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domingo, 23 de junio de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD: DIOS ESPÍRITU SANTO (IV)

¿Por qué es tan importante la Persona del Espíritu Santo? Bueno, no tenemos más que fijarnos en la insistencia de Jesús, cuando sus apóstoles se ponen tristes porque Jesús les dice que tiene que irse: "Os digo la verdad: Os conviene que me vaya, pues si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; en cambio, si me voy os lo enviaré" (Jn 16,7). Pero, ¿acaso no nos lo ha dicho todo Jesús? ¿Es que todavía nos queda algo por conocer? Pues parece ser que sí: "Tengo todavía muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis comprenderlas" (Jn 16,12). "Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hacia la Verdad completa, pues no hablará por Sí mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir" (Jn 16,13). Y es que, efectivamente, no todo lo que hizo Jesús está en el Evangelio: "Muchos otros signos realizó Jesús en presencia de sus discípulos que no han sido escritos en este libro. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis Vida en su Nombre" (Jn 20, 30-31). Y poco más adelante: "Hay, además, muchas cosas que hizo Jesús, que si se escribieran una por una, pienso que en el mundo no cabrían los libros que se tendrían que escribir" (Jn 21,25).

Ésta es una de las razones por las que necesitamos de la Persona del Espíritu Santo, si queremos llegar a la Verdad completa (Jn 16,13). Mucho se ha escrito sobre esta Persona, pero descubrimos enseguida nuestra incapacidad cuando nos introducimos en este misterio y acabamos sin entender nada y sabiendo muy poco. De ahí el nombre de Gran Desconocido con el que le suelen denominar los teólogos cuando se refieren a Él.  En realidad, más que el estudio para tratar de conocerlo, es necesario abrirle nuestro corazón con humildad en la oración y escuchar con atención lo que Él mismo quiera decirnos de Sí.


Si razonamos un poco, es "relativamente" fácil pensar en la Persona del Padre como Alguien origen de todo, que no procede de nadie. Mucho más fácil lo tenemos (dentro del misterio) si pensamos en la Persona del Hijo, como enviado por el Padre y que procede del Padre, pues se hizo un hombre como nosotros, con un alma humana y un cuerpo humano, y nos amó hasta dar su Vida por todos y cada uno de nosotros. Pero pensar en el Espíritu Santo como Persona nos cuesta bastante más. No nos lo podemos imaginar de ninguna manera.

Y, sin embargo, esta Tercera Persona es tan importante para nosotros que lo es todo. Imposible acercarnos a Dios si no es en el Espíritu Santo: "¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (1 Cor 3,16) "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?" (1 Cor 6,19) Y todo esto hasta el punto de que "nadie puede decir: 'Jesús es el Señor', sino por el Espíritu Santo" (1 Cor 12,3), pues "el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rom 5,5). Por eso, como nos dice San Pablo, "ya no sois extraños y advenedizos sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios" (Ef 2,19)... "morada de Dios por el Espíritu" (Ef 2,22)

¿Qué ocurriría si preguntáramos al Espíritu Santo que nos hablara de Él mismo? Seguro que nos diría: Yo nunca hablo de Mí. Yo siempre te hablaré de Jesús. Ésa es mi misión: darte a conocer a Jesús. Esto es así. Recordemos las palabras de Jesús: "Cuando venga el Paráclito, que Yo os enviaré del Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de Mí" (Jn 15,26)... "Él no hablará por Sí mismo, sino que hablará de lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir" (Jn 16,13). O sea, hablará de lo que oiga al Padre y al Hijo. Y a continuación: "Él me glorificará porque recibirá de lo Mío y os lo dará a conocer. Todo lo que el Padre tiene es Mío. Por eso os dije que tomará de lo Mío y os lo anunciará" (Jn 16, 14-15). Al fin y al cabo, como dijo Jesús: "Yo y el Padre somos Uno" ( Jn 10,30) y  "El que me ve a Mí ve al Padre" (Jn 14,9 )

En la primera carta de San Juan se nos dice que "Dios es Amor" (1 Jn 4,9). En realidad, Dios es todo Amor, aunque el Amor en Dios se le atribuye al Espíritu Santo. La frase bíblica que dice que "el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn4, 16b) debe ser completada por esta otra: "El que guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 3, 24a). Al compararlas se observa que la guarda de sus mandamientos y el permanecer en su amor viene a ser lo mismo. Pero, ¡ojo!: "Éste es su mandamiento: que creamos en el Nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, conforme al mandamiento que nos dio" (1 Jn 3,23).Y continúa: "...por esto conocemos que Dios permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado" (1 Jn 3, 24b).  

Todo amor procede de Dios pero a través del Espíritu Santo, que es el que lo pone en nuestro corazón. Si amamos a Dios y amamos a los hombres y amamos el trabajo, el sacrificio, la alegría, la verdad, la bondad, el bien, la justicia, la belleza, etc..., todo ello se lo debemos al Espíritu Santo. Por eso dijo Jesús: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre: el Espíritu de Verdad" (Jn 14, 16-17a) "...Ese día conoceréis que Yo estoy en el Padre, y vosotros en Mí y Yo en vosotros." (Jn 14, 20). Las palabras que vienen a continuación son de una profundidad que nos sobrepasa, como corresponde a todo lo que es sobrenatural pero, en este caso, más sobrenatural todavía, si cabe:

"Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23). O sea, el Espíritu Santo mora en nosotros, como también el Padre y el Hijo. Somos morada de Dios, templos vivientes de Dios. En la unión íntima con Jesucristo que tiene lugar por su Espíritu, podemos dirigirnos al Padre y el Padre se dirige también a nosotros, pues nuestra unión con el Hijo es también unión con el Padre en un mismo Espíritu. Participamos de la misma naturaleza divina, sin ser nosotros mismos dioses; y esto por pura gracia, sin mérito alguno por nuestra parte. De hecho esta era una de las expresiones de despedida que utilizaba San Pablo con frecuencia, en donde aparece reflejada la trinidad de Personas en Dios: "La gracia del Señor Jesucristo y el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Cor 13, 13)