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sábado, 10 de octubre de 2015

¿Qué significa el matrimonio católico?


Homilía del padre Santiago Martín, en la que deja muy claro que Jesucristo es misericordioso, más que pueda serlo ninguno de nosotros; pero no comulga con la mentira. En Él se da siempre, junto a la Misericordia y la comprensión para con todos, la Verdad que, consiste, entre otras cosas, en llamar a las cosas por su nombre. 

Duración: 22:16 minutos
[Escucha con preferencia los siete últimos minutos]

El Papa tiene la misión de confirmar a sus hermanos en la fe que ha recibido: El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, es un adúltero. La que se divorcia de su marido y se casa con otro es una adúltera. Ambos se encuentran en una situación de pecado, de separación de Dios. Son acogidos con misericordia pero con vistas a su conversión para que su pertenencia a la Iglesia sea eficaz. No están excomulgados, no están fuera de la Iglesia. Y esto no porque lo haya dicho el papa Francisco: siempre ha sido así. Pero no pueden acercarse a recibir la sagrada comunión, pues necesitan arrepentirse de sus pecados primero; y, una vez que estén en gracia de Dios, entonces podrán acercarse al sacramento de la Eucaristía. 


Esto no es algo nuevo, sino que siempre ha sido así, desde que Jesucristo elevó el matrimonio a la categoría de sacramento. Esa es la razón por la que un sacerdote no puede dar la comunión a un divorciado que se ha vuelto a casar. Esas personas necesitan arrepentirse primero y salir de su estado de pecado. Y entonces -y sólo entonces- podrán recibir la sagrada comunión, pues "quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor" (1 Cor 11, 27). "Quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11, 29).

[Si no hay comunión de vidas entre Jesucristo y aquel que se acerca a recibir la comunión, al no encontrarse éste en estado de gracia, añade un nuevo pecado, que es el de sacrilegio, a los pecados que ya tenía. Por eso -y para eso- instituyó Jesucristo el sacramento de la Confesión, en el que el hombre se reconcilia, se pone en paz con Dios y recobra la gracia santificante que había perdido. Y es entonces cuando puede acercarse al sacramento de la Comunión; pues no hay que olvidar que en la Eucaristía está Jesucristo realmente presente, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

La presencia real de Jesucristo en la Eucaristía es la clave para entender que este sacramento no se puede tomar en broma. Uno no puede acercarse a recibir al Señor de cualquier manera. 

En la parábola de los invitados a las bodas, una vez que la sala se llenó de invitados, malos y buenos, "entró el Rey para ver a los invitados, y vio allí a un hombre que no tenía traje de boda, y le dijo: 'Amigo, ¿cómo es que has entrado aquí sin llevar traje de boda?' Pero él calló. Entonces el Rey dijo a los criados: 'Atadlo de pies y manos y echadlo a las tinieblas exteriores: allí habrá llanto y crujir de dientes" (Mt 22, 12-13).

Siempre se ha considerado que el traje de bodas simboliza el estado de gracia; de ahí que aquel que se 'coló' -por así decirlo- en el banquete, fue expulsado por el mismo Rey. A todos, malos y buenos, se les había proporcionado ese traje, condición necesaria para entrar al banquete. 

Si nos fijamos, el interpelado por el Rey calló. Podría haberse disculpado ante el Rey, pero no lo hizo. Por eso mereció el castigo y fue expulsado del banquete de bodas. Eso es lo que ocurre con todo aquél que se acerca a recibir a Jesucristo en la Eucaristía sin el traje de boda, es decir, sin haber pasado antes por el sacramento de la Confesión para recobrar la gracia, en caso de que la hubiera perdido, a causa del pecado. 

Yo, al menos, siempre lo he entendido así, de las enseñanzas que he recibido. No descarto que hayan otras interpretaciones de esta parábola aunque, desde luego, de lo que no cabe duda, es de que tiene que haber una relación de amistad entre el Rey y los invitados. Y esta relación viene simbolizada en la parábola por el traje de bodas que, a mi entender, es el estado de gracia en el que se debe de encontrar todo aquel que se acerque a recibir al Señor en el santo sacramento del altar]