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domingo, 12 de octubre de 2014

Misericordia y salvación (1)

Conviene tener las ideas claras sobre algunos aspectos de la fe, que son muy importantes pero que, a veces, bien sea por desidia o bien por ignorancia, sin más, no se conocen. En el ambiente eclesiástico actual en el que nos encontramos, en donde tanto se habla de misericordia, necesitamos iluminar nuestra mente con la palabra de Dios para no ser engañados, pues si hace unos cuarenta años decía el papa Pablo VI: "el humo de Satanás se ha infiltrado en la Iglesia", yo me arriesgaría a decir que no es el humo, sino que es el propio Satanás el que se ha infiltrado, con el ánimo decidido a "ejercer la misericordia" como sea, dándole cartas de "legalidad" y comenzando un proceso que, de seguir adelante, podría suponer la destrucción de la Iglesia. 

Además, con la particularidad de que existe una inmensa cantidad de cristianos que estarían de acuerdo con los cambios que pretenden llevarse a cabo, sin darse cuenta (o tal vez dándose cuenta) de que la palabra de Dios está siendo tergiversada y ocultada. Y se está llegando a una situación tal que los auténticos cristianos, aquellos que quieren seguir siendo fieles a la Tradición de la Iglesia de veinte siglos, van a ser perseguidos por la misma Jerarquía eclesiástica como "desobedientes" y como "anclados en el pasado". La situación es muy preocupante. A nosotros sólo nos queda rezar y adquirir una buena formación cristiana para que sepamos discernir el error de la verdad, independientemente del personaje que esté en la palestra pronunciando su discurso. Bueno, en principio, creo que vendrían bien las siguientes reflexiones:

- Primero, que Dios no pide imposibles"Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder soportarla con éxito" (1 Cor 10, 13). De modo que no vale el argumento de que "el matrimonio perfecto" es un ideal a conseguir, pero que está reservado sólo a unas élites. Eso sería una herejía, cual es la del jansenismo, que es lo que parece que se está produciendo en el actual Sínodo Extraordinario de las Familias. Se sabrá en breve, pero a raíz de las declaraciones que se están haciendo, ésa es la impresión que a mí me produce. ¡Ojalá que me equivoque!  [De este tema hablaré más adelante]. Fijémonos en lo que decía ya San Agustín para aquellos casos de gran dificultad, con los que todos, antes o después, nos vamos a encontrar siempre: "Haz lo que puedas. Pide lo que no puedas. Y Dios te dará las fuerzas necesarias para que puedas"


Jansenio

Si ponemos nuestra confianza completamente en el Señor, sabiendo que "Dios es rico en misericordia" (Ef 2, 4) y "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad" (1 Tim 2, 4), ante las dificultades de la vida (y, en particular, las que surgen en el seno de las familias) no nos acobardaremos porque, entre otras cosas, tenemos su propia fuerza: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Fil 4, 13); y sabemos que Él nunca nos va a dejar solos: "Yo estoy siempre con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 2). 

- Segundo: que es Dios el único que nos puede salvar: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15, 5). Nadie puede salvarse con sus solas fuerzas. Es ésta una verdad que conviene tener muy clara y no olvidarla. De lo contrario podríamos caer en otra herejía, el pelagianismo, según la cual nos salvamos por nuestros propios méritos y la gracia no es necesaria para la salvación. Como digo, ésta es la herejía pelagiana, que es contraria a la fe católica. Pues es lo cierto que, por más que nos esforcemos y por más que hagamos, todas esas acciones no nos sirven absolutamente para nada en orden a nuestra salvación eterna


[Como sabemos, antes de la venida de Jesucristo, las puertas del cielo estaban cerradas, debido al pecado original. Y ni siquiera los justos podían ir al cielo: bien es cierto que no se condenaban, sino que iban al seno de Abrahán, un lugar parecido a lo que hoy conocemos como el limbo de los niños, en donde disfrutaban de una felicidad natural, pero les estaba vedada, sin embargo, la visión beatífica]. 

Y esa fue, precisamente, la razón por la que Dios se hizo hombre en la Persona de su Hijo. Ese Dios-hombre, que es Jesucristo, vivió entre nosotros y por nosotros dio su vida para que, en Él, pudiéramos salvarnosSólo en Jesucristo es posible la salvación: "Ningún otro nombre hay bajo el cielo, dado a los hombres, por el que podamos salvarnos" (Hech 4, 12b). Dios no acepta otra ofrenda que no sea la de su propio Hijo: ésa es la única ofrenda agradable a Dios. Si alguno se salva siempre será en, por y a través de Jesucristo"En ningún otro hay salvación" (Hech 4,12a). 

[De esa salvación han participado ya, en cuanto a su alma se refiere, los justos del Antiguo Testamento: el seno de Abrahán ya no existe, pues los que lo habitaban se encuentran ahora en el cielo, debido a su participación en el Sacrificio de Jesucristo quien, al ser Dios, además de hombre verdadero, todas sus acciones sobrepasan el tiempo: pasado, presente y futuro se ven afectados por la acción de Dios, en quien no hay tiempo. La Redención de Jesucristo, que tuvo lugar en un momento concreto de la Historia, sin embargo, es aplicable a todos los hombres de todas las épocas y lugares, pues sus acciones y palabras son acciones y palabras de Dios. Poseen, por lo tanto, una perenne actualidad; y jamás se quedan obsoletas, sino que permanecen como verdades absolutas, para todas las generaciones

Alguien podría pensar que entonces no es necesario que movamos un dedo ni que hagamos nada por nuestra cuenta ya que, al fin y al cabo, puesto que es Dios quien nos salva y, además nos quiere, ¿qué sentido tiene el preocuparse por nuestra salvación, la cual -con estas premisas- estaría, en cierto modo, asegurada? Pues bien: aunque pudiera parecer esto a un mirada superficial, no es así, en absoluto. Dios cuenta con nosotros, porque así lo ha querido, para nuestra propia salvación. Es completamente cierto que Él es quien salva; pero es igualmente cierto que nos ha puesto una condición si queremos ser salvados. En este sentido, nuestra salvación depende de nosotros mismos. Ambas cosas se dan. Por parte de Dios está muy clara su voluntad de salvarnos y de hacernos partícipes de su Gloria; pero, ¿y por nuestra parte?
(Continuará)