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sábado, 13 de junio de 2015

Diálogo inter-religioso ¿Por qué? ¿Para qué? (Luis Segura)


Este artículo de Luis Segura es sumamente instructivo; y, sin embargo, tan solo utiliza el sentido común ... eso sí: muy bien expresado. Ideas claras y rotundas. Eso es lo que necesitamos ...algo de lo que hoy tanto se carece... aunque hay excepciones. Ésta es una de ellas.
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Todos los que nos hemos acercado a la Sagrada Escritura con afán inquisidor —no pocos ciertamente si tenemos en cuenta a todos los lectores de los últimos veinte siglos—, hemos seguido alguna vez un método poco apropiado: probar por medio de la palabra de Dios lo que en un momento determinado nos convenía. Es decir, indagar en la palabra de Dios con la esperanza de que ésta diga lo que nos gustaría que dijese, y no con la intención de asumir lo que en realidad dice. Lo que ocurre es que al salirnos del Magisterio de la Iglesia y de la Tradición, que son los cauces correctos para entender el mensaje evangélico, las interpretaciones teológicas normalmente se toman licencias que no proceden. El intérprete de la Sagrada Escritura asume por tanto un gran riesgo si indaga y examina por su cuenta todo aquello que le inquieta o de lo que espera obtener respuesta.

Yo asumiré con este trabajo ese riesgo. Porque no recurriré al Magisterio para defender lo que sigue. Y también me acusaré de antemano de haber acudido muchas veces a la palabra de Dios con el juicio previamente informado. Aunque huelga decir que la subjetividad humana entra en juego cuando se trata de ventilar cuestiones intelectuales. Por eso diré que en relación con el tema del que me propongo reflexionar a continuación, el diálogo interreligioso, partía de una posición de rechazo que no he decidido moderar. En realidad me propongo estudiar la conveniencia de tal diálogo más que su razón de ser bíblica. No obstante, sospecho que la Sagrada Escritura no favorece la interpretación que mantiene que en la Biblia se aprueba el diálogo interreligioso; en realidad pienso lo contrario, es decir, que éste no es visto con buenos ojos. 


He decidido por tanto optar por un camino distinto al habitualmente trazado, un camino también quizá menos agradable a los oídos contemporáneos, a los promotores de consensos, a los constructores de parloteos baldíos e innecesarios. Me tocará seguramente hacer de abogado del diablo. No me queda otra. Temo que dialogar hoy es llenar de ruido el espacio.

Quizá porque asumo las palabras de Baudelaire y no soy ingenuo, ya que la comunicación humana reposa, nos pese o no, sobre el malentendido. Y al mismo tiempo porque compruebo a diario, hasta el hartazgo, que el mundo cada vez está más dividido y tensionado, a pesar de que nunca se ha hablado tanto.

Bien, no menos cierto también es que los hombres están condenados a entenderse o a destruirse mutuamente. ¿Qué hacer entonces? Presentar en primer lugar alguna explicación autorizada de por qué las religiones deben intercambiar opiniones y reconocerse recíprocamente. [Diálogo interreligioso será tratado aquí como sinónimo de diálogo ecuménico. No se entendería de otra manera la cita del cardenal Ratzinger]. Pues bien, de la siguiente manera se pronunciaba el cardenal Joseph Ratzinger en la Academia de Ciencias Morales y Políticas de París sobre el sentido del diálogo interreligioso:

«Con el paso del tiempo, los cristianos advirtieron lo inadecuado que era describir a los representantes de otras religiones simplemente como paganos o en términos puramente negativos como no cristianos. Era necesario familiarizarse con los valores distintivos de las otras religiones. Inevitablemente, los cristianos comenzaron a preguntarse si tenían derecho a destruir simplemente el mundo de las otras religiones o si no era posible o incluso imperativo comprender a las otras religiones desde adentro e integrar su legado en la cristiandad. De este modo, el ecumenismo pasó a expandirse al diálogo interreligioso. Ciertamente, el objeto de este diálogo no era simplemente repetir los conocimientos eruditos de religiones comparadas del siglo XIX y comienzos del XX, que a partir de alturas dominadas por el punto de vista liberal racionalista, había juzgado a las religiones con la seguridad en sí misma propia de la razón ilustrada. Actualmente existe amplio consenso en el sentido de que semejante punto de vista es una imposibilidad, y que para comprender la religión es necesario experimentarla desde adentro, y por cierto únicamente esa experiencia, inevitablemente particular y ligada a un punto de partida histórico claro, puede mostrar el camino hacia la mutua comprensión y por consiguiente hacia una profundización y purificación de la religión» [http://humanitas.cl/html/biblioteca/articulos/d0454.html]

Éste es actualmente el discurso de la Iglesia Católica con respecto al diálogo con otras religiones. Un discurso al que pueden hacérsele sin embargo algunas objeciones. Por ejemplo las siguientes: 

- ¿Es el objetivo de la Religión cristiana la purificación de la Religión? 
- ¿Es su finalidad la comprensión de otras religiones y que ella a su vez sea comprendida? 
- ¿Le vale con ser comprendida por todas las demás religiones? - ¿Cuál es la finalidad última de la Iglesia en el mundo?

Leemos en el Evangelio de Lucas las últimas palabras de Jesús a los Apóstoles, justo después de abrirles las inteligencias para que entendieran las Escrituras: «Estaba escrito que el Mesías tenía que sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y que hay que predicar en su Nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén» (Lc 24, 45-47). Luego si los Apóstoles hubieran seguido los consejos del cardenal Ratzinger, ¿qué hubiera sido de los paganos que abrazaron el Evangelio al escuchar sus prédicas? Los Apóstoles no se hubieran podido mover de sus lugares de origen por aquello de no “destruir el mundo de las otras religiones”. Tal vez, y sin molestar demasiado, podrían haber solicitado a las autoridades locales el uso de algunos espacios para celebrar sus reuniones, y pedido permiso, si se veían con arrojo, para intervenir en los foros públicos con la intención de departir con sus iguales y enriquecerse personalmente.

Lo anterior puede mover a la risa pero es perfectamente coherente con la postura dominante de la Iglesia en relación al diálogo con las demás religiones. Una postura que de hecho, en mi opinión —en absoluto relevante, pero no por eso inexistente—, puede hacer sonrojar a los espíritus más circunspectos si se toman muy en serio la misión que el Señor confió a los suyos antes de regresar al cielo junto a su Padre: «Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 19-20)

Le faltó decir al Señor que a los discípulos había que tratar de conseguirlos en todas partes pero sin molestar demasiado, y siempre en un ambiente distendido y fraternal, alcanzando consensos de amplias mayorías; eso sí, preguntando primero si allá donde fueren había ya cristianos o habrían de convertirlos ellos, porque entonces lo correcto sería respetar las creencias de los no cristianos y como mucho dejarles unas octavillas en las puertas de sus casas. En realidad el Señor mandó a sus Apóstoles a cazar gamusinos. Entonces no había cristianos, pero tampoco había gran necesidad de ellos, porque vistas las sombras de las Cristiandad y comprendido con el paso del tiempo la importancia de no destruir los mundos de las demás religiones, casi mejor estarse quietos; clavar como mucho –al estilo Lutero- unos opúsculos en los templos paganos y al anfiteatro corriendo, que combate Efialtes.

Bien, realmente la cuestión es muy seria, y seriamente ha de tomarse también por los que creen, con buena voluntad sin duda, que el diálogo entre religiones sirve para algo importante. Pues no es preciso en modo alguno dialogar para que dos no se maten, basta con que sean civilizados. Esta reflexión, por otro lado, como se precisó al principio de la misma, no es un ejercicio teológico formal. Pero las acusaciones anteriores son suficientes para complicar el discurso de los defensores del diálogo interreligioso. Pues nunca se ha hablado tanto como hasta ahora y nunca ha habido mayor confusión. Y no parece serio alegar que lo que falta precisamente es más diálogo.

Dialogar, llamemos a las cosas por su nombre, es discutir puntos de vista para lograr un acuerdo, o también, conversar intercambiándose el turno de palabra. No tiene más sentidos aquí el término dialogar. Entonces, si como cualquiera es capaz de comprender y, como el propio Ratzinger reconoce en el texto mencionado antes, «el diálogo no es conversación al azar, sino algo dirigido a la persuasión, a descubrir la verdad, pues de lo contrario es inútil», dialogar significará discutir puntos de vista para lograr un acuerdo. Así pues, aquí se revela de nuevo la inutilidad del diálogo religioso. Si en lo que consiste en el fondo dialogar es llegar a acuerdos, ¿a qué acuerdo religioso pueden llegar dos personas que confiesan credos esencialmente antagónicos? «El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo desparrama» (Mt 12, 30) ¿Acaso se ha olvidado la Iglesia de esto? Duras son, a veces, las palabras de Jesucristo, como éstas, que revelan una exigencia absoluta y que lo identifican automáticamente con su divina persona.

Por tanto, dialogar con el otro “en términos de igualdad” puede dar la impresión a éste de que efectivamente quien está en posesión de la verdad [¿o no es Cristo la Verdad?] no posee tal verdad. Pensemos en alguien que afirma la Trinidad, y en otro que la niega: ¿Deberían aceptar ambos que la divinidad la forman dos personas, y no una ni tres, para lograr el anhelado acuerdo? ¿No es esta forma de diálogo entre religiones, además, una forma de decir que no se está dispuesto a sumar ni un solo fiel más al bando de la Verdad; que si éste ha de venir que lo haga por aquellos caminos inescrutables que solo Dios conoce, porque es preferible respetar a los no creyentes que anunciarles la superioridad del Dios revelado por el Hijo? Si no es así, lo parece.

En fin, conozcámonos mutuamente. Y que no se preocupe nadie. Bautizarse no es tan importante. Ante todo el folclore y los remilgos humanos.

Se escucha por otra parte, entre los defensores del diálogo interreligoso, que «la humanidad necesita que ni una injusticia más lleve el sello de la religión» [J. Avilés, “El jardín de los senderos que se bifurcan”: RUT]. Sin embargo, esto es un ensueño que podrá regalar los oídos del mundo moderno, pero olvida lo fundamental: las religiones son obra de hombres, y allá donde éstos imponen sus manos se proyectan sombras y luces. La finalidad de tal diálogo, o uno de los objetivos clave, al parecer, consistiría en «pronunciar juntas el voto del bodhittsava Dharmakara: no entrar en el nirvana sin conseguir facilitar dicha entrada a todos los hombres y mujeres» [Idem http://teologiarut.com/articulos_ver.php?ref=35]. 

Pero resulta que Jesús en la cruz prometió la entrada en el paraíso a uno de los ladrones —justamente al que lo había confesado—, y del otro no dijo nada (Lc 23, 43). Así que si Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y nadie va al Padre sino a través de Él, ¿en qué lugar quedan quienes no creen en su mensaje? (Jn 14, 6) 

«Al recorrer vuestra ciudad y contemplar vuestros monumentos sagrados, me he encontrado incluso un altar con esta inscripción: “Al Dios desconocido”. Pues bien, lo que veneráis sin conocerlo, eso es lo que yo os vengo a anunciar» (Hch 17, 23).  Pablo, antes de hablar en el Areópago se interesó por las creencias de los ciudadanos de Atenas: es cierto ... pero no para compartir después experiencias entre unos y otros, sino para poder anunciarles mejor a su Señor, el Hijo del hombre, el Hijo de Dios, el Redentor.

Para dar por acabada esta reflexión informal acerca del diálogo interreligioso, sería conveniente centrar el problema. Decía al principio que no iba a echar mano del Magisterio, ni del pasado ni del más reciente. Y no por desconocimiento. Sé perfectamente qué se dice por ejemplo en Nostra Aetate. Me proponía sencillamente plantear algunas dificultades a lo que propone este documento sobre el diálogo interreligioso, un diálogo que la mayor parte del clero está dispuesto a defender con uñas y dientes

Pues bien, más allá de dimes y diretes, me parece a mí que lo fundamental es resolver por qué es preciso el diálogo entre religiones y para qué ha de fomentarse. Las respuestas sólo pueden ser trascendentes, no nos engañemos. Decir para conocerse siempre tiene el inconveniente de que te pueden replicar, ¿y para qué es oportuno conocerse?

Como decía, para que dos personas no lleguen a las manos no hace falta dialogar, basta con ser civilizados. Si dialogar es llegar a acuerdos, un diálogo religioso sólo traerá consigo que las partes implicadas en el diálogo renuncien a ser lo que son. En todo o en parte.

A la Iglesia se le encargó anunciar al Señor y hacer discípulos suyos en todos los pueblos, bautizándolos en su nombre, no llevarse bien con otras religiones ni acomodar el magisterio de Jesucristo al gusto de quienes han elegido «otros caminos» para llegar al Padre.

Luis Segura

Teología de los arrabales (Fray Gerundio)

El original de este artículo puede encontrarse pinchando aquí


Papa Francisco en la Universidad Católica de Argentina
La Teología es la ciencia de Dios. La Ciencia por antonomasia, tal como definió y estructuró Santo Tomás de Aquino. Por su objeto, es la ciencia más elevada. Y por su finalidad es la Ciencia más digna. Nos lleva nada más y nada menos que a conocer a Dios y a profundizar en su Ser, a la luz de la Revelación

De ahí brota necesariamente el conocimiento de la Creación material, los ángeles y el hombre. La búsqueda por parte del hombre de su Fin Último que es Dios, la Gracia por la cual recibimos el impulso necesario para obrar bien, Jesucristo -el Verbo Encarnado-, que nos da la Gracia por medio de sus sacramentos. Tanto los Santos Padres, con su Teología más incipiente de los primeros siglos, como luego la Teología Sistemática especulativa (con Santo Tomás de Aquino a la cabeza), han configurado el Cristianismo buceando en la Revelación. Y siempre, por suspuesto, con la necesaria ayuda de la Fe.

Todo parece indicar que ahora, en lo que podríamos llamar el decurso de la actualidad, conviene elaborar una Teología distinta a la que siempre se ha hecho. En los tiempos que corren y que vivimos, el Hombre anda como loco exigiendo sus derechos, mientras la ONU y todos sus bajos fondos mundiales van imponiendo sus deberes, sus propósitos macabros de planificación e ingeniería social de todo tipo: Educativa y Familiar. Individual y Cultural. Ética y Religiosa. 


Y eso crea unas expectativas para el hombre, que dejan muy en último lugar lo que algunos cursis -a la vez que malvados-, llaman el fenómeno religioso. Así, con estos prolegómenos, hacer Teología-de-la-de-siempre, resultaría bastante aburrido porque (de nuevo, según los malvados), no reflejaría los problemas del hombre actual, enredándose en cuestiones inservibles e indigestas para sus entendederas modernas.

Está claro que si esto viene de la UNESCO o de Madame Clinton, es una postura perfectamente lógica, puesto que cae dentro de sus planteamientos y proyectos. Esta aspirante a Presidenta quiere acabar con la influencia de la Religión en las costumbres que tiene la Humanidad y no la deja avanzar. Piensa que es mucho mejor que se dejen influenciar por ella misma y su progresismo pagano e insolente. 


Lo peor es que estos planteamientos andan rondando por nuestros ambientillos cristianos, apareciendo claramente en algunas consignas muy extendidas en los medios católicos. Esto ya no me deja indiferente. Por ejemplo, el pasado mes de marzo, el Papa escribía una breve carta al Cardenal Poli con motivo del Centenario de lo que en otro tiempo fue la Universidad Católica Argentina, antes de las rebajas. Carta que suscitó una contundente respuesta-comentario de mi querido hermano de Religión, Fray Tomás de Aquino, muy bien elaborada y aportando argumentos concluyentes. Merece la pena leer las dos para comprobar la Nouvelle Theologie de estos tiempos, que denuncia Fray Tomás, con el contraste de fondo de la Teología Populista o Popular que se desea imponer (cargándose, claro está, la de siempre).

Hay párrafos, en la carta del Papa, que podrían haber sido escritos por un grupo de teólogos indignados -en jeans y chaquetilla vaquera, con barba y alguna cruz franciscana colgando de la zamarra- resueltos a acabar con la Teología de Siempre. Claro está que todo esto viene aderezado -cómo no-con la necesidad de la misericordia (que para eso estamos en-el-año-de-la-misma). Se plantea todo como un binomio cuya primera parte hay que promocionar, al tiempo que hay que evitar (puaj!!) la segunda parte. Y a mí que me da la nariz que los segundos calificativos van dirigidos a la Teología de Santo Tomás de Aquino, o sea, a la pérfida Teología Pre-conciliar: (otro puaj!!). Así, vemos en la susodicha carta los dos ejes (el bueno y el malo) que definirán al teólogo (bueno o malo):

-Teología de Fronteras versus Teología de Castillo de Cristal.
-Teología de las Necesidades de las personas versus Teología de Disputa Académica.

-Teología basada en los Procesos culturales versus Teología basada en la Revelación y la Tradición.
-Teología de los Conflictos que se viven en las calles, versus Teología de Despacho.

En cuanto a los teólogos, necesitamos …


-Teólogos que huelan a pueblo.
-Teólogos que derramen ungüento y vino en las heridas de los hombres
-Teólogos de hospital de campo.
-Teólogos que no quieran domesticar el misterio

No a los Teólogos de museo. No a los Teólogos balconeros

Como puede verse con facilidad, los términos y expresiones suponen un elaboradísimo análisis de la situación y un conocimiento profundo de la Teología, digna de acabar con todo el tesoro secular de lo que es y significa el conocimiento teológico.

Y un consejo o perla final:

"El teólogo formado en la Universidad Católica Argentina, ha de ser una persona capaz de construir en torno a sí la humanidad, de transmitir la divina verdad cristiana en una dimensión verdaderamente humana, y no un intelectual sin talento, un eticista sin bondad o un burócrata de lo sagrado".

Todo esto se encuentra en el texto de la brevísima pero intensa carta. Creo que los referentes de las segundas partes del binomio deben tener, con toda seguridad, cara de pepinillos en vinagre. Porque no puede ser de otra manera si están en un castillo de cristal, en constantes disputas académicas, sin olor a calle, sin conflictos ni fronteras. La verdad es que dedicar hoy día algunos ratos de estudio o de reflexión teológica al Ser Divino no es aconsejable. Mejor darse una vuelta por los arrabales, las periferias y las fronteras.

Una vez promocionada y aupada la Pontificia Universidad de los Arrabales, será más fácil estudiar allí (pero fuera de las aulas, sentados en el césped), la Teología de Rodillas y la Teología del Conflicto. Me parece estar viendo ya a mis novicios modernistas volver de Roma con su título doctoral bajo el brazo. Doctores en Teología de Barrio con la especialidad en Olor a Conflicto. O con un Master en la Madre-Tierra, basado en el estudio pormenorizado de la nueva publicación que se nos viene encima un día de éstos.

Con esta teología de fondo, se puede entender mejor un breve episodio ocurrido durante la visita del Papa a Bosnia esta semana. Ante la pregunta de alguien sobre los consejos para enfrentarse el cristiano con Internet, el Santo Padre dice claramente que no hay que entrar en contenidos sucios porque quitan la dignidad de las personas.

"Si tú, joven, vives pegado al ordenador, y te haces esclavo del ordenador, pierdes tu libertad. Y si con el ordenador buscas contenidos sucios, pierdes tu dignidad. Ved televisión y usad el ordenador, pero para cosas buenas, cosas grandes, cosas que nos hagan crecer".

Esta es la Teología de los Arrabales con olor a pueblo. Porque antiguamente, alguien habría dicho (desde la Teología de Despacho), que enredarse en suciedades de Internet es un pecado mortal. Cualquier pastor al que todavía le quede tiempo para confesar, sabe que las ovejas están cayendo como moscas en el pecado mortal habitual y repetitivo, por culpa del manejo de Internet. Hablar de perder la dignidad sin referirse al pecado, me parece algo extremadamente grave. Así que yo me quedo con la Teología de Siempre: aunque sea de museo para algunos y de despacho para otros. Quizá por ese lado se puedan salvar más almas.

Fray Gerundio