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domingo, 22 de febrero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (13) [Tentaciones (3ª) Riquezas]

Aunque son muchas las tentaciones que padece hoy la Iglesia; y en las que -por desgracia- están cayendo muchos de sus miembros, incluidos también algunos Obispos y Cardenales, con lo que eso lleva de confusión para los fieles, a mi entender -aunque todas son graves- es la caída en la tercera tentación (Mt 4, 8-10) [o la segunda, según san Lucas] la más preocupante, dentro de la gravedad. Éste es el relato de san Lucas: "Después lo condujo el Diablo a un lugar elevado, le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo: 'Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque me ha sido entregado y lo doy a quien quiero. Por tanto, si me adoras, todo será tuyo'. Jesús respondió: Escrito está: 'Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás' " (Lc 4, 5-8). 

Nos encontramos ante una opción que todo ser humano debe de tomar. Nadie se puede escapar. Es preciso definirse: "No podéis servir a Dios y a las riquezas" (Lc 16, 13). San Pablo decía que "la avaricia es la raíz de todos los males; y algunos llevados de ella se apartaron de la fe" (1 Tim 6, 10) ... "la avaricia es una idolatría" (Col 3, 5). "Estad atentos y guardaos de toda avaricia, pues aunque uno abunde en bienes, su vida no depende de aquello que posee" (Lc 12, 15).




Y debemos de ser conscientes de que nos jugamos mucho en esa decisión. En realidad, nos lo jugamos todo, por así decirlo, pues es nuestra salvación eterna la que está en juego. ¿A quién hacemos caso: a Dios o al Diablo? De nosotros depende. Y la elección no es fácil, pues cada vez son menos las personas que se mantienen fieles a Dios, manifestado en Jesucristo. Por otra parte, el ambiente es cada vez más hostil contra los cristianos (incluso en el seno de la misma Iglesia): "Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño" (Mt 26, 31). Encontrar buenos pastores se ha convertido en una tarea harto difícil. Lo habitual es dar con pastores que no son tales, en realidad, sino que son
falsos pastores asalariados. De ellos decía Jesús: "El asalariado, el que no es pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo, deja las ovejas y huye -y el lobo las arrebata y las dispersa-, porque es asalariado y no le importan las ovejas" (Jn 10, 12-13).


Afortunadamente, tenemos las palabras de Nuestro Señor, quien dijo de Sí mismo: "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas" (Jn 10, 11). Pero, ¿lo tenemos a Él, además de sus palabras? Porque es de todo punto imprescindible que lo encontremos, ya que sólo en Él está nuestra salvación y nuestra vida: 
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). Para eso vino: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10b). Y es también la única puerta del redil de las ovejas. No hay otra puerta: "Yo soy la puerta; si alguno entra por Mí se salvará, y entrará y saldrá, y encontrará pastos" (Jn 10, 9). 


Pero claro: nosotros conocemos a través de los sentidos (vista, oído, gusto, tacto y olfato). Y a Jesús no podemos conocerlo de este modo, pues aunque está realmente con nosotros, con su 
Presencia Real en la Eucaristía; y de ello tenemos absoluta seguridad, a través de la fe, sin embargo, los accidentes del pan y del vino ocultan esa Presencia a nuestros sentidos. De ahí la necesidad vital que tenemos, los que somos cristianos por la gracia de Dios, de acudir a buenos pastores que nos hablen de Jesús y que nos conduzcan hasta Él. Dios se sirve de ellos para llegar a nosotros (supliendo así, en cierto modo, su ausencia sensorial). 


[Hay que decir, no obstante, que aunque viéramos a Jesús y lo viéramos hacer milagros e incluso resucitar muertos, ello no nos llevaría a creer en Él, sin más: "Aunque  había hecho tan grandes señales delante de ellos -dice san Juan- no creían en Él" (Jn 12, 37). Jesús se quejaba, con frecuencia, de la falta de fe de sus propios discípulos. Por ejemplo, cuando Pedro "comenzó a andar sobre las aguas hacia Jesús, al ver que el viento era muy fuerte se asustó y, al empezar a hundirse, gritó: '¡Señor, sálvame!'. Al instante le tendió Jesús la mano, lo sostuvo y le dijo: 'Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?' " (Mt 14, 30-31). Y así con infinidad de ejemplos. 

Es de destacar el hecho de que cuando Jesús resucitó y se apareció, por primera vez a sus discípulos, "Tomás, uno de los Doce, el apodado Dídimo, no estaba con ellos" (Jn 20, 24) y no vio a Jesús. Cuando se lo contaron no lo creyó. "Pasados ocho días, estaban otra vez dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Estando cerradas las puertas, se presentó Jesús en medio y dijo: 'La paz sea con vosotros' " (Jn 20, 26). Entonces entabló una conversación con Tomás, al cabo de la cual "respondió Tomás: '¡Señor mío y Dios mío!' Jesús le dijo: 'Porque me has visto has creído. ¡Bienaventurados los que sin ver creyeron!' " (Jn 20, 28-29). 

De manera que podemos, incluso, considerarnos más dichosos que los mismos apóstoles que vieron a Jesús. Y es que "sin fe es imposible agradarle, pues es preciso que quien se acerca a Dios crea que existe y que es remunerador de los que le buscan" (Heb 11, 6). Es más: "El justo vive de la fe" (Heb 10, 38). San Pedro, desde Roma, escribe en su primera carta a los fieles del Asia Menor (Ponto, Galacia, Capadocia, Bitinia) hablando de Jesucristo: "Al cual amáis sin haberlo visto; en quien ahora, sin verle, creéis y exultáis con un gozo inefable" (1 Pet 1, 8). 

Tampoco nosotros lo vemos, pero podemos llegar a conocer a Jesús y a amarle, a través de la fe, con un conocimiento más seguro que el que nos podrían proporcionar los sentidos. Somos realmente afortunados, pues poseemos el tesoro de la Iglesia, durante veinte siglos, con el testimonio y los escritos de algunos de sus santos que fueron declarados Doctores de la Iglesia, entre ellos san Agustín y santo Tomás, auténticas lumbreras y enamorados de Jesucristo. Esto no lo tuvieron los discípulos de Jesús. Podríamos decir que tenemos una cierta ventaja sobre ellos.] 

Pero, ¿cómo distinguir a un buen pastor de otro que no lo es, si ambos aparecen ante nosotros como pastores?. Carísimos, -decía san Juan- no creáis a cualquier espíritu, antes bien examinad si los espíritus son de Dios, porque se han presentado en el mundo muchos falsos profetas" (1 Jn 4, 1). Y continúa diciendo: "En esto conoceréis el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiese que Jesucristo vino en carne, es de Dios; pero el espíritu que no confiese a Jesús, no es de Dios; ése es el Anticristo, el cual oísteis que viene, y ahora ya está en el mundo" (1 Jn 4, 2-3). El buen pastor entra por la puerta del redil y esa puerta es Jesús. No hay otro camino: Sólo "quien entra por la Puerta es pastor de las ovejas" (Jn 10, 2).  


[De modo que si alguno aparece ante nosotros como pastor o sacerdote, pero nos aconseja mal sobre temas acerca de los cuales la Iglesia se ha pronunciado siempre con toda claridad, bien sean de carácter dogmático como la presencia real de Cristo en la Eucaristía, la divinidad de Jesucristo, la virginidad de María, ..., o bien de carácter moral, como el caso de la licitud de los anticonceptivos, el divorcio, el aborto, el adulterio, la homosexualidad, etc, ..., entonces debemos de huir de él como de la peste, pues estamos en grave peligro de caer en la mentira y de llamar bueno a lo malo y viceversa. Y puesto que Él es la Verdad y toda mentira aleja de Dios, el que se deja engañar se hace igualmente mentiroso (y se aleja de Dios), como mentirosos son todos los que no piensan según Dios y hacen caso al Diablo, que es el padre de la mentira]. 


¿Y dónde buscar y encontrar a esos pastores? Como siempre y de nuevo, 
sólo nos quedan las palabras del Señor, que son las únicas de las que podemos fiarnos, sin temor a error: "Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; y el que busca halla, y al que llama se le abre" (Lc 11, 9-10). Aunque llegados a este punto, debemos de tener bien claro qué es, exactamente, lo que tenemos que pedir, ..., pues aunque recibiésemos todo cuanto pidiéramos, aun así, seguiríamos quedando insatisfechos: ¡que no nos quepa de ello la menor duda!. 


Y es que, además, no puede ser de otro modo, si es cierto -como lo es- aquello que dijo san Agustín: "Nos hiciste, Señor, para Tí; y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Tí". Hemos sido creados con afán de infinito; y sólo en Dios podemos saciar todas nuestras ansias. Lo demás, por bueno que sea, siempre acabará dejándonos vacíos, pues ninguna cosa finita puede llenar el corazón del hombre, creado por Dios con ansias de infinitud. Tal es nuestra naturaleza. 

Mientras es de día (el tiempo de nuestra vida) es preciso estar vigilantes"Velad y orad para no caer en tentación; pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil" (Mt 26, 41). Y sin temores de ningún tipo. Jesús jamás nos engaña; y fue Él quien dijo: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden? "  (Lc 11, 13). 


Eso es lo que tenemos que pedir: el Espíritu Santo [que es el Espíritu de Jesús, el Amor que mutuamente se profesan Padre e Hijo entre sí]. Así tendremos la seguridad, no sólo de conseguir lo que pedimos sino, sobre todo, de encontrarnos con el Único que puede llenar nuestro corazón: "Hasta ahora no habéis pedido nada en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestra alegría sea completa" (Jn 16, 24); lo cual ocurrirá ya, en esta vida, de modo perfecto (en cuanto al máximo posible de gozo) aunque incompleto (en cuanto que aún somos peregrinos en este mundo) ... puesto que junto al Espíritu de Dios -que es puro Amor- siempre va de la mano la Alegría (con mayúsculas). Y es que si poseemos -por gracia- el Espíritu Santo, es señal inequívoca de que estamos participando (y haciendo nuestra) la Vida de Aquél a quien amamos con todo el corazón y sobre todas las cosas, que es Jesús. ¿Y cabe mayor alegría que ésta, en este mundo y en el otro?

La Iglesia tiene necesidad de sacerdotes santos que den un testimonio auténtico de Jesús entre los hombres, sacerdotes que aparezcan entre los hombres como "el mismo Cristo" y cumplan bien la misión que les ha sido encomendada, pues han sido "elegidos por Dios de entre los hombres y constituidos en favor de los hombres para las cosas relativas a Dios" (Heb 5, 1). Dios vino al mundo y se manifestó en su Hijo, Jesucristo, en un determinado momento histórico, hace dos mil años. Y fundó -además- su Iglesia, con una misión bien clara encomendada a sus apóstoles"Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que Yo os he mandado" (Mt 28, 18-20a). "Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20b). 


Cristo se hace presente en sus sacerdotes: en la Jerarquía Eclesiástica, por una parte ( Papa, Cardenales y Obispos) y de un modo especial en los simples sacerdotes, en cuanto que son ellos los que mantienen una mayor cercanía con los cristianos de a pie. Sin sacerdotes, la Iglesia no podría subsistir

Se da el hecho, sin embargo, de que el número de sacerdotes va disminuyendo. Dios sigue llamando, pero la sociedad -que antes era cristiana- se ha vuelto pagana y son cada vez menos los que mantienen la fe, si es que llegaron a tenerla alguna vez. La educación que reciben hoy los niños es -por lo general- anticristiana; y lo mismo el ambiente que los rodea. Y -por las razones que sean- la educación que reciben los niños en sus familias deja mucho que desear, en términos generales. Ésta es una de las razones por las que los seminarios están casi vacíos.


Y -lo que es aún más grave-, no siempre la enseñanza que reciben los futuros sacerdotes es pasto bueno: "El humo de Satanás se ha infiltrado en la Iglesia" -decía el papa Pablo VI hace cuarenta años. Hoy día ese humo se ha extendido demasiado; y nos encontramos con el hecho -no reconocido por todos, pero que está ahí para que lo vea el que quiera ver- el hecho -digo- de que la herejía modernista se ha infiltrado en la Iglesia; y esto a niveles de grandes e influyentes Jerarcas (aunque el pueblo llano no es consciente de lo que está ocurriendo). Como decía el papa San Pío X, "la herejía modernista es la suma de todas las herejías" y fue atacada, muy ardiente y con razones fundamentadas en su famosa Encíclica "Pascendi",  cuya lectura nos vendría muy bien y nos abriría un poco mas los ojos, si es que no los tenemos completamente cerrados.

En fin, lo cierto y verdad es que -debido a múltiples razones que aquí no vamos a analizar- el número de personas que desconocen a Jesucristo es inmenso. "La mies es mucha -decía Jesús-, pero los obreros pocos" (Mt 9, 37). ¿Y qué podemos hacer ante esta situación? Pues justamente lo que nos dijo Jesús que hiciéramos: "Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 38). La confianza en la Providencia es esencial en un cristiano. Dios no nos va a dejar solos jamás, si nosotros ponemos de nuestra parte. De ello podemos tener una seguridad absoluta. Ciertamente sufriremos, como no puede ser de otro modo: "Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecución" (2 Tim 3, 12), pero el sufrimiento no nos llevará a la desesperanza. Más bien al contrario, porque esos sufrimientos, compartidos con los del Señor (lo que será tanto más cierto cuanto mayor sea nuestra unión con Él en el Espíritu Santo) tienen un valor redentor, si tenemos en cuenta el Misterio del Cuerpo Místico de Cristo y de la comunión de los santos: Cristo mismo sufre en nosotros; nuestros sufrimientos son los suyos y los suyos son los nuestros.


Sólo así se pueden entender un poco esas palabras del apóstol san Pablo a los colosenses: "Ahora me alegro por vosotros y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia" (Col 1, 24). Teniendo presentes estas palabras -u otras cualesquiera que leamos en el Evangelio- podemos estar tranquilos y vivir con alegría y sin temor alguno, en conformidad con lo que nos dice -una vez más- el autor de la carta a los hebreos: "No perdáis vuestra confianza, que tiene una gran recompensa" ( Heb 10, 35) 



(Continuará)