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lunes, 9 de febrero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (9) [Tentaciones (2ª) Fama]

Y pasamos a la segunda tentación: el Diablo, pese a todo, no ceja en su empeño y continúa tentando a Jesús. En este caso lo lleva a la Ciudad Santa y lo pone sobre el pináculo del Templo, diciéndole: "Si eres Hijo de Dios, tírate desde aquí, porque escrito está: 'A sus ángeles te encomendará y te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra' " (Mt 4, 6) ... Es de destacar que a Satanás no le importó citar las Sagradas Escrituras, con tal de conseguir su objetivo, que era engañar a Jesús y llevarlo a su terreno. Y así cita el Salmo 91, versículos 10 y 11, en los que se explica con ejemplos que quien está con el Señor no tiene por qué temer ningún mal ... ¡lo cual es verdad - puesto que es palabra de Dios- incluso aunque sea el mismo diablo quien la pronuncia! Vemos así al propio diablo haciendo uso de la palabra de Dios. Precisamente el diablo, de quien dice Jesús que es "homicida desde el principio... que no hay verdad en él ... y que es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44). Aunque "no ha de extrañar -como dice san Pablo-  el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz" (2 Cor 11, 14)  

Por eso los cristianos tenemos la obligción de estar siempre alerta y vigilantes
a para poder descubrir los planes de nuestro enemigo el Diablo, que -como dice san Pedro- "ronda como león rugiente buscando a quién devorar" (1 Pet 5, 8). No hay que dejarse engañar. Jesús nos advertía que es preciso que seamos "sencillos como palomas", pero al mismo tiempo "prudentes como serpientes"  (Mt 10, 16b). En esta segunda tentación, el diablo pone en prueba "aparentemente" la confianza de Jesús en su Padre, una confianza que -para ser verdadera- debe de ser total, lo cual es verdad. Escoge, además, con gran astucia, el texto de la Escritura que más conviene a sus propósitos. 

Pero, fijémonos: ¿Es posible que el Diablo desee algún bien para nosotros? Por supuesto que no; luego debe haber algún truco en sus palabras, que es necesario descubrir. Por eso he escrito la palabra "aparentemente" entre comillas y con letra cursiva, puesto que -en realidad- el Diablo sólo desea nuestro mal, aunque use las palabras de la Escritura. Jesús lo vio claramente y no cayó en el engaño. El conocimiento profundo, y la vivencia, que tenía Jesús de las Sagradas Escrituras le llevó a darse cuenta, inmediatamente, de la tentación que se ocultaba bajo esas "hermosas" palabras ... y que lo que de veras pretende el Diablo es que los judíos lo vean bajando triunfante desde lo más alto del Templo, de modo que así no tengan más remedio que reconocerlo como el Mesías que durante tanto tiempo han estado esperando. Ése es el camino que el Diablo le "aconseja" a Jesús si quiere triunfar porque, además, actuando así, estaría demostrando su confianza en su Padre Dios.

Jesús sabe perfectamente que las intenciones del diablo, con relación a Él, son muy diferentes de lo que expresan sus palabras (¡aunque éstas, en sí, sean verdaderas!) La tentación es fuerte y muy sutil, pues va acompañada de la palabra de Dios, una palabra que el Diablo no tiene ningún reparo en usar, adulterar e interpretar a su manera, proponiendo para ella un sentido completamente diferente de aquél con el que fue escrita. Pero Jesús, gran conocedor de la Escritura, le contesta así al Diablo: "También está escrito: ¡No tentarás al Señor, tu Dios! (Mt 4, 7) [expresión contenida en el libro del Deuteronomio (Dt 6, 16)]. 




La tergiversación del sentido de las palabras contenidas en la Escritura es hoy muy frecuente. Como se ha dicho más arriba si "el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz … no es algo extraordinario que también sus ministros  se disfracen de ministros de justicia" (2 Cor 11, 14-15). Se trata de una grave tentación, en la que no debemos de caer. 

El Diablo sigue hoy actuando, o bien directamente; o -lo que es más frecuente- haciendo creer a la gente que no existe. Tiene otros modos de manifestarse para engañar, que eso es "lo suyo, porque es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44c). Y es también el padre de todos los mentirosos: "Vosotros tenéis por padre al diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre (Jn 8, 44a). Así les hablaba Jesús a los fariseos. San Pablo, en su segunda carta a los corintios, se refiere a la existencia de "falsos apóstoles, obreros engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo" (2 Cor 11, 13). Hoy son muchos los hijos de las tinieblas, unas tinieblas tan densas que quien vive entre ellas piensa que no existen. Pero ahí están:  Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, de los que ponen tinieblas por luz y luz por tinieblas, de los que cambian lo amargo en dulce y lo dulce en amargo" (Is 5, 20).

De ahí la necesitad que tenemos los cristianos de estar muy atentos a las palabras y a la manera de actuar de Jesucristo, que es nuestro Maestro, el Buen Pastor, el Único que se preocupa de verdad por sus ovejas, por quienes da su Vida -como de hecho hizo- entregándola por amor a nosotros. De Jesús debemos aprender que el verdadero triunfo no se encuentra en la fama, en el espectáculo y en la admiración de las gentes, porque todas esas cosas van dirigidas hacia la propia exaltación, hacia la búsqueda egoísta del propio "yo" y no es eso lo que debe buscar un cristiano: "Quien quiera salvar su vida la perderá"  (Mt 16, 25). 

Una vez más, la idea que Dios tiene acerca de las cosas
-idea que coincide con la verdad de las cosas- es muy distinta de la nuestra, tal y como decía el profeta Isaías:  "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos -oráculo del Señor- " (Is 55, 8).

Puesto que mientras vivimos, aún estamos a tiempo; siendo cada día una nueva oportunidad que Dios nos da para cambiar y volvernos hacia Él, es importantísimo -si queremos salvarnos- que comencemos ya a modificar el modo que tenemos de enfocar la vida y que lo cambiemos, dándole el único enfoque verdadero, que es el pensamiento de Dios, manifestado en Jesucristo. "No os acomodéis a este mundo -decía san Pablo- sino transformaos por la renovación de la mente, de modo que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios; esto es, lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rom 12, 2)

Bajo la apariencia de confianza en Dios, se oculta -con demasiada frecuencia- la vieja tentación de buscar el aplauso de las gentes; de manera que lo que se desea -de verdad- es el reconocimiento de nuestros méritos (espectáculo, vanidad, fama, etc…) en lugar de desear con todas nuestras ansias -y por encima de todo- la gloria de Dios, que es lo único que debe importarnos, pues es lo que le importaba a Jesús. Así lo dijo con una claridad meridiana: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado" (Jn 4, 34)

No se puede usar la palabra de Dios para volver a la gente contra Dios, haciéndoles creer -además- que es así como lo están sirviendo. Enorme hipocresía ésta -la de los falsos pastores y falsos profetas- que, por desgracia, se está convirtiendo en el pan de cada día: "Llega la hora -decía Jesús- en la que todo el que os dé muerte pensará que hace un servicio a Dios" (Jn 16, 2). Esto es algo que -cada día más- se está palpando en el seno de la Iglesia; debemos estar prevenidos y no dejarnos engañar. 

Y no tenemos otro remedio, si queremos salvarnos, que acudir a la Palabra de Dios -en particular el Nuevo Testamento- y profundizar en ella, pidiéndole a Jesús que nos conceda la fe, pues "sin fe es imposible agradar a Dios" (Heb 11, 6), sabedores de que "todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama se le abre" (Lc 11, 10). Y con la seguridad de que seremos escuchados; pues "si vosotros -decía Jesús-siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?" (Lc 11, 13). 

Por otra parte, debemos hacer uso de los medios que la Iglesia [se sobreentiende que nos estamos refiriendo a la Iglesia de siempre y no la "Iglesia" modernista, la "nueva Iglesia" que no es -en realidad- la verdadera Iglesia de Cristo] ha dispuesto para nuestra salvación, comenzando por el reconocimiento de nuestros pecados como tales pecados; hecho lo cual -y arrepentidos sinceramente de ellos-, acudir a la confesión con un sacerdote de confianza (que siempre los hay, aunque cada vez sea más difícil encontrarlos). Como bien sabemos, el sacerdote actúa "in Persona Christi" y puede perdonarnos los pecados, si estamos arrepentidos -con todo nuestro corazón- de haberlos cometido y tenemos el firme y sincero propósito de no volver a cometerlos.

¡Nunca está todo perdido! Como se ha dicho, cada día es una nueva oportunidad que Dios nos concede para que cambiemos; y esto lo hace porque nos quiere y desea estar con nosotros, con todos y con cada uno. Y, aunque parezca increíble, lo desea con todo su Corazón. Yo le importo mucho a Dios. No deberíamos olvidar esta realidad, porque es la clave para que nuestro arrepentimiento sea verdadero y tenga algún sentido; a saber: la certeza de que Dios, encarnado en la Persona de su Hijo Jesucristo, está enamorado de nosotros,
[¡está enamorado de mí!] hasta el punto de haber llegado a dar  su Vida para salvarnos. Si somos conscientes de que esto es así -que es una realidad y no es ningún cuento- ello nos llevará -como consecuencia lógica y contando siempre con la ayuda de Dios- a poder responderle con el mismo Amor con el que Él nos ama, que de eso -y no de otra cosa- se trata.

(Continuará)