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viernes, 7 de diciembre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO VII)


Recapitulemos brevemente lo dicho hasta ahora, y continuemos con nuestra reflexión en torno a este maravilloso misterio de la Santísima Trinidad. Como ya sabemos…

“En el principio existía el Verbo; y el Verbo estaba con Dios; y el Verbo era Dios” (Jn 1,1). “Todo fue hecho por Él; y sin Él nada se hizo de cuanto ha sido hecho” (Jn 1, 3-4a). Y este Verbo, que es Dios (el Único) y que existe desde el principio y por quien fueron hechas todas las cosas, “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Jesucristo es el Verbo de Dios, encarnado; y “siendo de condición divina… se hizo semejante a los hombres…, haciéndose obediente (a su Padre) hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2, 7-8).

Por eso pudo decir, por una parte: “El Padre y Yo somos uno” (Jn 10,30) y “Antes de que Abraham existiese, Yo soy” (Jn 8,58). Jesucristo, Hijo de Dios Padre, es de la misma naturaleza divina que el Padre y, por lo tanto, es verdaderamente Dios. Pero, por otra parte, tomó también nuestra naturaleza humana como propia, realmente propia, y se hizo verdaderamente hombre, uno de nosotros, “probado en todo igual que nosotros, menos en el pecado” (Heb 4,15). Ambas cosas se dan en Jesús: es verdadero Dios y es verdadero hombre.

La unicidad de Dios no queda mermada en modo alguno, aunque así pudiera parecer a una mirada superficial. Sigue habiendo un único Dios, “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” (Ex 3,15). Pero hay una novedad sumamente importante: es la comprensión de este único Dios la que Jesucristo ha venido a traernos, en obediencia a la voluntad de su Padre. Nuestro conocimiento de Dios se enriquece gracias a la venida de Jesús; y de un modo tal que ninguna mente humana sería capaz de imaginar, puesto que Jesús no es que nos hable de Dios, sin más, sino que Él mismo es Dios: “Felipe, el que me ve a Mí ve al Padre” (Jn 14,9). Así lo afirma también San Juan, quien dice que aunque “a Dios nadie lo ha visto jamás, Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, … nos lo ha dado a conocer” (Jn 1,18).

Decididamente, quedan patentes en Jesucristo las palabras bíblicas, palabras de Dios, en definitiva, cuando dice: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos” (Is 55,8). Jamás persona humana alguna hubiera sido capaz de concebir algo tan sublime, tan grande, tan inefable, tan extraordinario… No cabe en la mente humana que Dios se haga hombre sin dejar de ser Dios, que siendo un solo Dios, se trate, sin embargo, de Personas distintas, una de las cuales, el Hijo, es enviado por la otra, el Padre, con una misión, que a nosotros nos sobrepasa y que conlleva que el propio Hijo tome nuestra naturaleza humana, haciéndose realmente hombre, en cumplimiento de la Voluntad de Su Padre, una Voluntad que es también la Suya propia, porque el Hijo hace siempre aquello que agrada a su Padre (Jn 8,29).

La grandeza de Dios se manifiesta en la debilidad: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado… y lleva por nombre Consejero maravilloso, Dios fuerte,…”(Is 9,5). “Mirad, la virgen está encinta y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel” (Is 7,14), que significa “Dios con nosotros”. Esta profecía de Isaías se cumplió en Jesús, de quien dice el Ángel a María: “Será grande, se llamará Hijo del Altísimo… reinará eternamente… y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 32-33).

¡Imposible, absolutamente imposible la comprensión de este proceder de Dios por ningún ser humano! ¡¿Que Dios, creador de todo cuanto existe, se haga un niño pequeño e indefenso?!... ¡Vamos, eso no se le pasa a nadie por la cabeza, ni se le puede pasar! ¡Eso es una locura! Y, sin embargo, así ocurrió: ¡es la locura de Dios! Lo sabemos porque así nos lo ha revelado el mismo Dios, en la Persona de su Hijo, Jesucristo. Tremendo misterio éste, en el que nos iremos adentrando, poco a poco, …, e iremos descubriendo que se trata, en realidad, de un Misterio de Amor; y descubriremos también que es precisamente este Amor, y sólo este Amor, el Único capaz de dar sentido a nuestras pobres vidas que, ahora, han venido a ser enormemente valiosas porque, para Él, somos importantes.

(Continuará)