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martes, 24 de julio de 2018

Vírgenes y mártires en modo #Francisco



Muchas son las modas que el pontificado del Papa Francisco está imponiendo en la Iglesia y algunas tienen ese gustillo tan propio del mundo posmoderno, de ese mundo que busca negar la evidencia, es decir, rebelarse por puro imperio de la voluntad contra la realidad que, en el fondo, no es otra cosa que rebelarse contra el Creador de esa realidad. 

Dicho de otra manera, el Santo Padre quiere que las cosas sean como él quiere que sean, y si no son así, peor para las cosas, porque él continuará imponiéndoles su jesuitica voluntad. Él quiere que el pasto sea azul y aunque los prados con todas sus hierbas proclamen a viva voz que son verdes porque así los hizo el Creador, peor para las praderas y pastizales: por decreto o breve pontificio serán azules.

Veamos dos ejemplos de los últimos días. El 4 de julio se dio a conocer un documento de la Sede Apostólica titulado Ecclesiae Sponsae Imago, dedicado a regular el noble orden de las vírgenes, vocación de vida de muchas mujeres que permanecen solteras, consagrando su virginidad al Señor, pero sin pertenecer a ninguna orden religiosa (o prelatura personal). 

Se trata de una antiquísima institución de la Iglesia que en las últimas décadas cobró nuevo auge. Pues bien, nuestro Beatísimo Padre ha dispuesto, en un borbotón de puro voluntarismo que, para pertenecer al orden de las vírgenes, no hace falta ser virgen:
"... se tendrá presente que la llamada a dar testimonio del amor virginal, esponsal y fecundo de la Iglesia a Cristo, no se reduce al signo de la integridad física, y que haber guardado el cuerpo en perfecta continencia o haber vivido ejemplarmente la virtud de la castidad, aunque es de gran importancia en orden al discernimiento, no constituye requisito determinante en ausencia del cual sea imposible admitir a la consagración", dice en el número 88. Es decir, que el pasto es azul.
Posiblemente lo que no esperaba el Santo Padre es que las vírgenes consagradas se le levantaran en armasPocos días después de conocido el documento, la Asociación de Vírgenes Consagradas de Estados Unidos sostuvo que:
"se encontraban profundamente decepcionadas por la negación de que la virginidad integral es el fundamento esencial y natural de la vocación". 
“Es impactante escuchar de la Madre Iglesia que la virginidad física puede ya no ser considerada un prerrequisito esencial para la consagración a una vida de virginidad".
¿Y cómo no entenderlas? Esta política de inclusividad y misericordiosis propia del pontificado de Bergoglio choca con los límites que fija la realidad. 

La situación me recuerda los conflictos que se están ocasionando en deportes como el hockey sobre césped o el boxeo femenino cuando intenta integrar alguno de estos equipos un señor que en un momento dado se autopercibió como mujer. 

Así como el Estado decide que un hombre que fue constituido como tal por la naturaleza pueda ser considerado mujer, así también el Papa Francisco decide que una mujer que perdió su su virginidad pueda ser considerada virgen. [Pinchar aquí]. Como bien dice la Cigüeña de la Torre, habrá que recurrir a los servicios de La Celestina que ejercía de remendadora de vírgenes.

La distinción que están reclamando con fuerza las vírgenes consagradas no implica un "acto de discriminación" sino un acto de realidad. 

Es cosa buena y preciosa que una mujer que no vivió "ejemplarmente la castidad" se convierta. Para eso vino Cristo, para buscar la oveja perdida, y qué mejor ejemplo que el de Santa María Magdalena, igual que el de los apóstoles. Pero a nadie se le ocurriría incluirla en el orden de las vírgenes, sino que ella es conocida como "penitente". Y de ese modo son conocidas tantas otras santas como Santa Thais de Alejandría o Santa Pelagia de Jerusalén. 

"Pues nada de discriminar", dice el Santo Padre, "son todas vírgenes porque lo digo yo y así lo decreto y mando".

Pero la tozuda afirmación de que el pasto es azul no se reduce a cuestiones de virginidad sino que el Papa Francisco está redefiniendo el martirio. Ya comentamos en este blog la milagrosa aparición en Argentina de tres mártires desconocidos: Angelelli, Longueville y Murias, que ya están siendo festejados. Y la semana pasada aparecieron dos nuevos mártires: Teresio Olivelli y Lucien Botovasoa.

La diferencia de estos dos hombres -sin duda ejemplares- con los "mártires argentinos" es abismal y no vale la pena detenernos en eso. Resulta también claro que eran virtuosos y buenos cristianos pero, ¿eso los convierte en mártires, aun cuando hayan sido asesinados? ¿Entregaron efectivamente su vida "por odio a la fe"? Yo tengo mis dudas. 

Insisto, la vida de tanto de Teresio como de Lucien fue ejemplar y más la quisiera yo para mi, y seguramente están contemplando el Rostro Divino, pero no termino de ver que hayan sido muertos por odio a la fe sino, en todo caso, por odio simple y puro a un enemigo del nazismo o a un opositor al régimen inicuo del rey malgache Tsimihoño. Pero todo esto, aunque meritorio, no puede traducirse sin más en odium fidei.

Veamos un caso análogo, el del requeté Antonio Molle Lazo, que muere en manos de los milicianos comunistas durante la Cruzada Nacional española, poco después asistir a misa. Los relatos de quienes presenciaron su muerte dicen: 
"Intentaron (los milicianos) varias veces que gritara: “¡Muera la religión!” y “¡Viva Rusia!”; a lo cual sólo respondía: “¡Viva Cristo Rey!” y “¡Viva España!” También, cuando le amenazaban con ir a matarle y a beber su sangre, dijo: “Me mataréis, pero Cristo triunfará”. De los labios de Antonio, sin embargo, no se escuchó ningún insulto. Ante su negativa a blasfemar y a renegar de la fe, le mutilaron las orejas y le sacaron los ojos y parte de la nariz, pero únicamente decía: “¡Ay, Dios mío!” y seguía profesando: “¡Viva Cristo Rey!” Recibía golpes en todo el cuerpo, pero fundamentalmente en la cabeza. Sobre su pecho seguía llevando, también ensangrentado, el “Detente” con el Corazón de Jesús sobre el fondo de la bandera española. Y, comprendiendo que llegaba ya su final, pues uno de los asesinos dijo que iba a dispararle, extendió cuanto pudo sus brazos en forma de cruz, colocó sus piernas asemejándose a las del Crucificado y, con todas cuantas fuerzas pudo sacar aún de su interior, gritó con voz potentísima: “¡Viva Cristo Rey!”
Se trata de un joven, como Teresio, que siempre había sido un buen cristiano, como Teresio y Lucien, y que se enrola en uno de los dos bandos de una contienda, como Teresio y Lucien. Pero a diferencia de ellos, fue asesinado claramente y sin duda alguna "por odio a la fe". 

Sin embargo, Antonio, hasta donde yo sé, no es beato y no creo que lo sea, pues para el Santo Padre estaba en el bando equivocado.

Las vírgenes no son vírgenes, los mártires no son mártires y el pasto es azul. ¡No nos cerremos al Espíritu! ¡Abrámonos a las sorpresas del Papa Francisco!

The Wanderer