o bien ayudado por personas de su confianza, y poniendo sumo cuidado en cada una de las expresiones utilizadas.

En ese mismo post también decía que no debemos dejarnos engañar; y que la regla a tener en cuenta, para evitar ser engañados (regla que nunca falla) nos la dio Jesús mismo, para que aprendiéramos así a discernir entre la verdad y la mentira (por más que ésta se muestre con apariencia de verdad e incluso aun cuando muchas de las cosas que se digan sean realmente verdad ... si no se dice toda la verdad). La regla a seguir es la simple aplicación del sentido común:"Por sus frutos los conoceréis" (Mat 7,20). Si estas palabras fueron pronunciadas por Jesús es porque conoce muy bien a los seres humanos y sabe hasta qué punto son capaces de llegar -hasta negar, incluso, la evidencia- cuando se separan de Dios. 

Comienza el discurso de Francisco con un bello pasaje de la carta del apóstol san Pablo a los romanos: «La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz» (Rm13,12). Y ciertamente es eso lo que tenemos que hacer, como cristianos. En eso consiste nuestra verdadera preparación para recibir dignamente al Señor.

Quisiera dedicar esta entrada y la siguiente a meditar en esas palabras del Apóstol San Pablo, poniendo por escrito el resultado de esta reflexión. En sucesivas entradas, me dedicaré a comentar algunos apartados del discurso en cuestión.


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En realidad, siempre ha sido ésa la actitud de un verdadero cristiano, pero en la situación actual de la Iglesia y del mundo de hoy, estas palabras cobran una actualidad todavía mayor que cuando fueron escritas y predicadas. Es preciso que los cristianos tomen conciencia de la gravedad de los hechos que se están produciendo en el seno de la misma Iglesia. y que su actitud sea la de luchar, en una lucha constante, sin conceder ningún momento al descanso, pues el diablo no duerme. Por eso,"no durmamos como los otros, sino vigilemos y seamos sobrios" (1 Tes 5, 6). Es ésta una obligación que tenemos todos los cristianos. San Pedro, por ejemplo, el primer Papa, decía ya a los cristianos de entonces y nos lo dice igualmente a los de ahora [pues es Palabra de Dios, la cual nunca pasa y siempre es actual]: Sed sobrios y vigilad. Mirad que vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe ...(1 Pet 5, 8-9)

La vida del hombre sobre la tierra es milicia (Job 7, 1), es lucha. Y esto, que es cierto para todo hombre,  lo es aún más para los cristianos. Nuestra lucha debe de tener lugar cada día y en cada momento del día, para no decaer en nuestro afán y poder así levantarnos, si caemos.

Pero, ¿qué tipo de armas necesitamos? ¿Cómo podremos vencer a nuestro gran Enemigo, que es el Diablo? La respuesta es que no hay otras armas de las que pueda hacer uso un cristiano que no sean aquellas de las que hizo uso su Maestro, es decir, "las armas de la Luz" (Rom 13, 12) a las que alude Francisco al comienzo de su discurso de Navidad. San Pablo, poco más adelante, habla de que el cristiano debe "revestirse del Señor Jesucristo" (Rom 14, 14), quedando así más claro todavía aquello a lo que se refiere Pablo cuando habla de "armas de La Luz"

La victoria del cristiano sobre el mundo es segura, pero debe de tener muy claro que con sus solas fuerzas humanas tal victoria no sería nunca posible; pero contamos con la fuerza de Dios que actúa en nosotros cuando estamos en gracia y el Espíritu de Jesús mora, entonces, en nosotros. Nadie puede vencer a Dios. Y nadie puede, por lo tanto, vencernos, si Dios está en nosotros y con nosotros. Éste es el convencimiento, sin sombra alguna de dudas, que debe de tener un cristiano ... y no debe buscar otra salida o solución posible: sería inútil y una pérdida de tiempo. La Palabra De Dios es muy clara y nuestra obligación es la de ser fieles a esa Palabra transmitida a los santos de una vez para siempre (Judas, 3).

Las armas que debe usar el cristiano vienen muy bien explicadas por el Apóstol san Pablo, en su carta a los efesios, capítulo 6, versículos del 10 al 20. Copio algunos de estos versículos, para refrescar la memoria. Dice así el Apóstol a los efesios:

"Revestíos de la armadura de Dios para que podáis resistir las insidias del Diablo" (v. 11); un mandato (obsérvese el verbo en imperativo)  en el que vuelve a insistir un poco más adelante: "Tomad la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y permanecer firmes cuando todo se cumpla" (v. 13). Acto seguido nos recuerda cuáles son esas armas que tenemos que utilizar, las únicas que nos pueden dar la victoria sobre el mundo, en general,  y sobre ese "mundo" que todos llevamos en nuestro interior y del que tanto nos cuesta desprendernos:
"Tened ceñida la cintura con la VERDAD, revestidos con la coraza de la JUSTICIA, y calzados los pies, prontos para anunciar el Evangelio de la PAZ, tomando en todo momento el escudo de la FE, con el cual podáis apagar los dardos encendidos del Maligno. Tomad también el yelmo de la SALVACIÓN y la espada del Espíritu, que es la PALABRA DE DIOS; ORANDO EN TODO TIEMPO, en el Espíritu, con toda clase de oraciones y súplicas; VIGILANDO, además, con toda CONSTANCIA ..." (v. 14-18)
Y todo esto es así porque no es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los Principados y Potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos que están por las regiones aéreas (v. 12).

De ahí que sin esta armadura divina seríamos incapaces de hacer frente a las tentaciones a las que siempre vamos a estar expuestos en esta vida, a consecuencia de la herida que dejó en nuestra naturaleza el pecado original cometido por nuestros primeros padres. Tenemos que estar, por lo tanto, muy alerta para poder resistir y vencer en esa lucha contra nuestras inclinaciones torcidas: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza, egoísmo, olvido de nuestro destino trascendente, desesperación, etc...

Hay también otra tentación, que hoy en día es muy frecuente ... y es la despreocupación por nuestra salvación y el pensar -erróneamente- que estamos ya salvados y que no tenemos necesidad, por lo tanto, de luchar por nuestra salvación: "Dios es misericordioso", nos decimos, pero no tenemos ninguna excusa: entendemos muy mal la Misericordia divina, que siempre va acompañada de la Justicia. Nunca se da la una sin la otra. Es más: en Dios, Justicia y Misericordia son una misma cosa, aunque nos cueste trabajo entenderlo, dado que nos desenvolvemos en el terreno del misterio.

Esta teoría de la salvación universal, que está muy extendida por todo el mundo,  es auténticamente diabólica. Así lo dice san Pablo, en otro lugar, afirmando que nuestra lucha es, en realidad, contra el Diablo, aquel de quien Jesús afirmó de un modo tajante, claro y explícito, que era padre de la mentira y de todos los mentirosos (cfr Jn 8, 44-47). De manera que nuestro Enemigo auténtico es el Diablo ... y sólo podremos vencerlo si usamos las armas de Dios. 

Lo cual supone que haya en nosotros una convicción absoluta acerca de la verdad de todos y cada uno de los hechos descritos en los Evangelios, hechos históricos, ocurridos realmente y que no son fábulas propias de aquella época o cuentos para niños, como algunos (enemigos de Dios) pretenden hacernos creer. De ahí la importancia esencial de la FE en lo sobrenatural. Sin ella estamos perdidos. Y debemos pedirle al Señor, cada día, que nos aumente la Fe.

Tenemos necesidad de hacernos como niños ante Dios, único modo de alcanzar la salvación que Dios ha prometido a los que le aman: Os lo aseguro: si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mt 18, 3).  Estas palabras son Verdad: están en los Evangelios. ¿Cuándo nos fiaremos de las palabras de Jesús, cuándo nos las creeremos de corazón? ¿Acaso pensamos que Él nos puede engañar? Él, que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). "Me amó y se entregó a Sí mismo por mí" (Gal 2, 20), dice San Pablo. ¿Cómo podemos no fiarnos, con todo nuestro ser, de las palabras de Jesús quien, siendo Dios como era, "se anonadó a Sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2, 7-9).

Todo esto lo hizo por puro amor y para enseñarnos a amar de verdad, conforme a su Espíritu: "Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13, 1) pues "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Y él dio su Vida por nosotros. Si no nos fiamos de Aquél que tanto nos ha amado y nos ama, sin ningún merecimiento de nuestra parte, ¿de quién nos vamos a fiar?

Por eso, el verdadero cristiano -en contra de lo que dice el papa Francisco - (véase también aquí) tiene una seguridad absoluta, sin dudas de ningún tipo, en lo que se refiere a la Palabra de Dios, rectamente interpretada por la Tradición y el Magisterio de la lglesia de veinte siglos: una seguridad de tal índole que le lleva incluso a dar la vida antes que renegar de su fe en Jesucristo, a quien ama con todas las fuerzas, con todo su corazón, con toda su alma y con todo su ser. 

Y a quien tiene tal seguridad y tal convencimiento con respecto a la Verdad del Amor de Dios, ¿cómo puede darle igual que los demás no se beneficien de esa gracia y de ese conocimiento de Dios que es el único que les puede conducir a ser realmente felices? Por eso, es falso decir, como dijo Francisco que el proselitismo entre cristianos es, en sí mismo, un pecado grave ... porque contradice la dinámica misma de cómo se llega a ser y se sigue siendo cristiano. Vemos que no es así. Tenemos ya la experiencia de muchos siglos de historia de la Iglesia. Los mártires (y, en general, todos los santos)  fueron personas con una fe absoluta y total en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Se fiaron de Él y arrastraron a esa fe a muchos hombres, respetando su libertad (hicieron proselitismo) y ahora son bienaventurados, porque supieron amar del mismo modo en el que Dios los amó, en Jesucristo. ¿Cómo puede decir el papa Francisco que el proselitismo es una enorme tontería y, además, que es -en sí mismo- un pecado grave. Ciertamente, eso no es Magisterio, pues entonces los santos, a quienes veneramos, no estarían en el cielo, sino en el infierno, por haber llevado almas al Señor.


José Martí (continuará)