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lunes, 9 de noviembre de 2015

Discurso de clausura del Sinodo -1 (Análisis crítico)


Ya hemos podido leer en este blog la Relazione Finale del Sínodo 2015. En particular, es de señalar el extraordinario artículo de Roberto de Mattei en el que realiza un análisis certero de las más que previsibles consecuencias de dicho Sínodo. Dada, pues, la enorme importancia y trascendencia del mismo, me ha parecido conveniente incorporar aquí el Discurso completo de clausura del Santo Padre, tomado de la página web del Vaticano.

Señalo con cursivas o negritas lo que considero más relevante del discurso, incluyendo algunas expresiones que ha utilizado y que son ya -y con toda razón- objeto de controversia. Lo que aparece entre corchetes o con este mismo tipo de letra, es el analisis personal que yo hago. Dada la amplitud del discurso realizaré este análisis en varias entradas, pues aprovecho la ocasión para señalar lo que considero que es la causa principal de todo lo que está ocurriendo, cual es el miedo a la cruz y la falta de confianza en Dios. Éstas, a su vez, no son sino la consecuencia lógica de la pérdida de la fe. Y, como dice el autor de la carta a los hebreos, refiriéndose a Dios: "Sin fe es imposible agradarle, pues es preciso que quien se acerca a Dios crea que existe y que es remunerador de los que le buscan" ( Heb 11, 6). 



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Queridas Beatitudes, Eminencias, Excelencias.
Queridos hermanos y hermanas:

Quisiera ante todo agradecer al Señor que ha guiado nuestro camino sinodal en estos años con el Espíritu Santo, que nunca deja a la Iglesia sin su apoyo.

Agradezco de corazón al Cardenal Lorenzo Baldisseri, Secretario General del Sínodo, a Monseñor Fabio Fabene, Subsecretario, y también al Relator, el Cardenal Peter Erdö, y al Secretario especial, Monseñor Bruno Forte, a los Presidentes delegados, a los escritores, consultores, traductores y a todos los que han trabajado incansablemente y con total dedicación a la Iglesia: gracias de corazón. Y quisiera dar las gracias a la Comisión que ha redactado la Relación: algunos han pasado la noche en blanco.

Agradezco a todos ustedes, queridos Padres Sinodales, delegados fraternos, auditores y auditoras, asesores, párrocos y familias por su participación activa y fructuosa. Doy las gracias igualmente a los que han trabajado de manera anónima y en silencio, contribuyendo generosamente a los trabajos de este Sínodo. Les aseguro mi plegaria para que el Señor los recompense con la abundancia de sus dones de gracia.

Mientras seguía los trabajos del Sínodo, me he preguntado: ¿Qué significará para la Iglesia concluir este Sínodo dedicado a la familia? Ciertamente no significa haber concluido con todos los temas inherentes a la familia, sino que ha tratado de iluminarlos con la luz del Evangelio, de la Tradición y de la historia milenaria de la Iglesia infundiendo en ellos el gozo de la esperanza sin caer en la cómoda repetición de lo que es indiscutible o ya se ha dicho

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Sinceramente, yo tengo mis dudas acerca de que haya sido realmente el Espíritu Santo, es decir, el Espíritu de Cristo, el que haya guiado el camino sinodal al que se refiere el papa Francisco: el ambiente que se ha respirado en el Sínodo no ha estado marcado, en mi opinión, por la luz del Evangelio, de la Tradición y de la Historia milenaria de la Iglesia. Ojalá que así hubiese sido. Digo esto porque las conclusiones a las que se ha llegado en este Sínodo y que vienen reflejadas en la "Relazione finale" (en particular los puntos 84 a 86, aunque no son los únicos puntos problemáticos) no son las que cabría esperar si se hubiese dado esa fidelidad al Evangelio, a la Tradición y a la Historia milenaria de la Iglesia a las que alude el santo Padre. Pero, en fin ...

En cuando a lo de la comodidad que supone el repetir lo que ya está dicho y es indiscutible, me remito a lo que decía el apóstol Pablo a los filipenses: "Escribiros las mismas cosas a mí no me resulta molesto y para vosotros es motivo de seguridad" (Fil 3, 1) ... De aquí se desprende que tal repetición de lo mismo, para el Apóstol, es necesaria ... ¡y no necesariamente cómoda!

La Palabra de Dios no puede ser adulterada de ninguna de las maneras, pues está en juego la salvación de las almas; en esto san Pablo es tajante y no se anda con remilgos. Esto le escribe a su discípulo Timoteo: "Te conjuro en la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, por su venida y por su reino: predica la Palabra, insiste, con ocasión o sin ella, argumenta, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina" (2 Tim 4, 1-2). No importa que haya que estar repitiendo siempre lo mismo, cuando lo que se repite es la Palabra de Dios, pues eso da seguridad a los fieles.

Por otra parte, si -como muy bien dice el santo Padre- el asunto que se está tratando es algo que es indiscutible y que ya se ha dicho (se sobreentiende que se refiere a la Palabra de Dios sobre la indisolubilidad del matrimonio) ... ¿Qué sentido tiene, si es que tiene alguno, votar sobre lo indiscutible, sobre lo que está definido de una vez por todas y para siempre en el Evangelio por el mismo Jesucristo, quien no consideró ninguna excepción a la indisolubilidad del matrimonio ?. Y la respuesta es: ¡Ninguno! ... a menos que haya un intento, más o menos disimulado, de cambiar la Doctrina recibida ... pero eso es algo que nadie -y el Papa menos que nadie- puede hacer, no sin grave riesgo de caer en herejía ... ¡Cuando hablo así me limito a aplicar la pura lógica!

En realidad, la solución a los problemas planteados está ya dada, desde hace casi dos mil años: no hay más que contrastar lo que se ha puesto en tela de juicio en este Sínodo con las palabras de Jesucristo, en este caso las que pronunció referidas al matrimonio. Y, a partir de ahí, que cada cual saque sus propias conclusiones.

Jesús dejó muy claro a los fariseos que fue la dureza de corazón de sus padres la que llevó a Moisés a permitirles escribir el libelo de divorcio a una mujer y despedirla, pero que al principio no fue así (Mc 10, 2-9). Lo realmente curioso, aunque comprensible, es que ni siquiera los discípulos de Jesús acababan de entender la respuesta que su Maestro le dio a los fariseos. Y por eso le preguntaron de nuevo sobre esto. Y volvió a decirles, para que no hubiera ninguna duda en este sentido y supieran a qué atenerse: "Cualquiera que repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, adultera" (Mc 10, 12).

La doctrina es muy clara y no cabe la confusión en la interpretación de estas palabras. ¿Cómo explicar, entonces, que se haya discutido -y se haya votado- acerca de la posibilidad de excepciones a esta regla ... lo cual se ha hecho nada menos que en un Sínodo de Cardenales, presidido por el santo Padre? Cuesta entenderlo, la verdad.

... porque esas palabras, aparentemente tan duras y poco comprensivas, relativas a la indisolubilidad del matrimonio, han sido pronunciadas por el mismo Jesucristo, de quien se dice en las Sagradas Escrituras que es "rico en Misericordia" (Ef 2, 4)

[Nota: aunque esta cita se aplica a Dios Padre, sin embargo, tenemos aquello de: "Yo y el Padre somos Uno" (Jn 10 30). El Hijo es Dios, al igual que lo es el Padre, el mismo y único Dios. Y es de este único Dios de quien se predica la misericordia. De hecho nada sabríamos de Dios Padre si el Hijo no lo hubiese revelado]

De manera que si es cierto que todas las palabras de Jesús son Espíritu y Vida (Jn 6, 63) y no son piedras muertas que se lanzan a la cabeza de nadie, también éstas lo son [las relativas al matrimonio]. Es a la luz de la fe como debemos de entender siempre las palabras del Señor: de lo contrario, nos estaríamos situando en un plano meramente humano y acabaríamos diciendo y pensando disparates, que es lo que ocurrió con el cardenal Lacunza en su intervención sinodal, cuando dijo: "Si Moisés permitió el divorcio por la dureza del corazón de los hombres, Pedro (el Papa) no debería de ser menos misericordioso que Moisés". Vamos, hablando en plata: la Iglesia debería de conceder el divorcio a quien lo pidiera.

[Desde luego, ésa no sería la Iglesia de Jesucristo; ni el Papa tiene ese poder que le concede el cardenal Lacunza para deshacer lo que es de derecho divino]

Gracias a Dios hubo una reacción inmediata por parte del patriarca melquita Gregorio Lahman III, que tuvo que recordar, con severidad, a este cardenal, un hecho de todos conocido: y es que Cristo prohibió el divorcio que Moisés permitió. Y, además, y como consecuencia, gran número de blogueros importantes han escrito artículos excelentes sobre el tema en cuestión, en los que se habla de un no deseado, pero posible peligro de cisma en la Iglesia y de cómo Cristo cambió la Ley de Moisés por la Ley nueva del Evangelio, derogando la tolerancia al mal que suponía la práctica del divorcio mosaico.

De todos modos, y aunque esto supone un respiro, sin embargo no se entiende cómo es posible que este cardenal panameño no sólo siga manteniendo su sede sino que, además, haya ascendido de categoría: el 18 de octubre de 2015 (justo a mitad del Sínodo) fue nombrado cardenal de la Iglesia de san José de Cupertino, en Roma ... y no se ha retractado en nada de lo que dijo.

Por eso no nos tiene que extrañar demasiado el hecho de que los propios discípulos de Jesús, aunque lo habían dejado todo para seguirlo, tampoco ellos entendieran a Jesús, pues seguían pensando todavía al modo humano: De ahí su comentario: "Si tal es la condición del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta casarse" (Mt 19, 10).

Jesús, como hemos visto, se reafirma en lo dicho y les da la doctrina sana que, más adelante, entenderán; una doctrina que ellos aceptan aun cuando todavía se siguen rigiendo, en su modo de pensar, por criterios exclusivamente humanos. Las enseñanzas de Jesús, el contacto continuo con Él y la venida del Espíritu que Él les envió después de resucitar, todo eso les llevará a entender la auténtica realidad de las cosas, que no es la que el mundo piensa.

Es de señalar que el Señor, cuando les imparte su doctrina y sus enseñanzas, no les responde refiriéndose a casos concretos; no hace uso de la casuística "caso por caso" [que es lo que ahora se quiere hacer]. Por el contrario, como se ha dicho, se reafirma en la doctrina que les ha dado: una doctrina que, ciertamente, es difícil de practicar, puesto que supone caminar por la senda estrecha y cargar con la cruz de cada día ... pero es que, aunque ellos no lo comprendan todavía, todo esto es para su bien: es el camino que deben de seguir si quieren salvarse.

Además, los preceptos del Señor no son pesados. Todo lo contrario. Pero es preciso que sean "sus" preceptos; y que se cumplan por amor a Él. Esto nos dice a todos: "Tomad sobre vosotros mi yugo. Y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón. Y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11, 29-30).

El amor verdadero es así de exigente. Pero esto es parte constitutiva de ese amor: cuando un hombre y una mujer se entregan el uno al otro para unirse en matrimonio, lo hacen libremente y en totalidad, hasta que la muerte los separe. Y si no están dispuestos a ese compromiso de por vida, a darse mutuamente, el uno al otro y el otro al uno, en mutua reciprocidad es señal de no se quieren, al menos no como hay que quererse, conforme a las reglas del amor.

[Porque el amor también tiene sus reglas. Y una de ellas es la fidelidad. El que ama a otro no puede serle infiel. Y si le es infiel es señal de que no lo ama. Todo esto es de sentido común]

El ejercicio del verdadero amor, en esta vida, va unido, de modo necesario, al sacrificio, a la donación y a la entrega de uno mismo al otro ... pero dada la naturaleza caída del hombre, tal entrega no tiene lugar si no es a base de sufrimiento.

[Ceder aun cuando se tenga razón, pensar en el otro con cariño, tener detalles con la persona a la que se quiere, etc... todo esto supone una lucha a muerte contra el propio egoísmo ... y no es tarea fácil].

En definitiva, el amor va necesariamente unido a la cruz: en ésta [en la cruz] se pone de manifiesto la veracidad del amor. En ella, y sólo en ella, se descubre y se hace patente la autenticidad del amor que dicen tenerse aquellos que se aman; por ella se sabe -sin ninguna duda- que el amor es real y no mera palabrería.

Y mira por dónde resulta que la señal del cristiano es la santa Cruz. Tuvo Dios que hacerse hombre, en la Persona del Hijo, en Jesucristo, para enseñarnos esta realidad, pues somos, por lo general, muy cerrados de mollera. Por eso, como las explicaciones no sirven, acaba diciéndoles a sus discípulos: "No todos entienden estas palabras, sino aquéllos a quienes ha sido concedido" (Mt 19, 11). El entendimiento de esta realidad del amor es un privilegio que le es concedido a aquellos cristianos que se toman en serio las palabras del Señor y se fían de Él: el Señor nunca defrauda; y jamás miente.

Como ocurre con otras muchas cosas -y como ya se ha dicho- la fidelidad entre los esposos (entendida como una fidelidad para siempre) está anclada en el misterio de la cruz; y supone la máxima manifestación de amor posible, según las palabras de Jesús: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). 

(Continuará)

Más sobre la "nueva" Iglesia. Franciscanas de la Inmaculada (Maria Teresa Moretti)


He entresacado en esta entrada del blog algunos párrafos de un excelente artículo de María Teresa Moretti, cuyo título es "Ninguna misericordia para los Franciscanos y Franciscanas de la Inmaculada" cuya lectura completa aconsejo. En concreto aquellos que están relacionados con la "nueva" Iglesia que padecemos, esta Iglesia "moderna" que se está alejando, cada día más, de la auténtica y única Iglesia que Jesucristo fundó. Y lo digo con gran pena. Pero la verdad es la verdad. Cerrar los ojos para no verlo no soluciona sino que agrava el problema.

Franciscanas de la Inmaculada

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Esta “nueva” Iglesia que perdona y abraza con ternura maternal a adúlteros pertinaces que quieren mantenerse en su adulterio y a homosexuales orgullosos de su condición, no puede ni tolerar ni perdonar a unos católicos que perseveren tercamente en la Tradición. En este caso, la Inquisición de la “nueva” Iglesia, disfrazada de corrección misericordiosa, se siente autorizada a actuar sin ninguna piedad, tratando a humildes frailes y piadosas monjitas como maléficos hechiceros y perversas brujas. Las pruebas de sus pecados: practicar la pobreza y, sobre todo, la originaria penitencia franciscana; rezar de rodillas el Santo Rosario; considerar la Santa Misa como la actualización del Sacrificio de Cristo y, por lo tanto, dar al culto divino todo el respeto y el esplendor que Dios se merece; y, por último, emitir el voto de esclavitud a María Santísima según el carisma de uno de los referentes espirituales de la Orden: san Maximiliano Kolbe. 


Estos gravísimos pecados aparecen con aún más evidencia cuando consideramos que estos frailes y estas monjas no se prestan a bailar y cantar en programas televisivos ni se ocupan de propaganda política ni salen en defensa de la tortuga carey o del asno salvaje sirio… O sea, que no “arman lío”, vamos. Por si fuera poco, se empeñan en hablar de Dios, de Jesucristo, de la Cruz, de la salvación de las almas, hasta llegar a atreverse a volver a plantear el pecado como fuente de todo mal. Esto, para la “nueva” Iglesia, es demasiado: es índice de ser unos posibles fariseos pelagianos y, por lo tanto, merecedores del todo el rigor del antiguo Índice.

Por una de esas paradójicas inversiones de la Ley y de la Palabra divinas a las que nos está acostumbrando esta “nueva” Iglesia, todo, absolutamente todo lo que ha constituido, alimentado y santificado la vida de miles y miles de santos y santas, además de generaciones y generaciones de fieles, es ahora tachado de “pelagianismo” o de “fariseísmo”, y perseguido sin tregua. A las pseudomonjas de pseudoclausura que “arman lío” en los medios de comunicación más anticristianos que se pueda imaginar se las anima a seguir degradando el santo hábito y los santos votos, hasta que todo, absolutamente todo lo que representa la vocación religiosa (y con más saña la de clausura) no sea más que objeto de escarnio y rechazo, mientras que a las monjas que aún se atreven a vivir sus votos con fidelidad y perseverancia, tan vez en una clausura digna aún de este nombre, se las somete a un plan de estricta “reeducación” por las buenas o por las malas. 

Del mismo modo, se ascienden y promocionan los teólogos que “de rodillas” trabajan sin descanso para erradicar las semillas de la Palabra de Dios que tantos y tantos misioneros han sembrado por todo el mundo a costa de su propia vida, mientras que los que forman y envían misioneros armados sólo y únicamente de la Palabra de Dios, como el Padre Manelli, a éstos se les encierra en algún lugar perdido, cortándole cualquier contacto con el exterior y vejándolos hasta la muerte.

Por orden del mismo Padre Manelli, los Franciscanos y Franciscanas de la Inmaculada han obedecido, ofreciendo el sufrimiento producido por esta terrible persecución interna por el bien de la Iglesia. Si recordamos lo que siempre se ha dicho, ésta puede ser una buena señal: puede significar que en esta Iglesia secularizada y en plena apostasía, siguen habiendo santos que, con su oración y el ofrecimiento de su sacrificio, están sosteniendo espiritualmente al “resto” de la verdadera Iglesia. Por lo visto, su calvario tiene que ser muy productivo, porque el “enemigo” no sólo no afloja su acoso, sino que lo está intensificando con ensañamiento feroz. (...)

Parece ser que quieren, a toda costa, que tomemos tal “integridad” por “integrismo”, así como pretenden que consideremos a los que quieren mantenerse fieles a los mandamientos de Nuestro Señor Jesucristo como unos fariseos… 

Parece ser que, para el Vaticano, nada son los monseñores-monseñoras que salen del armario abrazados como nenezas a sus mancebos en comparación con el peligro representado por esas monjas vestidas de azul, esclavas voluntarias de la Virgen

Así como, parece ser que el mismo Papa considera extraordinariamente más urgente extirpar lo que queda de esa pobre y fiel Orden franciscana que salvaguardar la validez de los sacramentos instituidos por el mismísimo Jesucristo. (...)

En estas horas de tinieblas, la Iglesia parece ensañarse contra sus hijos mejores, mientras es cómplice de la islamización de los países antaño cristianos, del mismo modo que parece estar siguiendo el mismo camino de disolución emprendido por las iglesias protestantes. La noche está cayendo, más oscura que nunca, precisamente sobre una ciudad italiana emblemática de lo que fue la resistencia de la Iglesia Católica contra el ataque de la herejía luterana: Trento. En Trento se han quedado solamente siete monjas adoradoras del Santísimo Sacramento. Siete monjas fieles al carisma de los Franciscanos de la Inmaculada. Ahora quieren que se vayan. Una vez que se hayan ido, en la ciudad que dio el nombre al glorioso Concilio de la Contrarreforma, no quedará nadie que adore al Santísimo. La luz se apagará. Y Lutero podrá creer que ha llegado el momento de su revancha ...

Pero si somos católicos, herederos de generaciones y generaciones de mártires y confesores de la fe, confiaremos en la promesa del Señor: Et portae inferi non praevalebunt. Las puertas del infierno no podrán prevalecer. Sabemos que, justamente en la profundidad de la oscuridad es cuándo volverá a encenderse la Luz, más brillante que nunca. Que Dios tenga piedad de nosotros y acorte esta larga, angustiosa noche.

María Teresa Moretti