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lunes, 10 de julio de 2017

CONCILIO VATICANO II: El mito de la hermenéutica de la continuidad (Javier Navascués)


La papolatría es un hecho muy extendido en la Iglesia católica. Muchos fieles tienden a infalibilizar todo lo que dice el Papa sin saber que el sucesor de Pedro sólo es infalible en condiciones muy restringidas y determinadas, cuando habla ex catedra, hecho que en la práctica se da muy pocas veces. Los grupos conservadores y muchos fieles en la Iglesia tienen una especial veneración por el Concilio Vaticano II y los documentos conciliares. Un concilio meramente pastoral al que elevan en la práctica a la categoría de dogmático e inerrante. Siguiendo la tesis de Benedicto XVI de la hermenéutica de la continuidad quieren interpretar el Concilio Vaticano II a la luz de la Tradición, sin rupturas ni fisuras, sin el más mínimo error, dando por bueno todo. Esto no puede ser.

José María Permuy profesional en el ámbito educativo. Conferenciante y autor de numerosos artículos relacionados con la doctrina tradicional de la Iglesia. En esta ocasión nos explica porque no se puede hablar con propiedad de hermenéutica de la continuidad.

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- ¿Por qué no puede admitirse esta tesis?

Porque es una verdad a medias, por muy bien intencionada que pueda ser. Es cierto que hay textos conciliares que admiten una doble o múltiple interpretación. Pero en ello, precisamente, reside el problema. Si esos textos fueran claros, no darían lugar a interpretaciones diversas. El problema de fondo, pues, no son las interpretaciones subjetivas, sino las ambigüedades y contradicciones objetivas en que incurren algunas de las afirmaciones del Concilio Vaticano II cuando se comparan con el Magisterio de siempre

Es verdad que a lo largo de los años los Papas han tratado de aclarar algunas cuestiones doctrinales, como el primado del Papa o la necesidad de Cristo y su única Iglesia para la salvación. Pero no es menos cierto que, en otras ocasiones, los Papas, incluido Benedicto XVI, han favorecido, teórica o prácticamente ideas conciliares contrarias o ajenas a la Tradición de la Iglesia, tales como la separación entre la Iglesia y el Estado, los encuentros ecuménicos e interreligiosos para orar juntos, el reconocimiento del “martirio” de los herejes y cismáticos, la traducción de la Misa a las lenguas vernáculas y la progresiva introducción o permisión de la comunión en la mano, los ministros extraordinarios de la Eucaristía y las niñas monaguillo… Francisco no hace otra cosa sino llevar hasta sus últimas consecuencias esas erróneas ideas.
Si los propios Papas han incurrido en interpretaciones heterodoxas en algunos importantes aspectos, es porque los textos conciliares se lo han permitido. Es evidente que, si se atuvieran a encíclicas como Mortalium animos, Mediator Dei, Quas primas, Vehementer nos, o Inmortale Dei, ello no hubiera sido posible.

- ¿Qué supuso realmente el Concilio Vaticano II para la Iglesia?

A raíz del Concilio se ha hecho más visible una falsa “iglesia” que parasita la única Iglesia de Cristo, que es la católica. Afortunadamente la Iglesia es una e indivisible. La doctrina no cambia. La unidad de gobierno, bajo la autoridad del vicario de Cristo, no cambia, aun cuando en ocasiones, tal como enseña Santo Tomás de Aquino, tomando ejemplo del apóstol san Pablo, los fieles tengamos el derecho, y aun el deber, de enfrentarnos al Santo Padre y corregirle si toma decisiones que ponen en riesgo la integridad de la doctrina de la fe o la salvación de las almas.
Hasta el Concilio Vaticano II los herejes abandonaban la Iglesia o eran expulsados de ella. Los heterodoxos eran amonestados y castigados. Hoy están dentro, muy adentro. Son cardenales, obispos, sacerdotes, teólogos. No se van, No quieren irse. Prefieren quedarse dentro y tratar de que sus errores se impongan en la teoría o, al menos en la práctica. Lo peor es que los Papas apenas intervienen. En ocasiones no solo no se oponen sino que siguen o impulsan algunas de esas corrientes novedosas y heterodoxas.

Las puertas del infierno no prevalecerán. Es una promesa de nuestro Divino Salvador, Pero ello no quiere decir que, como advirtió Pablo VI, el humo de satanás no haya podido infiltrase en la Iglesia y provocar un proceso de autodemolición de la misma. ¿Lograrán Satanás y sus peones demoledores echar abajo la Iglesia? No. ¿Podrán causarle gravísimos desperfectos? Sin duda. En ello estamos.

- ¿Podría hacer una distinción entre las partes erradas, ambiguas e indiferentes de los documentos conciliares?

Con respecto a esto, para ser sinceros y ecuánimes, hay que empezar por reconocer que no sólo existen partes erradas, ambiguas e indiferentes, sino que la casi totalidad de las enseñanzas del Vaticano II son plenamente ortodoxas, edificantes, conformes con el Magisterio extraordinario y con el Magisterio ordinario universal de la Iglesia, así como, consecuentemente, con la Tradición católica. Pero, como es sabido, para ser hereje basta con negar una sola verdad de fe, aunque se defiendan vehementemente todas las demás.

Por otra parte, no todo error teológico es necesariamente una herejía. Aunque no por ello deja de ser error y, por tanto, peligroso y rechazable. El Concilio Vaticano II contiene afirmaciones indiferentes. Por ejemplo, cuando habla de la importancia de los medios de comunicación u otros asuntos similares que no tienen relación directa con la fe y la moral.

Contiene documentos ambiguos, como Dignitatis humanae, que, por un lado, afirma dejar íntegra la doctrina tradicional católica acerca de los deberes de las sociedades para con Cristo y la verdadera religión, pero por otro lado, sostiene, en oposición al Magisterio Tradicional, que la libertad de difundir públicamente las religiones falsas es un derecho que los Estados deben respetar.

Existen errores, como afirmar, sin mayores aclaraciones, en contra de lo establecido en el Concilio Ecuménico de Florencia, que los herejes y cismáticos pueden ser mártires si derraman su sangre por confesar a Cristo.

Y no olvidemos los silencios cómplices, como la ausencia de condena moral explícita al comunismo. No es lugar esta entrevista para hacer una enumeración exhaustiva de las ambigüedades y errores del Vaticano II. Para abundar en el tema, recomiendo tres libros: Iota unum, de Romano Amerio; Vaticano II, una explicación pendiente, de Brunero Gherardini; Sinopsis de los errores imputados al Concilio Vaticano II, Sí, sí, no, no.

- Por lo tanto no sería parte de la Tradición todo lo enseñado allí…

Desde luego que no. En materias como la libertad religiosa, las relaciones entre la Iglesia y la comunidad política o el papel de las religiones falsas y las comunidades heréticas y cismáticas en la salvación de los hombres, por poner solo algunos ejemplos, hay enseñanzas novedosas, no compatibles con la Tradición.

- Monseñor Lefebvre fue contrario a los errores del Concilio y firme en defensa de la Tradición…

Ciertamente Monseñor Lefebvre ha sido, no sé si el primero, pero sí el más destacado Pastor de la Iglesia que, desde el principio y hasta su muerte, perseverantemente, denunció los errores, contradicciones, omisiones y ambigüedades del Concilio Vaticano II. Hoy, cuando contemplamos atónitos como un día tras otro Francisco impulsa lo peor del Concilio Vaticano II hasta sus consecuencias más extremas y nefastas, la figura de Monseñor Lefebvre deslumbra más que nunca como la de un hombre profético.

- ¿Por qué los grupos conservadores defienden ciegamente el Concilio?

No es fácil encontrar una explicación. De hecho, puede haber muchos motivos y no siempre ni en todos los casos impulsados por mala fe y voluntad. En el caso de algunos obispos, sacerdotes y superiores de órdenes religiosas y congregaciones, es muy posible que, aunque quieran autoconvencerse de que lo hacen por obediencia, pese en ellos el miedo a las represalias, perder su cargo, incluso su sustento diario; el riesgo de ser intervenidas sus comunidades por la Santa Sede…

Otro motivo es lo que muchos denominamos papolatría. Considerar que los Papas no se pueden equivocar nunca cuando hablan en materia de fe y moral. El Concilio Vaticano I definió la infalibilidad del Papa cuando se dan determinadas condiciones: que expresamente quieran definir como definitiva una verdad referente a la fe o la moral.  Ello implica que, si no se dan esas condiciones, los Papas no necesariamente están asistidos por el Espíritu Santo con el carisma de la infalibilidad, pueden errar. También en cuestiones de fe y moral. Si no fuera así, el Concilio Vaticano I hubiera definido que el Papa no se equivoca nunca cuando habla de fe y moral, y punto. Sin más distinciones, matices, aclaraciones y disquisiciones. Por otra parte, los Papas, aún sin proferir o escribir herejías, no están exentos de la posibilidad de pecar favoreciéndolas, por acción u omisión, como demuestra el caso del anatematizado Papa Honorio I.

Otra razón por la cual hay católicos no progresistas que defienden el Concilio Vaticano II es que, como Benedicto XVI, consideran que los pasajes oscuros o ambiguos del Concilio pueden ser reinterpretados a la luz de la Tradición. Es decir, si existe un párrafo oscuro, se proyecta la luz de la doctrina tradicional y ya todo se aclara. No aciertan a reconocer que lo malo es que el párrafo, en sí mismo, sea oscuro
Además, no todo el mundo tiene un conocimiento del Magisterio Tradicional de la Iglesia como para reinterpretar correctamente esos oscuros textos. De hecho, el Concilio Vaticano II se ha convertido en el casi único texto magisterial de referencia para todos los católicos. ¿Dónde se imparten ya las enseñanzas de Trento o el Magisterio de los Papas anteriores al Vaticano II?
Por eso, lo que hay que hacer, no es proyectar luz sobre los textos oscuros, sino cambiar esos textos para que en sí mismos y para todo el que los lea, sean claros

[ESTO, A MI ENTENDER, ES DE SUMA IMPORTANCIA]

También hay quienes, aprovechando que en el Concilio Vaticano II, junto con expresiones o afirmaciones sombrías sobre algún tema, coexisten otras que sí son nítidas y acordes con la Tradición, lo que hacen es destacar estas últimas y obviar las primeras. Hacen lo mismo que los progresistas, pero en sentido contrario.

Javier Navascués