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lunes, 27 de junio de 2016

Matrimonios y algo más (The wanderer)


Original pinchando aquí [Nota: algunas palabras son propias de Sudamérica o están inventadas, irónicamente, pero su significado se adivina por el contexto. Las he puesto en cursiva. También, entre corchetes y en azul, he indicado una afirmación que hace el autor, con la que no estoy de acuerdo]




Empecemos por manifestar el lugar común: vivimos tiempos difíciles. Si bien la Iglesia visible–en su bimilenaria existencia– ha atravesado todo tipo de trances y aprietos, cada vez me encuentro más obligado a reconocer que estos días son sus peores. Si desde hace unos años el modernismo –“suma de todas las herejías” al decir de SS. San Pío X– golpea desde el interior sus cimientos, hoy podemos afirmar, sin temor a estar exagerando, que el mismo se encuentra en su apogeo.

Son varios los signos que dan cuenta de ello pero hace unos días ocurrió uno que tuvo un impacto especial en mi alma. Y sí, tiene que ver con el actual Pontífice (Dios lo tenga pronto en su gloria). Como es de público conocimiento, en otro episodio de sus incontenciones sermoniales en Casa Santa Marta (Pobrecita. Está bien que el Señor la retó, pero no merecía que la recordásemos sólo por la calidad de quien se aloja en el hospedaje dedicado a su memoria), nuestro Pontifex peronistorum habló del sacramento del matrimonio: poco de su naturaleza, mucho de casuística, como no podría ser de otra manera. En concreto, hay dos afirmaciones suyas que tuvieron eco inmediato y tristemente sonoro.

1° Que la gran parte de los matrimonios cristianos son nulos (Sí, dijo “la gran parte”. No “algunos” como quisieron disfrazarlo posteriormente)

2° Que en algunas parejas de convivientes (aka “concubinos”) existe auténticamente la gracia matrimonial.

Creo que sobre lo primero no hay mucho que discutir, al menos en principio. Quien sea que haya tomado un mínimo contacto con alguna parroquia donde se celebren varios casamientos por fin de semana podrá, con la simple empeiría, descifrar que la gran mayoría no tiene ni la menor idea de lo que está haciendo. Ergo el matrimonio es nulo (¡Si sólo esa lógica se aplicase también a los cónclaves, como pedía alguien en Twitter!)

Ahora bien, lo segundo es lisa y llanamente una herejía y, dependiendo de las intenciones de quien formuló la triste frase, un pecado contra el Espíritu Santo. Porque decir que la vida íntima de Dios, la Trinidad misma (que no otra cosa es la gracia), habita en aquellos que están objetivamente en pecado mortal, es ir en contra de las Sagradas Escrituras, de la Tradición y de siglos de Magisterio solemnemente definido. No viene al caso citar aquí la enorme cantidad de fuentes que podrían traerse a colación. Quien lee estas líneas seguramente las conoce a la perfección, y quien necesita que se las citen para poder determinar si lo que dijo el Papa es o no una herejía, mejor deje de leer en este punto e indague a qué religión cree pertenecer.

No es la primera vez que Francisco desbarranca: lo sé. Tal vez tampoco sea la última: lo temo. Pero esta vez me impactó de otro modo. El matrimonio es un misterio muy grande que yo, recién, estoy empezando a descubrir a tientas, gateando y balbuceando. Como expresa maravillosamente la liturgia, es la única institución que no fue abolida por la culpa del pecado original; y es, a su vez, signo de la unión de Cristo con su Iglesia y del alma con su Señor. 

Decir que la gracia matrimonial está en los concubinos simplemente porque son fieles durante cierto periodo de tiempo (habría que ver toda la película, esto es, el desenlace de la vida, para saber si hay fidelidad real o no, como decía Aristóteles acerca del virtuoso), es simplemente ignorar lo que es la gracia, o directamente mentir sobre su naturaleza. Es renunciar al amor cristiano, que es ágape pero también eros sobrenaturalizado, para abdicar en favor del más tilingo amor hollywoodense, donde el true love es pura sensiblería barata o simple voluntarismo irracional que estropea no importa cuántos compromisos solemnes, juramentos consentidos e instituciones milenarias con tal de ser honestos consigo mismos.

Esta renuncia es un claro signo modernista. Porque la Iglesia modernista se caracteriza por perder (o negar) el enfoque de su misión originaria ya que renuncia, más o menos explícitamente, a predicar y propiciar el Reino de Dios “que no es de este mundo” en los corazones de los hombres. Prefiere, antes bien, predicar el reino de los hombres, endulzado –eso sí– con alguna pizca de mensaje espiritual o de referencia al Altísimo (“No tomarás su Santo Nombre en vano”) Así, el modernista olvida (o niega) que la Iglesia debe ser un “contramundo en el mundo”, en palabras de Nicolás Gómez Dávila; y que la felicidad y libertad auténticas están en el conocimiento y en el amor de Dios y en la guarda de sus mandamientos, pedidos centrales que rezamos en la Oración Dominical (Cfr. San Cipriano, La oración del Señor, §§12-14). 

La Iglesia debe ser “sal de la tierra” sin ser ella misma “tierra” (es decir, carnal); estar en la tierra para transformar lo carnal en espiritual, para que los que aún son limo de la tierra “empiecen a ser celestiales, nacidos del agua y del espíritu” (San Cipriano, op. cit., §17).

Pero el modernista no cree en esto. Y Francisco, al decir lo que dijo, manifiesta que no cree en esto. Porque si es cierto que la gran parte de los matrimonios cristianos son nulos [esta afirmación no se puede demostrar y yo no lo creo, sinceramente], lo que urge es reforzar la casi inexistente catequesis prematrimonial … o dejar de celebrar casamientos. No pretender que la gracia matrimonial es una construcción humana que depende de las ganas (hoy los jóvenes usan otra palabra referida a las partes pudendas) que le pongamos a querernos.

Así, aunque podría argumentarse que Dios Todopoderoso no se ata a los medios que Él mismo ha instaurado, y que –si es su Voluntad– puede salvar a alguien por fuera del orden común de los Sacramentos, no es menos verdadero que la Iglesia posee como misión principalísima propiciar la salvación de los hombres a través de ellos en tanto signos eficaces de la Gracia. Y no creer en la eficiencia de los Sacramentos, relativizar su importancia y banalizar su celebración son, a mi modo de ver, un pecado contra su Autor.

En otras palabras, como indica John Henry Newman, “hay una Iglesia visible, con sacramentos y ritos que son los canales de la gracia invisible” (Apología pro vita sua). Según Fernando Cavaller, esta verdad tan profunda o, mejor dicho, la meditación detenida de la misma fue la que llevó al célebre inglés y a otros a los umbrales de la Iglesia de Roma. Y es esa misma verdad la que hoy es negada precisamente en Roma, justamente por boca de su Obispo

“Ironías del destino” pensará el pagano; “misteriosos designios de la Providencia”, sabe el cristiano. Sólo queda para nosotros rogar con el salmista: “…es hora de que actúes, Señor: han quebrantado tu voluntad”.


El Profesor de Worms