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lunes, 16 de febrero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (11) [Tentaciones (3ª) Soberbia]

Pasamos ya a la tercera tentación de Cristo en el desierto:  "El Diablo lo llevó de nuevo a un monte muy elevado y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: 'Te daré todo esto, si postrándote me adoras'. Entonces Jesús le respondió: 'Apártate, Satanás, porque escrito está: 'Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto'. Entonces lo dejó el Diablo, y vinieron los ángeles y le servían" (Mt 4, 8-11)



Antes de introducirnos de lleno en el comentario, propiamente dicho, de esta tentación, es de notar que el Diablo le dice a Jesús: Te daré todo esto, refiriéndose a todos los reinos del mundo y su gloria. ¿Acaso es potestad del Diablo hacer esa promesa? ¿No es el Diablo un mentiroso y padre de la mentira? Cierto que lo es, pero formando parte de su astucia, se encuentra el decir -a veces- alguna verdad; y de ese modo confundir y engañar a una gran mayoría. Y, en este caso concreto, le estaba diciendo a Jesús la verdad, en cuanto a que el mundo entero está bajo su poder. ¿Cómo es esto posible?


Si recordamos Jesús llama al Diablo "príncipe de este mundo" en varias ocasiones (Jn 12, 31; Jn 16, 11; Jn 14, 30). Y san Pablo se refiere a él como el "dios de este mundo" (2 Cor 4, 4) y el "príncipe del poder del aire" (Ef 2, 2). Y puesto que Jesús no miente pues Él mismo es la Verdad (Jn 14, 6) podemos concluir que el Diablo es, efectivamente, el príncipe de este mundo y -como tal- tiene un poder que se le ha dado, durante un tiempo, a consecuencia del pecado de Adán


Algo de este poder podemos atisbar al leer el libro del Apocalipsis, cuando se dice: "Corrió admirada la tierra entera tras la bestia, y adoraron al dragón, porque dio el poderío a la bestia; y se postraron ante la bestia, diciendo: '¿Quién hay semejante a la bestia y quién puede luchar contra ella?' Le fue dada una boca que profería palabras arrogantes y blasfemias; y se le dio poder para hacerlo durante cuarenta y dos meses. Entonces abrió su boca para blasfemar contra Dios: para blasfemar de su Nombre y de su tabernáculo y de los que moran en el cielo. Se le concedió hacer la guerra contra los santos y vencerlos; se le concedió también potestad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adorarán todos los habitantes de la tierra, aquellos cuyo nombre no está inscrito, desde el origen del mundo, en el libro de la Vida, del Cordero que fue sacrificado" (Ap 13, 3b-8)


Se trata, pues, de un tema muy serio que no se puede tomar a la ligera; por eso, san Pablo escribe a los efesios acerca de las armas que debe utilizar un cristiano si quiere vencer las insidias del Diablo (Ef 6, 10-20); y haciéndoles ver que "nuestra lucha no es contra la carne o la sangre, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos que están por las regiones aéreas" (Ef 6, 12)

En esta tercera tentación el Diablo se manifiesta ya tal y como es; en la primera ponía al hombre como referencia, para que usase los dones recibidos en provecho propio; en la segunda acude a la palabra de Dios, dándole un sentido que no tiene y adulterando el Mensaje divino, tomando como referente el triunfo humano, la fama, etc. Ahora se muestra a "cara descubierta", sin tapujos, y le ofrece a Jesús "todo cuanto un hombre puede desear": el mundo entero que, puesto que le pertenece, es suyo y puede darlo. Aquí no hay engaño, al menos en apariencia.  ¿Significa esto que sigue habiéndolo? En cierto modo sí, pues es evidente que el Diablo no desea nada bueno para Jesús aunque le prometa todo el oro del mundo. Eso sí: ha dejado muy claras sus verdaderas intenciones; y éstas requieren de Jesús una condición: que se incline ante él y que le adore. 


Dicho de otro modo: Jesús debe dejarse de tonterías y reconocer que lo sensato y lo correcto es que se incline ante él y le rinda pleitesía, como a su verdadero "dios", y príncipe de este mundo, pues no hay otro mundo que no sea éste. Ése es el único modo en el que triunfará: sólo tiene que olvidarse de ese Dios en el que cree y que está únicamente en su imaginación. El mundo real es el que él le presenta. De nuevo la sutiliza de la tentación, el camino fácil, el lobo disfrazado de oveja que le llega con palabras aduladoras. La respuesta de Jesús fue drástica: "Apártate, Satanás, porque escrito está: 'Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto'. (Mt 4, 10). Entonces el Diablo lo dejó.

Tentación diabólica por excelencia, la de la soberbia, aquella en la que cayeron nuestros primeros padres ... una tentación que supone el olvido de Dios como Señor del Universo, por una parte, y el arrogarse -uno a sí mismo- un poder que no le pertenece, por otra: "Seréis como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gen 3, 5). Con Adán y Eva tuvo lugar el primer gran triunfo del Diablo sobre el hombre [del que se supone que se alegraría, si es que tiene algún sentido decir que el Diablo es capaz de alegrarse de algo]. Puesto que en aquel
momento toda la humanidad estaba reducida a ellos dos, al cometer pecado -desobedeciendo a Dios- nuestros primeros padres quedaron privados de la gracia santificante y sometidos al dolor, al sufrimiento y a la muerte, consecuencias de dicho pecado, del que sólo ellos fueron responsables (pecado personal). Aunque con la particularidad de que puesto que toda la raza humana estaba formada por nuestros primeros padres, cuando éstos cometieron pecado su naturaleza pasó de un estado de armonía original a un estado de naturaleza caída, que es el que se transmitiría a toda su descendencia, con las consecuencias correspondientes. 


Esa es la razón por la que todo ser humano nace ya con esa lacra del pecado original, pues éste va ya implícito en nuestra naturaleza caída, como se acaba de decir. Es un pecado heredado, un pecado de naturaleza, de cuya responsabilidad directa estamos liberados. Al no haber sido nosotros quienes lo cometimos no puede tratarse, en nuestro caso, de un pecado personal (como sí lo fue en el caso de Adán y Eva). En todo caso, no deja de ser un pecado, que está ahí, cuyas consecuencias sufrimos y del que necesitamos ser liberados. A causa del pecado de Adán las puertas del cielo quedaron cerradas ... y no existía posibilidad alguna de que fueran abiertas ... por nosotros mismos.  Pero Dios tenía sus planes ... unos planes (amorosos) que llevó a cabo con la venida de Jesucristo a este mundo y que hicieron que nuestra salvación fuera posible [se habla de Redención objetiva]


Así que, gracias a la venida de Jesucristo, el hombre tiene ahora la posibilidad de salvarse. Hay que decir, sin embargo, que aunque los méritos de Jesucristo son más que suficientes para nuestra salvación, el respeto que Dios tiene por la libertad que nos dio al crearnos es tan grande que no obligará a ser salvado a nadie que no lo quiera [ésta es la Redención subjetiva, que es la que nos afecta de un modo más personal]. 


Dios quiere contar con nosotros en un asunto tan importante como nuestra propia salvación. Es lícito que nos preguntemos qué debemos hacer para salvarnos, qué es lo que tenemos que poner de nuestra parte, puesto que por parte de Dios ya está todo puesto. La respuesta es, simplemente, querer de verdad esa salvación y actuar con buena voluntad, no olvidando que el querer es auténtico y la voluntad es buena sólo, única y exclusivamente si se acepta a Jesucristo como el Único por quien nos puede venir la salvación: "Quien crea y sea bautizado se salvará; pero quien no crea, se condenará" (Mc 16, 16). Además, no hay otro camino: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). "Y en ningún otro hay salvación, pues ningún otro Nombre hay bajo el cielo dado a los hombres por el que podamos salvarnos" (Hech 4, 12). Nos queda, pues, ponernos en sus manos, con toda confianza y responder, con nuestra vida, al Amor que Él nos tiene. Su gracia no nos va a faltar si verdaderamente queremos encontrarlo.
  
(Continuará)