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lunes, 5 de mayo de 2014

La vía de los hechos: Discontinuidad entre teoría y praxis en la Iglesia (2 de 17)

NOTA: El índice de las 17 entradas sobre "La vía de los hechos" se ha introducido cuatro años después. Puede accederse a él, directamente, pinchando aquí.


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Retomando el hilo inicial, es preciso reconocer que la praxis (es decir, lo que realmente se practica) no suele ir al unísono con la teoríaNo en todos los casos pero sí en una gran mayoría (mayoría que va 'in crescendo' con el paso del tiempo) la sensación que se percibe, basada en hechos reales, no es precisamente la de continuidad.  Más bien al contrario: lo que se aprecia -si se mira con objetividad y sin prejuicios- es la existencia de una gran discontinuidad entre la Iglesia de ahora y la Iglesia anterior al Concilio Vaticano II.

Esto no es una opinión: como digo, los hechos están ahí para confirmarlo, aunque sólo será percibido por quienes han conocido la Iglesia anterior al Concilio Vaticano II y por quienes, no habiéndola conocido, debido a su corta edad, han tenido la suerte de ser enseñados por buenos pastores, fieles a las enseñanzas de Jesucristo y a la Iglesia de toda la vida ... pues la Iglesia de hoy "parece" una Iglesia diferente a lo que siempre ha sido la Iglesia. 


Dicho lo cual hay que aclarar inmediatamente que, puesto que profesamos la fe católica, nuestro deber es prestar respeto, obediencia y fidelidad a la Jerarquía, cuya legitimidad no se puede negar en absoluto. No es lícito separarse de la Iglesia; cada uno no puede formar su propia Iglesia: ¡eso es absurdo! Es preciso tener muy claro que "donde está Pedro, está la Iglesia" ("Ubi Petrus, ibi Ecclesia"); de modo que si prescindimos de Pedro nos excluimos de la Iglesia a nosotros mismos. 


Ello no obsta, sin embargo, para que existan también en la Iglesia malos pastores. Siempre los ha habido. Por supuesto que hay buenos pastores: sin ellos la Iglesia no podría subsistir. Los tiene, siempre los ha tenido y siempre los tendrá, pues "las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16,18). Pero también existen los malos pastores. Ahí está la evidencia de los hechos para demostrarlo. Y, sin embargo, hay mucha gente que está convencida de que todos los pastores son buenos, automáticamente, por razón de su cargo, por el mero hecho de ser pastores. Y eso no es así.

Sólo existe en la Iglesia un cargo que lleva consigo la condición de la infalibilidad: el cargo del Romano Pontífice, el Papa. Y esto sólo si habla "ex cathedra", cumpliendo las cuatro estrictas condiciones que están claramente indicadas y definidas en la Constitución Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I. 
Cuando, cumpliendo con su cargo de Pastor y Doctor de todos los cristianos(1) Hace uso de su suprema autoridad apostólica (2) y declara que una doctrina referente a la Fe o a las costumbres (3) debe ser sostenida (4) por la Iglesia Universal... en ese caso sus palabras son infalibles y no pueden ser objeto de discusión, pues tiene la asistencia divina que le fue prometida en la persona de Pedro. 



Jesús, como no podía ser de otra manera, nos ha dejado señales muy claras para que podamos discernir, sin ninguna duda, entre los buenos y los malos pastores, de modo que sigamos a los primeros y nos apartemos de los segundos, pues en ello nos va la salvación eterna. No tenemos más que leer con atención la parábola del buen Pastor (Jn 10, 1-18) en donde se dice que el mal pastor "es un mercenario y no le importan las ovejas" (Jn 10, 13) pues no son suyas. Y así cuando "ve venir al lobo, deja las ovejas y huye- y el lobo las arrebata y las dispersa" (Jn 10,12). En cambio el buen Pastor "llama a sus ovejas por su nombre" (Jn 10,3) va delante de ellas" (Jn 10, 4)..."y da su vida por sus ovejas" (Jn 10,11) Por eso "las ovejas le siguen porque conocen su voz" (Jn 10,4). "Pero no siguen a un extraño, sino que huyen de él, porque no conocen la voz de los extraños" (Jn 10,5). Y añade Jesús: "Yo soy el buen Pastor" (Jn 10,11) 

Las ovejas siguen únicamente al buen Pastor, que es Jesús; y escuchan sólo su voz, esa voz que partiendo de Jesús ha sido mantenida por su Iglesia durante veinte siglos, enseñada por sacerdotes empeñados en hacer suya la vida de Cristo. Esa voz les llega al corazón porque es "la palabra de Dios, que es viva y eficaz, más aguda que una espada de doble filo" (Heb 4,12), y "puede distinguir los sentimientos y los pensamientos del corazón" (Heb 4,12)

La Iglesia no puede inventar nuevas verdades;  sólo las que ya hay contenidas en la Revelación: "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y lo será siempre" (Heb 13,8). Por eso decía San Pablo a Timoteo: "Permanece fuerte en la gracia de Cristo Jesús; y lo que de mí oíste ante muchos testigos, confíalo a hombres fieles, que sean capaces a su vez de enseñar a otros" (2 Tim 2, 1-2). Ésta es la razón por la que la voz que oyen las ovejas, cuando esa voz procede de malos pastores, les parece extraña; lo que es de sentido común: esa voz es extraña sencillamente porque es diferente y no concuerda con lo que siempre han oído de los buenos pastores a lo largo de veinte siglos de historia de la Iglesia, no es conforme a lo que el Magisterio de la Iglesia siempre ha enseñado y transmitido.


Esa extrañeza que sienten las ovejas es un indicativo claro de que, tal como decía Jesucristo, están escuchando la voz de un mal pastor. Por eso los verdaderos fieles deben huir de los malos pastores, de aquellos que no les enseñan la doctrina que Jesucristo predicó. Si un fiel se extravía es porque sigue las voces de los extraños, de los que son malos pastores.  

En todo caso, también hay que decir, como señala el padre Alfonso Gálvez, que doctrinalmente no vale la pena inquietarse demasiado, por la sencilla razón de que el nuevo Magisterio jamás ha querido imponer su autoridad, confiándolo todo al diálogo y la discusión, sin pretender tocar para nada- conforme a sus repetidas afirmaciones- los dogmas y las doctrinas establecidas. Por lo tanto, el fiel católico que desee atenerse a una enseñanza segura, habrá de acudir necesariamente a las doctrinas ya establecidas como tales por un Magisterio que sí que comprometió su autoridad, el Magisterio anterior al Concilio Vaticano II.


(Continuará)