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miércoles, 19 de agosto de 2015

ACERCA DEL SÍNODO ... Y LAS SAGRADAS ESCRITURAS (Luis Fernando Pérez Bustamante)


Un nuevo artículo del director de Infocatólica en el que habla, con el Nuevo Testamento en la mano, sobre el tan manido y llevado tema de la comunión de los divorciados vueltos a "casar". El original puede leerse aquí


 

Pues sí, señores míos, resulta que aquellos que osamos defender la fe de la Iglesia somos acusados constantemente de ser una panda de fariseos, rigoristas y personas sin corazón a las que gusta ver sufrir a los demás bajo el peso de leyes y normas asfixiantes.

Basta decir sí y amén a esto…:

La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez.
Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.  


(Familiaris consortio, 84)

… para caer bajo esa acusación


Por supuesto, eso implica que San Juan Pablo II, y con él todos los papas y concilios ecuménicos, especialmente el de Trento, donde se ratificaron las palabras de Cristo sobre el matrimonio y el adulterio, así como las de San Pablo sobre la imposibilidad de comulgar en pecado mortal, eran igualmente fariseos, rigoristas, etc.

Nosotros somos mala gente porque creemos esto:

- El que quiere a su padre o a su madre más que a Mí, no es digno de Mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a Mí, no es digno de Mí ( Mat 10,37)

Y esto:

- Porque el amor de Dios consiste precisamente en que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son costosos (1ª Jn 5,3)

Y esto:

- No cometerás adulterio (Ex 20:14)
- Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con la repudiada por su marido, comete adulterio (Luc 16,18)

Y esto:

- ¿No sabéis que ningún malhechor heredará el reino de Dios? No os hagáis ilusiones: los inmorales, idólatras, adúlteros, lujuriosos, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios (1Cor 6,9-10)

Y, oh perversidad de las perversidades, también esto:

- Así pues, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor (1ª Cor 11,27)

Pero, sobre todo, somos muy mala gente porque, míseros de nosotros, creemos que la gracia de Dios capacita al hombre para no vivir en pecado, arrepentirse cuando peca para poder recibir el perdón de Dios y - esto ya es el colmo- crecer en santidad.

Es decir, tenemos la desvergüenza de creer que los que, según Cristo, viven en adulterio, deben dejar de vivir así


Y decimos saber que tal cosa es posible porque:
 

- Dios es quien obra en vosotros el querer y el actuar conforme a su beneplácito. (Fil 2,13)
 

- No os ha sobrevenido ninguna tentación que supere lo humano, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder soportarla con éxito. (1ª Cor 10,13)

- ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? (1ª Cor 6,19)

Somos tan malvados que respondemos no a esta pregunta:

- ¿Y qué diremos? ¿Tendremos que permanecer en el pecado para que la gracia se multiplique? (Rom 6,1)

Y, lo peor de todo, es que cometemos la indecencia de creer que esto es cierto:

- Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro le convierte, sepa que quien convierte a un pecador de su extravío salvará su alma de la muerte y cubrirá sus muchos pecados. (Stg 5,19-20)

Sin embargo, los verdaderos cristianos son ellos, porque creen que - la misericordia de Dios consiste en que da igual que vivas en adulterio -término a ser desechado-; 

- que lo de arrepentirse y vivir en santidad es cosa de héroes - no del cristiano común-, 
-que no puede negarse a nadie su derecho a rehacer su vida (aunque sea contradiciendo el mandato de Cristo)
y que, al fin y al cabo, si el Señor fue a la cruz por nuestros pecados, ¿qué más dará que sigamos pecando si nos va a perdonar de todos modos?

Ellos son los que agradan al mundo, que no entiende eso de que la gente tiene que “renunciar” a ser feliz por cumplir los mandamientos de alguien a quien se llama Dios. Que no entiende que un tal Jesucristo dijera cosas como éstas:


Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatelo y tíralo; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te escandaliza, córtala y arrójala lejos de ti; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo acabe en el infierno. (Mat 5,29-30)

Ellos son los que -más misericordiosos que nadie- aseguran que el hacer la voluntad propia es lo que hace al hombre feliz, en vez de:
 

- … entonces dije. «Aquí estoy -como está escrito acerca de mí en el Libro- para hacer tu voluntad, Dios mío». Ése es mi querer, pues llevo tu Ley dentro de mí. (Salm 40, 8-9)

Ellos, que saben más que Cristo, creen que el Padrenuestro debería decir “hágase tu voluntad, siempre que me parezca bien y/o coincida con la mía, así en la tierra como en el cielo".

Y lo más peculiar de todo es que alguien pretende que ellos, misericordiosos, y nosotros, fariseos y rigoristas, cabemos en una misma Iglesia. Pues miren, va a ser que no


Es mejor que nos expulsen de sus sinagogas, que nos alejen de sus cultos, que se libren de nuestra influencia, que callen nuestras bocas o se tapen sus oídos para no escucharnos. Porque si no nos echan, si no se libran de nosotros, si no nos lapidan bajo las piedras de sus misericordias y aplausos del mundo, nosotros, por pura gracia, seguiremos diciendo hoy y siempre: 

- Aquí estoy. Envíame a mí (Is 6,8)

Y:


- El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! (1ª Cor 9, 16)

Pues eso: santidad o muerte.



Luis Fernando Pérez Bustamante