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lunes, 23 de junio de 2014

La Iglesia Católica es la verdadera: Prolegómenos (3) Verdad y libertad

[Antes de proceder a la lectura de esta entrada (obsérvese que ha cambiado el nombre que inicialmente tenía) sería conveniente leer la aclaración correspondiente. Ésta puede leerse pinchando aquí]

Continuemos con nuestro razonamiento: en primer lugar, hemos dicho que la verdad acerca de las cosas no depende de que las comprendamos o no. Lo real se nos impone. Y esto lo queramos o no, lo comprendamos o no. Esta realidad puede ser evidente, puede ser demostrada científicamente o puede que, aun siendo razonable, se encuentre en un ámbito tal que, no siendo contradictoria en sí misma, supere todas nuestras posibilidades de razonamiento: en este último caso nos adentramos en lo sobrenatural, en el terreno del misterio. En los tres casos considerados hay algo en común: la realidad. El hombre no crea la realidad, sino que está sometido a ella. Y este sometimiento a lo real, cuando se admite libremente, nos hace libres, porque nos sitúa en la verdad (no importando ya si ésta es o no evidente, si se puede o no se puede demostrar; o incluso si no hay manera humana de demostrarla y sólo se puede acceder a ella a través de la fe). 



El amor a la verdad es la actitud normal en un hombre normal (normalidad que, todo hay que decirlo, no abunda demasiado).  El que ama la mentira (y son muchos los que entran en este grupo "anormal") sólo se dejará conducir por sus propios intereses. Asentirá a lo que le interese y negará lo que no le interese. La opción por la mentira lleva al hombre a negar incluso lo que es evidente.  Y no tendrá ningún problema en negar aquello que haya sido demostrado científicamente, si tal demostración, por lo que sea, contraría sus "intereses" (lo hemos podido ver en el caso del aborto). Y, por supuesto, ... negará siempre, y esto de modo sistemático, todo aquello que perciba como sobrenatural. Admitirlo equivaldría a admitir una autoridad por encima de él, lo que sería un atentado a su "libertad".  

El hombre de hoy no está por la labor de que nadie le diga o le recuerde lo que es bueno y lo que no lo es: nadie tiene derecho a decidir por él acerca de la bondad o la maldad de las cosas. Sólo él puede decidirlo, conforme a su conciencia. Y lo que decida siempre será "lo correcto". Dios, por lo tanto, aparece como una amenaza a su "libertad". Esa es la razón última por la que el hombre quiere desterrar a Dios del horizonte proclamándose dios a sí mismo: Dios ha muerto y el hombre ha ocupado su lugar. ¡No hay otro dios que el propio hombre!  Volvemos de nuevo a la vieja tentación del  "Seréis como dioses" (Gen 3,5), que vuelve a surgir hoy con una fuerza insospechada.

(Continuará)