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lunes, 16 de diciembre de 2013

Los cristianos "tristes" (Fray Gerundio)

Nuevo varapalo a los cristianos “tristes”

Nunca me he considerado un fraile triste. Pero he de reconocer que en los últimos meses, la tristeza ha llamado a mi puerta en muchísimas ocasiones. Y hoy especialmente, tras leer la homilía de este viernes [13 de diciembre de 2013] en Casa Santa Marta, me he visto reflejado en las palabras del Papa. Efectivamente, me siento muy triste. Claro que no resulta tan fácil de explicar como él lo ha hecho, porque me da la impresión de que la mía es una tristeza provocada por otras causas muy diferentes.

Quisiera explicarme con claridad, aunque para ello tengo que transcribir todas las palabras del sermón, de tal manera que mis comprensivos lectores entiendan mis sentimientos. Las pondré aquí tal como las ha comunicado la página de noticias del Vaticano. 

La libertad que viene de la predicación hace crecer a la Iglesia, el Papa el viernes en Santa Marta


Radio Vaticana. Los cristianos alérgicos a los predicadores siempre tienen algo que criticar, pero en realidad tienen miedo de abrir la puerta al Espíritu Santo y se vuelven tristes: lo afirmó el Papa Francisco este viernes en la Misa presidida en la Casa de Santa Marta.

En el Evangelio del día, Jesús compara la generación de su tiempo con aquellos muchachos siempre descontentos “que no saben jugar con felicidad, que rechazan siempre la invitación de los otros: si hay música, no bailan; si se canta un canto de lamento, no lloran … ninguna cosa les está bien”. El Santo Padre explicó que aquella gente “no estaba abierta a la Palabra de Dios”. Su rechazo “no es al mensaje, es al mensajero”. Rechazan a Juan el Bautista, que “no come y no bebe” pero dicen que “¡es un endemoniado!”. Rechazan a Jesús, porque dicen que “es un glotón, un borracho, amigo de publicanos y pecadores”. Siempre tienen un motivo para criticar al predicador.

“Y ellos, la gente de aquel tiempo, preferían refugiarse en una religión más elaborada: en los preceptos morales, como aquel grupo de fariseos; en el compromiso político, como los saduceos; en la revolución social, como los zelotas; en la espiritualidad gnóstica, como los esenios. Con su sistema bien limpio, bien hecho. Pero al predicador, no. También Jesús les hace recordar: ‘Sus padres han hecho lo mismo con los profetas’. El pueblo de Dios tiene una cierta alergia por los predicadores de la Palabra: a los profetas, los ha perseguido, los ha asesinado”. 

Estas personas – prosiguió el Obispo de Roma- dicen aceptar la verdad de la revelación, “pero al predicador, la predicación, no. Prefieren una vida enjaulada en su preceptos, en sus compromisos, en sus planes revolucionarios o en su espiritualidad” desencarnada. Son aquellos cristianos siempre descontentos de lo que dicen los predicadores: “Estos cristianos que son cerrados, que están enjaulados, estos cristianos tristes … no son libres. ¿Por qué? Porque tienen miedo de la libertad del Espíritu Santo, que viene a través de la predicación. Y este es el escándalo de la predicación, del que hablaba San Pablo: el escándalo de la predicación que termina en el escándalo de la Cruz. Escandaliza el hecho que Dios nos hable a través de hombres con límites, hombres pecadores: ¡escandaliza! Y escandaliza más que Dios nos hable y nos salve a través de un hombre que dice que es el Hijo de Dios y que termina como un criminal.Eso,escandaliza”.

“Estos cristianos tristes – afirmó Francisco – no creen en el Espíritu Santo, no creen en aquella libertad que viene de la predicación, que te advierte, te enseña, te abofetea, también; pero que es precisamente la libertad que hace crecer a la Iglesia”:

“Viendo a esos muchachos que tienen miedo de bailar, de llorar, miedo de todo, que en todo piden seguridad, pienso en esos cristianos tristes que siempre critican a los predicadores de la Verdad, porque tienen miedo de abrir la puerta al Espíritu Santo. Recemos por ellos, y recemos también por nosotros, para que no nos convirtamos en cristianos tristes, quitando al Espíritu Santo la libertad de venir a nosotros a través del escándalo de la predicación”.

Hasta aquí la transcripción.

No cabe duda de que se trata de un nuevo mensaje (esta vez más intenso y violento en el fondo), transmitido a los de siempre: a los que se “aferran a sus tradiciones” y “se refugian en los preceptos morales, en su espiritualidad desencarnada”, a los que están “enjaulados en sus compromisos” y por tanto “no creen en el Espíritu Santo” y “siempre critican a los predicadores”.

Me parece que, una  vez más, los textos de la Sagrada Escritura se cogen por los pelos, en un deseo insaciable de machacar a los que todos conocemos. Es increíble que mientras se aconseja la misericordina con los de fuera (judíos, protestantes, anglicanos, musulmanes, ateos y agnósticos….) no quede ni una sola pastilla para administrarla a los que creen en la Iglesia y a los que pretenden mantenerse fieles al depósito recibido

Sí, porque no hay que olvidar que lo que hemos recibido es el depósito de la fe, el cual tiene que preservar incólume el Vicario de Cristo. Cuando el Señor hablaba de los que se quejaban de unos y de otros, estaba hablando justamente de los fariseos que se habían cerrado a la recepción del Mesías y de su Precursor. Tanto es así, que criticaban a uno y a otro. No les parecía bien salir de sus tradiciones (que según el Señor eran preceptos humanos), a las que se aferraban para no dejar paso a la Nueva Alianza, en la que jamás han creído los judíos, (incluídos los amiguetes rabinos del Papa). 

Pero en nuestro caso, los cristianos tristes de los que tanto se ocupa el Santo Padre, no han rechazado al Mesías (como el rabino Skorka o el rabino Bergmann), sino que se aferran a esa Iglesia que durante 20 siglos ha explicado el Mensaje de Jesucristo en verdades inmutables, que expresan la fe católica. No son preceptos humanos. Nada de eso. Si el Señor quiso que su Iglesia fuera la Roca en la que se sostuviera todo, no veo la razón para demoler en cuatro días el legado de la misma, rompiendo con una tradición de siglos y todavía más, derrumbando las verdades que hasta ahora eran objetivamente verdad, sin dejarlas a la interpretación de las culturas contemporáneas, o al albur de las religiones fraternales de la Tierra.

Somos precisamente los cristianos tristes que el Papa señala con el dedo, los que hemos tenido que tragarnos con desesperanza humana y con mucha esperanza sobrenatural, las herejías vomitadas por cardenales que ya no creen en la Sagrada Escritura, que ya no creen en la Divinidad de Jesús, que ya no creen en la Virginidad de María, que ya no creen en la Resurrección del Señor, que ya no creen en la multiplicación de los panes y de los peces –porque ya no creen en los milagros–, y que ya no creen en el Sacrificio de la Misa. En los que no creen en el Primado de Pedro (y ya están hace años en convesaciones para poder “entenderlo mejor”). En los que no creen en la indisolubilidad del matrimonio cristiano y nos lo han trastocado con vergonzantes y habilidosos trucos, y en los que no creen en ninguna norma moral que pueda molestar o inquietar a nuestro mundo moderno.

Pues claro que estamos tristes. ¿Y qué quiere usted que sintamos? Cuando ni siquiera hemos recibido una palabra de aliento, de solicitud del tan cacareado diálogo, de cariño paternal o de comprensión y misericordia, una mano amiga de quien se supone esta ahí para confirmarnos en la fe, sino solamente un enfermizo y continuado ataque a todo lo que constituye nuestra fe, tachando de hipocresía y pelagianismo cualquier manifestación de preocupación por esta Iglesia que va a la deriva

Hay algo que es evidente. Ya no se guarda el Depósito de la Fe. No hay depósito, porque eso significaría que hay algo encerrado, estable, inmutable y eterno. Y parece que ya no se está por la labor. Sólo nos queda estar aferrados a la fraternidad universal, al amor al Dios de todas las religiones. Y al últimamente tan repetido Dios Tres veces Santo, que es una mentira maliciosamente elaborada, para hacer pensar que nos referimos a la Trinidad, y así los judíos no se sientan violentados en su conciencia.

Hay algo que me intriga en todo este asunto tenebroso. Si la Iglesia está de maravilla, si no hay ningún problema y todo va super-bien. Si el Papa está en el top de los predilectos de la prensa de todos los colores, hombre del Año, comunicador del Año; si la Cristiandad está maravillada por el “efecto Francisco”, si no hay nada de qué preocuparse… ¿a qué viene esta obsesión con los cuatro gatos que son tradicionales y todavía sienten en sus almas esta profunda nostalgia de que nos están escondiendo y pisoteando la verdadera doctrina, la de siempre? ¿no sería mejor dejarlos en su jaula y no hacerles el menor caso? ¿por qué ese ensañamiento con los que han optado por una vía que al fin y al cabo es la de la Iglesia de siempre? ¿no será porque hay un odio a la Iglesia de siempre? ¿no será que estamos asistiendo a una auténtica demolición, ahora ya sin ambigüedades y disimulos, y con excesivas prisas?

Muchas veces me he preguntado por qué la Oración que todos rezamos por el Santo Padre, solicita de Dios que “no permita que caiga en manos de sus enemigos”. Es una oración bien antigua y consagrada en la liturgia de la Iglesia, cuando esta situación de desamparo de las verdades de fe, ni siquiera se sospechaba. Pero ahí está, en boca de tantos católicos que piden por él. Probablemente los que más la utilicen en su oración a Dios sean los tristes, pelagianos, enjaulados y sin fe en el Espíritu Santo. Dios sabrá por qué. Probablemente, porque sean de los pocos que todavía creen en el Papa como Vicario de Cristo en la Tierra y sientan la responsabilidad de recordárselo.

Así que ya ven ustedes. Sí que estoy muy triste. Sólo Dios puede socorrer este desamparo.

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Nota: Los subrayados, negritas o cursivas de este artículo son míos