BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



domingo, 11 de enero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (4) [Misión de Jesús]


Al releer aquello de que "el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz" (2 Cor 11, 14) me ha venido a la mente el pasaje evangélico de las tentaciones de Jesús por el Diablo, relatado por los evangelistas san Mateo (Mt 4, 1-11) y san Lucas (Lc 4, 1-13). Relacionado con esto, hablaremos más adelante de que hay ministros de Satanás, falsos apóstoles, operarios engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo (2 Cor 11,13), no siéndolo, pues es lo cierto que han perdido la fe y que no son de fiar. Contra ellos nos previene Jesús: "Dejadlos, son ciegos, guías de ciegos; y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el hoyo" (Mt 15, 14). Pero antes me gustaría decir algo acerca del hecho de que Jesús fuera tentado, así como de la importancia del pecado, del que ya no se habla, siendo así que Jesucristo vino al mundo para librarnos del pecado.


Guías ciegos

Como se lee en la carta a los hebreos, "Jesús fue probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado" (Heb 4, 15b). Y puesto que se hizo uno de nosotros, nos puede entender perfectamente y "puede compadecerse de nuestras debilidades" (Heb 4, 15a). Al fin y al cabo, el pecado no forma parte de nuestra naturaleza humana. Dios no creó al hombre en estado de pecado: éste es un "pegote" que eligieron nuestros primeros padres, por su afán de autosuficiencia, y que nosotros heredamos. Pero al principio no fue así ni hubiera sido así, de no haberse cometido tal pecado. 

Y, sin embargo, Dios, "a Él que no conoció pecado le hizo pecado por nosotros para que llegásemos a ser, en Él, justicia de Dios" (2 Cor 5, 21). Jesús tomó sobre sí los pecados de todos los hombres de todos los tiempos y lugares y se ofreció a Sí mismo a su Padre, en un Sacrificio expiatorio de valor infinito (puesto que era Dios) que nos consiguió la Redención y el perdón de nuestros pecados (puesto que se hizo realmente hombre), al presentarse ante su Padre como "pecador" por haber asumido nuestro pecado como suyo propio, no siéndolo. El "misterio de iniquidad"  (2 Tes 2, 7) que es el pecado, fue vencido por otro misterio, aún más grande y misterioso, cual es el del Amor que Dios nos tiene "quien no perdonó ni a su propio Hijo , sino que lo entregó por todos nosotros" (Rom 8, 32). 


Esta voluntad del Padre es también voluntad del Hijo: "He aquí que vengo para hacer tu voluntad" (Heb 10, 9). No olvidemos que en Dios, que es Único, hay una sola Voluntad, que es la misma para las tres Personas divinas; y así "Cristo Jesús, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a Sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2, 6-8).  


Dios hizo realidad en Sí mismo, en la Persona de su Hijo, aquello que luego dijo Jesús acerca del verdadero amor: "Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Y Él dio su Vida por nosotros, por todos y por cada uno. "Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre; para que al Nombre de Jesús toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese: 'Jesucristo es el Señor', para gloria de Dios Padre" (Fil 2, 9-11).  "En resumen, igual que por el pecado de uno solo vino la condenación sobre todos los hombres, así también por la justicia de Uno solo viene sobre todos la justificación que da la Vida" (Rom 5, 18). 


Según Santo Tomás de Aquino, "nada se opone a que la naturaleza humana haya sido elevada a un fin más alto después del pecado: pues Dios permite los males para sacar así un bien mayor".  Por eso se dice en Rom 5, 20: "Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia". Y en la bendición del Cirio Pascual, se proclama: "¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!". (S. Th., 3, q.1, a.3) 


La Bondad y el Amor de Dios superan, con mucho, la magnitud de nuestros pecados, por grandes y numerosos que éstos sean: "Todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios" (Rom 8, 28). Por lo tanto, dando al olvido todo lo malo y fiándonos de la Palabra de Dios, contenida en las Escrituras e interpretada rectamente según la Tradición y el Magisterio de la Iglesia de siempre, nos volvemos a Jesucristo, como única tabla de salvación: tal vez el Señor nos conceda la gracia de llegar a entender, y experimentar de alguna manera, aquello de que "si uno está en Cristo es nueva criatura. Lo antiguo pasó; todo se ha hecho nuevo" (2 Cor 5, 17)


(Continuará)