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viernes, 27 de febrero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (14) [Tentaciones (3ª) Apostasía]

Estábamos comentando que, ciertamente, todas las tentaciones son graves, si se cae en ellas, pues toda caída en tentación es pecado; y el pecado separa de Dios ... pero la tercera tentación -como decíamos- es especialmente grave, si se cae en ella, pues se trata, nada menos, que de la tentación de apostasía. 

La caída en esta tentación supone que Dios deja de ser el Supremo Bien para el hombre y es cambiado por otras cosas, a las que se da la máxima importancia. Y así, el mundo, con todos sus atractivos y riquezas, aparece ante el hombre como el "nuevo dios", como el único "dios", en realidad ... El auténtico Dios desaparece del horizonte del pensamiento del hombre, y todo queda reducido a este mundo, pues se considera que no hay otro. Y ya sólo queda, como la única realidad, el "comamos y bebamos que mañana moriremos" (1 Cor 15, 32). Todo lo demás son ilusiones. Y la muerte pone fin a todo. Es el final definitivo. ¿Qué sentido tiene pensar en lo sobrenatural? Ninguno.


Esta tercera tentación va directamente contra el primero y principal de los mandamientos de la Ley de Dios: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente" (Lc 10, 27). En lugar de colocar a Dios como el centro de la vida y de la existencia, el hombre es ahora el único que cuenta, el que decide todo, sin ningún tipo de sujeción o sometimiento a nadie. Y desde esa postura, pretende -incluso- cambiar las leyes de la naturaleza. 

Al asumir el hombre el papel de dios -un papel que no le corresponde, puesto que es una criatura-, se sitúa en la mentira, la cual defiende a capa y espada, como si fuera la única verdad. A aquél que continúe creyendo en Dios se le perseguirá, porque estará actuando contra el Sistema, contra los valores del mundo, que son los únicos reales, a saber:  la exaltación del propio yo, el poder, la riqueza, las cosas, la fama, la consideración de los demás, etc... El nuevo y único ídolo es ahora el "dios" dinero, ante el que todos tendrán que inclinarse. Porque este "dios" es el que proporcionará al hombre todas las satisfacciones que éste sea capaz de imaginar ... ¡Y si no fuera así, ...,  y la realidad lo desmintiera, ..., pues peor para la realidad!,  como diría Lenin. 


¿Por qué será que ha aumentado de modo tan desorbitado el número de suicidios  en el mundo y esto, además, tiene lugar de modo que el mayor número de suicidios se da, en general, cuanto más "civilizada" es la sociedad. La razón habría que buscarla, tal vez, en que en una sociedad hedonista, individualista y egoísta, como es la nuestra, caracterizada por su relativismo moral y su antropocentrismo (lo centra todo en el hombre y en su bienestar material), es lógico que aparezca pronto el vacío existencial y la carencia de sentido de la vida; lo cual pretende llenarse acudiendo a sucedáneos como el alcohol, el sexo y las drogas, entre otros, que -como sabemos- producen el efecto contrario al perseguido; es decir, se produce así en las personas un vacío aún mayor, un vacío que se hace insoportable; generándose, además, una dependencia tan grande de esos productos, que se convierte en esclavitud. 

"Os lo aseguro: todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34): esto son palabras de Jesucristo. Y se trata de una realidad que estamos viendo todas los días, en cualquier instante y lugar. 


Ni siquiera cosas que -en sí mismas- tienen una connotación positiva, como puede ser la escucha de una buena música, la visión de alguna película fuera de lo común, el contacto con la naturaleza, etc ... son capaces de llenar el corazón del hombre; eso sí: sirven de entretenimiento y distracción; y, además, se pueden transformar en moralmente buenas si, al ejecutarlas, no nos quedamos sólo en ellas -como si fuesen la única realidad existente- sino que las referimos a Dios, a modo de agradecimiento. Así se pone de manifiesto el carácter referencial de las cosas, que hace honor a la verdad, y no su carácter de finalidad, que hace de ellas un todo, que se persigue por sí mismo.  


Está claro que las cosas que son malas -en sí mismas- pues son "contra natura" (como en el caso del aborto y de la homosexualidad, por poner algún ejemplo); y que suponen una manifiesta perversidad, producen una penosa esclavitud en aquél que las pone por obra.  Y no puede ser de otro modo, pues el hombre, por más que se empeñe, es incapaz de transformar en bueno lo que es intrínsecamente malo; tampoco puede conseguir fabricar la felicidad conforme a las reglas que él elija.  La felicidad -la auténtica- está ligada a unas reglas que vienen dadas con la propia naturaleza


El hombre ha sido creado para amar y para ser amado. Y en la medida en la que actúe así será feliz. Y dejará de serlo en tanto en cuanto se aparte de esa regla fundamental, que es principio y fin de toda su existencia. Por eso, las personas que están más cerca de Dios, como es el caso de los santos, son las más felices.  Al fin y al cabo, el hombre fue creado "a imagen y semejanza de Dios" (Gen 1, 26) ...  y  "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8).




Tengamos presente, por otra parte, que la Creación es cosa de Dios y no del Diablo; éste no es ningún "dios" sino que es también una criatura de Dios; una criatura creada libre (un ángel) pero que usó de su libertad para rebelarse contra Dios (y se transformó en demonio; éste es, pues, un ángel caído). Relata la Biblia que después de crear Dios el mundo "vio que todo era muy bueno" (Gen 1,31). Pues bien: en ese "todo" estamos incluidos, de una manera especial, las personas humanas que, para Dios tenemos un valor infinito; y lo tenemos, no por nosotros mismos -lo que sería imposible- sino porque Él nos lo ha dado. Y nos lo ha dado porque así lo ha querido, libérrimamente.


Nuestro valor se debe a la íntima unión que tenemos con Jesucristo, conforme a la petición que Él hizo a su Padre en la oración sacerdotal de la Última Cena: "Que todos sean uno: como Tú, Padre, en Mí y Yo en Tí, que también ellos sean uno en Nosotros" (Jn 17, 21). En otro lugar del Nuevo Testamento también leemos: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?" (1Cor 6, 19). 


Porque así es: en Él somos uno: Él es la Cabeza y nosotros los miembros de ese Cuerpo Místico de Jesucristo, que es la Iglesia: "Vosotros sois Cuerpo de Cristo y miembros cada uno por su parte" (1 Cor 12, 27). "Somos para Dios el buen olor de Cristo" (2 Cor 2, 15). ¿A qué más podemos aspirar? Nuestro valor infinito ante Dios procede del hecho de estar unidos íntimamente, por la gracia, con Jesucristo, Nuestro Señor: "Ved qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, y que lo seamos" (1 Jn 3, 1). Somos verdaderamente hijos de Dios, hijos en el Hijo, pero realmente hijos. Y esto es pura gracia y puro Don, aunque sólo se da a aquellos que optan por Jesucristo, pues el Amor es algo a lo que nadie puede ser obligado. Dignidad infinita, pues, la del hombre, a la cual ha sido elevado por Puro Amor de Dios, sin mérito alguno de nuestra parte. 

De ahí la respuesta de Jesús al Diablo: "Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás" (Lc 4, 5-8). Frente a la dignidad infinita que Dios nos ha concedido, hay muchos hombres que prefieren rebajarse a sí mismos a niveles peores que los de las bestias quienes, al fin y al cabo, son seres irracionales. Se prefieren a sí mismos y a las cosas, en lugar de optar por Dios. La soberbia les lleva a la desobediencia y a la maldad; e instalándose en la mentira y en la esclavitud consideran que están en la verdad y que son libres (engañándose a sí mismos). Las consecuencias de esta actitud del hombre con relación a Dios las estamos viendo: basta mirar el mundo en el que vivimos ...; y esto no ha hecho más que empezar. El rechazo y el alejamiento de Dios, la sustitución de la Religión de Dios por la "religión del hombre" está conduciendo a éste a su autodestrucción como persona.


Si Dios no existe todo está permitido, decía Fédor Dostoiesky; la única ley que impera es la ley del más fuerte. (¡Estamos volviendo atrás!). Todos desean tener más y más, y cada vez más; y no por ello son más felices (¡y lo saben!); al contrario, cada día que pasa están más vacíos y más desesperanzados. Y todo ello porque han hecho su opción por la mentira, han hecho del dinero, de las cosas y de las riquezas (del "tener", en definitiva) lo único importante; lo cual los sitúa en la mayor de las falsedades. 


Es el "ser" y no el "tener" lo que nos puede dar la felicidad. Y nosotros "somos" (somos realmente nosotros mismos) sólo en Dios. Si algo "tenemos", lo primero de todo es ser conscientes de que lo hemos recibido; y lo segundo, ser conscientes -también- de que lo recibido no es para que nos lo quedemos nosotros de modo egoísta sino para ofrecérselo a Él, por amor: un dar-recibir entre Dios y cada uno de nosotros que puede hacer de la vida una maravillosa aventura. En expresión de san Agustín "nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Dios", pues hemos sido creados con ansias de infinitud. Ninguna cosa puede colmarnos que no sea Jesús. 



(Continuará)

El aborto, la eternidad de España y VOX (Pío Moa)



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González Quirós, uno de los dirigentes de VOX, considera el aborto moralmente un crimen, pero, señala, ahí se produce una colisión de dos derechos y hay casos en los que el aborto está justificado. Además, el orden político y el orden moral son diferentes. La ley tiene que hacerse por el consenso de la sociedad, y solo el 0,7% de la población, según encuestas del CIS, estima importante la cuestión del aborto
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Haré algunas observaciones:

Es obvio que hay casos en que el aborto está justificado, como hay casos en que matar está justificado. Sin embargo no me parece buena argumentación el resto.

La cuestión está en definir qué casos son esos. Y la definición no puede hacerse desde “la colisión de dos derechos”, que es como lo plantean los abortistas: el derecho a la conservación de la vida chocando con el “derecho” a disponer del propio cuerpo, valorado este como prioritario, y la vida en gestación como una especie de tumor en el cuerpo materno. Quizá González Quirós no quiso decir eso, pero al hablar de colisión de derechos lo da a entender.

El orden político es también un orden moral, aunque con sus particularidades y exigencias, pues de otro modo la vida política derivaría al maquiavelismo. Es un problema casi eterno del pensamiento político, que no debe darse por resuelto. De todas formas, si el aborto es un crimen, la ley y el consenso deben abordarlo como tal.

No es del todo cierto que la política, en este caso la ley, deba hacerse siempre por consenso social. Los consensos se hacen entre los partidos, y la opinión pública predominante en una sociedad cambia considerablemente de un tiempo a otro, generalmente a partir de consensos entre políticos y por el influjo o manipulación de los medios de masas. Un partido debe defender principios claros y solo a partir de una defensa hábil de ellos puede establecer consensos razonables. Pues muchos consensos no lo son.

Por lo tanto, si el aborto es moralmente un crimen, como dice González Quirós, debe resultar muy preocupante que solo un 0,7% de la sociedad lo considere una cuestión importante (quizá considera más importante las andanzas de Belén Esteban, por ejemplo. Por lo menos les presta mucha más atención). Se trata así de un "consenso social" perverso, nacido de consensos políticos. Porque ello sugiere que la sociedad española está profundamente desmoralizada, con muy escasa sensibilidad moral. Una degradación muy alarmante, que debiera hacerse un gran esfuerzo por remediar, en lugar de resignarse a ella con fatalismo. También en la Alemania hitleriana la sociedad llegó a dar poca importancia a cuestiones que la tenían moralmente y debían tenerla políticamente.

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No sé si interpreto fielmente el pensamiento de González Quirós, pues la suya fue una intervención improvisada y breve, que dificulta perfilar bien las ideas. Pero espero que, tal como han sido expuestas, no sean adoptadas por VOX. Este partido recién nacido, en el que tengo esperanzas, se encuentra con serios problemas derivados del silenciamiento que le hacen los grandes partidos y sus medios, y del hecho real de una sociedad largo tiempo sometida a la “cultura” del embuste, en la que parece que solo calan mensajes triviales o tramposos, algo que no puede remediarse de pronto ni a gritos.


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Otro punto me ha alarmado en González Quirós: "España no es una realidad eterna, platónica", afirma. A él le gustaría que durase todavía algo más que él mismo, pero, bueno, alguna vez España será una parte de otra cosa y eso es un proceso al que no tenemos derecho a detener, porque el "proyecto europeo tiene sentido”. 
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Veamos: 

a. España no es eterna. Obvio. Ninguna cosa creada lo es. Tampoco el señor González Quirós, y seguramente no le gustará que con tal "argumento" alguien quisiera quitarle la vida, por la violencia o de forma suave. Me da la impresión de que en el caso de España no le parece mal liquidarla, ya que no es eterna.

b. España siempre ha sido parte de otra cosa: de Europa occidental, del mundo hispanoamericano, del mundo en general. Nueva obviedad. La cuestión es de qué modo y en qué circunstancias forma parte.

c. Lo que evidentemente quiere decir González es que España debe aceptar una eutanasia que cree dulce, renunciando a su soberanía en la UE (“Europa”, dice) Y que no tenemos derecho a oponernos a ello porque el proyecto “europeo” tiene sentido (implícitamente, el proyecto español, la soberanía española, no lo tendría)

d. El señor González Quirós debiera saber que no existe un proyecto europeo, sino europeísta: básicamente, crear una especie de nuevo imperio con su nacionalismo peculiar que sustituyera a las culturas y naciones y hasta idiomas históricamente formados. Un proyecto de tinte originariamente cristianodemócrata (al menos respetaba las raíces cristianas) y actualmente socialdemócrata y directamente anticristiano. Es decir, un proyecto contra la cultura, las culturas y las naciones europeas, manejado, como es cada vez más el caso, por unas burocracias sin apenas representatividad real. 

A González Quirós le parece un proyecto con "sentido", a mí me parece nefasto y a la larga inviable. Y mi derecho a oponerme a él no es menor, creo que bastante mayor, que el suyo a apoyarlo. En cualquier caso, el modo acrítico, casi diríamos beato, con que González Quirós ensalza lo que llama "Europa" contrasta con su buena disposición a liquidar cuanto antes, diluyéndola en "Europa" a una España a la que, en definitiva, no encuentra sentido. De ese modo, ¿por qué oponerse a los separatismos? ¿Qué importa si España se disuelve en la UE entera o por partes?
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Creo que no es ésta la orientación predominante en VOX, un partido que me parece muy interesante; también es posible que yo esté exagerando. Me gustaría.

PÍO MOA

domingo, 22 de febrero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (13) [Tentaciones (3ª) Riquezas]

Aunque son muchas las tentaciones que padece hoy la Iglesia; y en las que -por desgracia- están cayendo muchos de sus miembros, incluidos también algunos Obispos y Cardenales, con lo que eso lleva de confusión para los fieles, a mi entender -aunque todas son graves- es la caída en la tercera tentación (Mt 4, 8-10) [o la segunda, según san Lucas] la más preocupante, dentro de la gravedad. Éste es el relato de san Lucas: "Después lo condujo el Diablo a un lugar elevado, le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo: 'Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque me ha sido entregado y lo doy a quien quiero. Por tanto, si me adoras, todo será tuyo'. Jesús respondió: Escrito está: 'Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás' " (Lc 4, 5-8). 

Nos encontramos ante una opción que todo ser humano debe de tomar. Nadie se puede escapar. Es preciso definirse: "No podéis servir a Dios y a las riquezas" (Lc 16, 13). San Pablo decía que "la avaricia es la raíz de todos los males; y algunos llevados de ella se apartaron de la fe" (1 Tim 6, 10) ... "la avaricia es una idolatría" (Col 3, 5). "Estad atentos y guardaos de toda avaricia, pues aunque uno abunde en bienes, su vida no depende de aquello que posee" (Lc 12, 15).




Y debemos de ser conscientes de que nos jugamos mucho en esa decisión. En realidad, nos lo jugamos todo, por así decirlo, pues es nuestra salvación eterna la que está en juego. ¿A quién hacemos caso: a Dios o al Diablo? De nosotros depende. Y la elección no es fácil, pues cada vez son menos las personas que se mantienen fieles a Dios, manifestado en Jesucristo. Por otra parte, el ambiente es cada vez más hostil contra los cristianos (incluso en el seno de la misma Iglesia): "Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño" (Mt 26, 31). Encontrar buenos pastores se ha convertido en una tarea harto difícil. Lo habitual es dar con pastores que no son tales, en realidad, sino que son
falsos pastores asalariados. De ellos decía Jesús: "El asalariado, el que no es pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo, deja las ovejas y huye -y el lobo las arrebata y las dispersa-, porque es asalariado y no le importan las ovejas" (Jn 10, 12-13).


Afortunadamente, tenemos las palabras de Nuestro Señor, quien dijo de Sí mismo: "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas" (Jn 10, 11). Pero, ¿lo tenemos a Él, además de sus palabras? Porque es de todo punto imprescindible que lo encontremos, ya que sólo en Él está nuestra salvación y nuestra vida: 
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). Para eso vino: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10b). Y es también la única puerta del redil de las ovejas. No hay otra puerta: "Yo soy la puerta; si alguno entra por Mí se salvará, y entrará y saldrá, y encontrará pastos" (Jn 10, 9). 


Pero claro: nosotros conocemos a través de los sentidos (vista, oído, gusto, tacto y olfato). Y a Jesús no podemos conocerlo de este modo, pues aunque está realmente con nosotros, con su 
Presencia Real en la Eucaristía; y de ello tenemos absoluta seguridad, a través de la fe, sin embargo, los accidentes del pan y del vino ocultan esa Presencia a nuestros sentidos. De ahí la necesidad vital que tenemos, los que somos cristianos por la gracia de Dios, de acudir a buenos pastores que nos hablen de Jesús y que nos conduzcan hasta Él. Dios se sirve de ellos para llegar a nosotros (supliendo así, en cierto modo, su ausencia sensorial). 


[Hay que decir, no obstante, que aunque viéramos a Jesús y lo viéramos hacer milagros e incluso resucitar muertos, ello no nos llevaría a creer en Él, sin más: "Aunque  había hecho tan grandes señales delante de ellos -dice san Juan- no creían en Él" (Jn 12, 37). Jesús se quejaba, con frecuencia, de la falta de fe de sus propios discípulos. Por ejemplo, cuando Pedro "comenzó a andar sobre las aguas hacia Jesús, al ver que el viento era muy fuerte se asustó y, al empezar a hundirse, gritó: '¡Señor, sálvame!'. Al instante le tendió Jesús la mano, lo sostuvo y le dijo: 'Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?' " (Mt 14, 30-31). Y así con infinidad de ejemplos. 

Es de destacar el hecho de que cuando Jesús resucitó y se apareció, por primera vez a sus discípulos, "Tomás, uno de los Doce, el apodado Dídimo, no estaba con ellos" (Jn 20, 24) y no vio a Jesús. Cuando se lo contaron no lo creyó. "Pasados ocho días, estaban otra vez dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Estando cerradas las puertas, se presentó Jesús en medio y dijo: 'La paz sea con vosotros' " (Jn 20, 26). Entonces entabló una conversación con Tomás, al cabo de la cual "respondió Tomás: '¡Señor mío y Dios mío!' Jesús le dijo: 'Porque me has visto has creído. ¡Bienaventurados los que sin ver creyeron!' " (Jn 20, 28-29). 

De manera que podemos, incluso, considerarnos más dichosos que los mismos apóstoles que vieron a Jesús. Y es que "sin fe es imposible agradarle, pues es preciso que quien se acerca a Dios crea que existe y que es remunerador de los que le buscan" (Heb 11, 6). Es más: "El justo vive de la fe" (Heb 10, 38). San Pedro, desde Roma, escribe en su primera carta a los fieles del Asia Menor (Ponto, Galacia, Capadocia, Bitinia) hablando de Jesucristo: "Al cual amáis sin haberlo visto; en quien ahora, sin verle, creéis y exultáis con un gozo inefable" (1 Pet 1, 8). 

Tampoco nosotros lo vemos, pero podemos llegar a conocer a Jesús y a amarle, a través de la fe, con un conocimiento más seguro que el que nos podrían proporcionar los sentidos. Somos realmente afortunados, pues poseemos el tesoro de la Iglesia, durante veinte siglos, con el testimonio y los escritos de algunos de sus santos que fueron declarados Doctores de la Iglesia, entre ellos san Agustín y santo Tomás, auténticas lumbreras y enamorados de Jesucristo. Esto no lo tuvieron los discípulos de Jesús. Podríamos decir que tenemos una cierta ventaja sobre ellos.] 

Pero, ¿cómo distinguir a un buen pastor de otro que no lo es, si ambos aparecen ante nosotros como pastores?. Carísimos, -decía san Juan- no creáis a cualquier espíritu, antes bien examinad si los espíritus son de Dios, porque se han presentado en el mundo muchos falsos profetas" (1 Jn 4, 1). Y continúa diciendo: "En esto conoceréis el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiese que Jesucristo vino en carne, es de Dios; pero el espíritu que no confiese a Jesús, no es de Dios; ése es el Anticristo, el cual oísteis que viene, y ahora ya está en el mundo" (1 Jn 4, 2-3). El buen pastor entra por la puerta del redil y esa puerta es Jesús. No hay otro camino: Sólo "quien entra por la Puerta es pastor de las ovejas" (Jn 10, 2).  


[De modo que si alguno aparece ante nosotros como pastor o sacerdote, pero nos aconseja mal sobre temas acerca de los cuales la Iglesia se ha pronunciado siempre con toda claridad, bien sean de carácter dogmático como la presencia real de Cristo en la Eucaristía, la divinidad de Jesucristo, la virginidad de María, ..., o bien de carácter moral, como el caso de la licitud de los anticonceptivos, el divorcio, el aborto, el adulterio, la homosexualidad, etc, ..., entonces debemos de huir de él como de la peste, pues estamos en grave peligro de caer en la mentira y de llamar bueno a lo malo y viceversa. Y puesto que Él es la Verdad y toda mentira aleja de Dios, el que se deja engañar se hace igualmente mentiroso (y se aleja de Dios), como mentirosos son todos los que no piensan según Dios y hacen caso al Diablo, que es el padre de la mentira]. 


¿Y dónde buscar y encontrar a esos pastores? Como siempre y de nuevo, 
sólo nos quedan las palabras del Señor, que son las únicas de las que podemos fiarnos, sin temor a error: "Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; y el que busca halla, y al que llama se le abre" (Lc 11, 9-10). Aunque llegados a este punto, debemos de tener bien claro qué es, exactamente, lo que tenemos que pedir, ..., pues aunque recibiésemos todo cuanto pidiéramos, aun así, seguiríamos quedando insatisfechos: ¡que no nos quepa de ello la menor duda!. 


Y es que, además, no puede ser de otro modo, si es cierto -como lo es- aquello que dijo san Agustín: "Nos hiciste, Señor, para Tí; y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Tí". Hemos sido creados con afán de infinito; y sólo en Dios podemos saciar todas nuestras ansias. Lo demás, por bueno que sea, siempre acabará dejándonos vacíos, pues ninguna cosa finita puede llenar el corazón del hombre, creado por Dios con ansias de infinitud. Tal es nuestra naturaleza. 

Mientras es de día (el tiempo de nuestra vida) es preciso estar vigilantes"Velad y orad para no caer en tentación; pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil" (Mt 26, 41). Y sin temores de ningún tipo. Jesús jamás nos engaña; y fue Él quien dijo: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden? "  (Lc 11, 13). 


Eso es lo que tenemos que pedir: el Espíritu Santo [que es el Espíritu de Jesús, el Amor que mutuamente se profesan Padre e Hijo entre sí]. Así tendremos la seguridad, no sólo de conseguir lo que pedimos sino, sobre todo, de encontrarnos con el Único que puede llenar nuestro corazón: "Hasta ahora no habéis pedido nada en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestra alegría sea completa" (Jn 16, 24); lo cual ocurrirá ya, en esta vida, de modo perfecto (en cuanto al máximo posible de gozo) aunque incompleto (en cuanto que aún somos peregrinos en este mundo) ... puesto que junto al Espíritu de Dios -que es puro Amor- siempre va de la mano la Alegría (con mayúsculas). Y es que si poseemos -por gracia- el Espíritu Santo, es señal inequívoca de que estamos participando (y haciendo nuestra) la Vida de Aquél a quien amamos con todo el corazón y sobre todas las cosas, que es Jesús. ¿Y cabe mayor alegría que ésta, en este mundo y en el otro?

La Iglesia tiene necesidad de sacerdotes santos que den un testimonio auténtico de Jesús entre los hombres, sacerdotes que aparezcan entre los hombres como "el mismo Cristo" y cumplan bien la misión que les ha sido encomendada, pues han sido "elegidos por Dios de entre los hombres y constituidos en favor de los hombres para las cosas relativas a Dios" (Heb 5, 1). Dios vino al mundo y se manifestó en su Hijo, Jesucristo, en un determinado momento histórico, hace dos mil años. Y fundó -además- su Iglesia, con una misión bien clara encomendada a sus apóstoles"Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que Yo os he mandado" (Mt 28, 18-20a). "Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20b). 


Cristo se hace presente en sus sacerdotes: en la Jerarquía Eclesiástica, por una parte ( Papa, Cardenales y Obispos) y de un modo especial en los simples sacerdotes, en cuanto que son ellos los que mantienen una mayor cercanía con los cristianos de a pie. Sin sacerdotes, la Iglesia no podría subsistir

Se da el hecho, sin embargo, de que el número de sacerdotes va disminuyendo. Dios sigue llamando, pero la sociedad -que antes era cristiana- se ha vuelto pagana y son cada vez menos los que mantienen la fe, si es que llegaron a tenerla alguna vez. La educación que reciben hoy los niños es -por lo general- anticristiana; y lo mismo el ambiente que los rodea. Y -por las razones que sean- la educación que reciben los niños en sus familias deja mucho que desear, en términos generales. Ésta es una de las razones por las que los seminarios están casi vacíos.


Y -lo que es aún más grave-, no siempre la enseñanza que reciben los futuros sacerdotes es pasto bueno: "El humo de Satanás se ha infiltrado en la Iglesia" -decía el papa Pablo VI hace cuarenta años. Hoy día ese humo se ha extendido demasiado; y nos encontramos con el hecho -no reconocido por todos, pero que está ahí para que lo vea el que quiera ver- el hecho -digo- de que la herejía modernista se ha infiltrado en la Iglesia; y esto a niveles de grandes e influyentes Jerarcas (aunque el pueblo llano no es consciente de lo que está ocurriendo). Como decía el papa San Pío X, "la herejía modernista es la suma de todas las herejías" y fue atacada, muy ardiente y con razones fundamentadas en su famosa Encíclica "Pascendi",  cuya lectura nos vendría muy bien y nos abriría un poco mas los ojos, si es que no los tenemos completamente cerrados.

En fin, lo cierto y verdad es que -debido a múltiples razones que aquí no vamos a analizar- el número de personas que desconocen a Jesucristo es inmenso. "La mies es mucha -decía Jesús-, pero los obreros pocos" (Mt 9, 37). ¿Y qué podemos hacer ante esta situación? Pues justamente lo que nos dijo Jesús que hiciéramos: "Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 38). La confianza en la Providencia es esencial en un cristiano. Dios no nos va a dejar solos jamás, si nosotros ponemos de nuestra parte. De ello podemos tener una seguridad absoluta. Ciertamente sufriremos, como no puede ser de otro modo: "Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecución" (2 Tim 3, 12), pero el sufrimiento no nos llevará a la desesperanza. Más bien al contrario, porque esos sufrimientos, compartidos con los del Señor (lo que será tanto más cierto cuanto mayor sea nuestra unión con Él en el Espíritu Santo) tienen un valor redentor, si tenemos en cuenta el Misterio del Cuerpo Místico de Cristo y de la comunión de los santos: Cristo mismo sufre en nosotros; nuestros sufrimientos son los suyos y los suyos son los nuestros.


Sólo así se pueden entender un poco esas palabras del apóstol san Pablo a los colosenses: "Ahora me alegro por vosotros y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia" (Col 1, 24). Teniendo presentes estas palabras -u otras cualesquiera que leamos en el Evangelio- podemos estar tranquilos y vivir con alegría y sin temor alguno, en conformidad con lo que nos dice -una vez más- el autor de la carta a los hebreos: "No perdáis vuestra confianza, que tiene una gran recompensa" ( Heb 10, 35) 



(Continuará)

miércoles, 18 de febrero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (12) [Tentaciones (3ª) Mundo]

Nos preguntamos cómo puede ofrecer el Diablo a Jesús algo que no le pertenece ("todos los reinos del mundo"), puesto que la Creación es obra sólo de Dios, y el Diablo es tan solo un ángel caído, una criatura, al fin y al cabo. Para entenderlo, vamos a hacer las consideraciones que siguen a continuación.

En la Biblia la palabra "mundo" puede tener dos significados completamente diferentes. Normalmente el contexto en el que aparecen permite diferenciarlos con facilidad. Por una parte, está el mundo creado por Dios, que es bueno: "Vio Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era muy bueno" (Gen 1, 31). El hombre es capaz de remontarse desde el conocimiento del mundo hasta el conocimiento de Dios, como dice san Pablo: "Lo invisible de Dios es conocido desde la creación del mundo mediante las criaturas: su eterno poder y divinidad, de modo que son inexcusables los que habiendo conocido a Dios, ni lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se ofuscaron en sus vanos razonamientos y se oscureció su corazón insensato. Presumiendo de sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen semejante a la de hombre corruptible" (Rom 1, 20-23). 


De donde se deduce, en primer lugar, que la finalidad de la creación es la de conducir a la criatura hasta su Creador. Existe un cierto orden en la naturaleza, por el que todo hace referencia a Dios; suele hablarse de carácter referencial de las cosas.  Cuando se consideran las cosas de este modo, se las trata conforme a lo que son, se está en la verdad; en estos casos, por lo tanto, la palabra "mundo" tiene una connotación positiva y resplandece la bondad del mundo. Un ejemplo lo tenemos en la siguiente lectura, sacada de los Salmos: "Los cielos pregonan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos" (Sal 19, 2) 




Sin embargo, a causa del pecado, este orden ha sido trastocado e invertido. Es lo cierto que, por lo general, el hombre no refiere el mundo a Dios; e incluso suele ser él mismo quien establece las normas acerca de lo que es bueno y de lo que es malo, atribuyéndose un papel que no le corresponde y volviendo a caer en la vieja tentación del "seréis como Dios" (Gen 3, 5), en la que ya cayeron nuestros primeros padres. La soberbia es el pecado que mejor define al Diablo y a los suyos, es decir, a aquellos que se oponen a la soberanía de Dios en el mundo


Este modo de "pensar" acerca del mundo, en el que se prescinde de Dios por completo, es lo que hace del "mundo", así concebido, algo malo. Y es a este mundo, separado de Dios a causa del pecado, al que se refiere el apóstol Santiago, cuando dice: "¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemiga de Dios? Por tanto, quien desee hacerse amigo del mundo se convierte en enemigo de Dios" (Sant 4, 4). Y el apóstol san Juan: "No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1 Jn 2, 15).  

El sentido usado para la palabra "mundo" en estos pasajes bíblicos se refiere al mundo en tanto en cuanto puede separarnos de Dios; y es, por lo tanto, un sentido claramente peyorativo. Si se consiente esta mentira radical acerca del mundo visible, al que se considera como la única realidad existente; si el mundo se "endiosa" y sustituye a Dios en nuestra vida, entonces deja de ser bueno "para nosotros" y se transforma en malo, en un enemigo a combatir; y es que, al alejarnos de Dios hacemos del mundo nuestro "dios" ... ¡y eso no nos hace más felices, sino que produce en nosotros un vacío indescriptible, pues sólo Dios puede colmar las aspiraciones del corazón humano!


Es nuestra visión perversa del mundo la que lo "hace" malo. Es la maldad del hombre la que transforma en malas cosas que inicialmente fueron buenas. Aunque en realidad, de verdad, la maldad no se encuentra en el mundo ni en las cosas, sino en el corazón del hombre; que es lo que ocurre, precisamente, cuando se considera el mundo como un fin, en sí mismo. Tal consideración lleva al olvido y al rechazo de Dios e incluso a la negación de su existencia. Pero si miramos el mundo con mirada limpia y corazón puro, si lo vemos tal y como es, como una criatura más salida de las manos de Dios; y que nos puede conducir, además, hasta Él, entonces el mundo se transforma en bueno, en lo que realmente es para Dios. Toda la confusión que hoy existe así como el conjunto de males que aquejan a la humanidad tienen su origen y única causa en el pecado, el auténtico mal. 


Tal vez podamos entender ahora un poco mejor a san Pablo cuando dice que "la creación entera espera ansiosa la manifestación de los hijos de Dios" (Rom 8, 19); o cuando dice de esta creación que "sufre y gime con dolores de parto hasta el momento presente" (Rom 8, 22). Y es que el estado de naturaleza caída, consecuencia del pecado, ha afectado también -de alguna manera- a toda la Creación y no sólo a los seres humanos


Olvidado el carácter referencial de las cosas, cuya misión es la de conducir a Dios, el hombre diviniza el mundo; aunque expresado con más exactitud habría que decir que se hace esclavo del mundo. Una vez eliminado Dios de la vida del hombre ésta deja de tener sentido para él y se convierte en una "pasión inútil" (usando las palabras del existencialista Sartre) que acaba en la nada. Las palabras de Jesús, en cambio -y como siempre- además de alegrarnos el corazón, nos devuelven al mundo real, nos sitúan en la verdad:  "Todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34). Y también: "Quien quiera salvar su vida, la perderá; mas quien pierda su vida por Mí, la encontrará" (Mt 16, 25) 
(Continuará)

lunes, 16 de febrero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (11) [Tentaciones (3ª) Soberbia]

Pasamos ya a la tercera tentación de Cristo en el desierto:  "El Diablo lo llevó de nuevo a un monte muy elevado y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: 'Te daré todo esto, si postrándote me adoras'. Entonces Jesús le respondió: 'Apártate, Satanás, porque escrito está: 'Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto'. Entonces lo dejó el Diablo, y vinieron los ángeles y le servían" (Mt 4, 8-11)



Antes de introducirnos de lleno en el comentario, propiamente dicho, de esta tentación, es de notar que el Diablo le dice a Jesús: Te daré todo esto, refiriéndose a todos los reinos del mundo y su gloria. ¿Acaso es potestad del Diablo hacer esa promesa? ¿No es el Diablo un mentiroso y padre de la mentira? Cierto que lo es, pero formando parte de su astucia, se encuentra el decir -a veces- alguna verdad; y de ese modo confundir y engañar a una gran mayoría. Y, en este caso concreto, le estaba diciendo a Jesús la verdad, en cuanto a que el mundo entero está bajo su poder. ¿Cómo es esto posible?


Si recordamos Jesús llama al Diablo "príncipe de este mundo" en varias ocasiones (Jn 12, 31; Jn 16, 11; Jn 14, 30). Y san Pablo se refiere a él como el "dios de este mundo" (2 Cor 4, 4) y el "príncipe del poder del aire" (Ef 2, 2). Y puesto que Jesús no miente pues Él mismo es la Verdad (Jn 14, 6) podemos concluir que el Diablo es, efectivamente, el príncipe de este mundo y -como tal- tiene un poder que se le ha dado, durante un tiempo, a consecuencia del pecado de Adán


Algo de este poder podemos atisbar al leer el libro del Apocalipsis, cuando se dice: "Corrió admirada la tierra entera tras la bestia, y adoraron al dragón, porque dio el poderío a la bestia; y se postraron ante la bestia, diciendo: '¿Quién hay semejante a la bestia y quién puede luchar contra ella?' Le fue dada una boca que profería palabras arrogantes y blasfemias; y se le dio poder para hacerlo durante cuarenta y dos meses. Entonces abrió su boca para blasfemar contra Dios: para blasfemar de su Nombre y de su tabernáculo y de los que moran en el cielo. Se le concedió hacer la guerra contra los santos y vencerlos; se le concedió también potestad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adorarán todos los habitantes de la tierra, aquellos cuyo nombre no está inscrito, desde el origen del mundo, en el libro de la Vida, del Cordero que fue sacrificado" (Ap 13, 3b-8)


Se trata, pues, de un tema muy serio que no se puede tomar a la ligera; por eso, san Pablo escribe a los efesios acerca de las armas que debe utilizar un cristiano si quiere vencer las insidias del Diablo (Ef 6, 10-20); y haciéndoles ver que "nuestra lucha no es contra la carne o la sangre, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos que están por las regiones aéreas" (Ef 6, 12)

En esta tercera tentación el Diablo se manifiesta ya tal y como es; en la primera ponía al hombre como referencia, para que usase los dones recibidos en provecho propio; en la segunda acude a la palabra de Dios, dándole un sentido que no tiene y adulterando el Mensaje divino, tomando como referente el triunfo humano, la fama, etc. Ahora se muestra a "cara descubierta", sin tapujos, y le ofrece a Jesús "todo cuanto un hombre puede desear": el mundo entero que, puesto que le pertenece, es suyo y puede darlo. Aquí no hay engaño, al menos en apariencia.  ¿Significa esto que sigue habiéndolo? En cierto modo sí, pues es evidente que el Diablo no desea nada bueno para Jesús aunque le prometa todo el oro del mundo. Eso sí: ha dejado muy claras sus verdaderas intenciones; y éstas requieren de Jesús una condición: que se incline ante él y que le adore. 


Dicho de otro modo: Jesús debe dejarse de tonterías y reconocer que lo sensato y lo correcto es que se incline ante él y le rinda pleitesía, como a su verdadero "dios", y príncipe de este mundo, pues no hay otro mundo que no sea éste. Ése es el único modo en el que triunfará: sólo tiene que olvidarse de ese Dios en el que cree y que está únicamente en su imaginación. El mundo real es el que él le presenta. De nuevo la sutiliza de la tentación, el camino fácil, el lobo disfrazado de oveja que le llega con palabras aduladoras. La respuesta de Jesús fue drástica: "Apártate, Satanás, porque escrito está: 'Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto'. (Mt 4, 10). Entonces el Diablo lo dejó.

Tentación diabólica por excelencia, la de la soberbia, aquella en la que cayeron nuestros primeros padres ... una tentación que supone el olvido de Dios como Señor del Universo, por una parte, y el arrogarse -uno a sí mismo- un poder que no le pertenece, por otra: "Seréis como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gen 3, 5). Con Adán y Eva tuvo lugar el primer gran triunfo del Diablo sobre el hombre [del que se supone que se alegraría, si es que tiene algún sentido decir que el Diablo es capaz de alegrarse de algo]. Puesto que en aquel
momento toda la humanidad estaba reducida a ellos dos, al cometer pecado -desobedeciendo a Dios- nuestros primeros padres quedaron privados de la gracia santificante y sometidos al dolor, al sufrimiento y a la muerte, consecuencias de dicho pecado, del que sólo ellos fueron responsables (pecado personal). Aunque con la particularidad de que puesto que toda la raza humana estaba formada por nuestros primeros padres, cuando éstos cometieron pecado su naturaleza pasó de un estado de armonía original a un estado de naturaleza caída, que es el que se transmitiría a toda su descendencia, con las consecuencias correspondientes. 


Esa es la razón por la que todo ser humano nace ya con esa lacra del pecado original, pues éste va ya implícito en nuestra naturaleza caída, como se acaba de decir. Es un pecado heredado, un pecado de naturaleza, de cuya responsabilidad directa estamos liberados. Al no haber sido nosotros quienes lo cometimos no puede tratarse, en nuestro caso, de un pecado personal (como sí lo fue en el caso de Adán y Eva). En todo caso, no deja de ser un pecado, que está ahí, cuyas consecuencias sufrimos y del que necesitamos ser liberados. A causa del pecado de Adán las puertas del cielo quedaron cerradas ... y no existía posibilidad alguna de que fueran abiertas ... por nosotros mismos.  Pero Dios tenía sus planes ... unos planes (amorosos) que llevó a cabo con la venida de Jesucristo a este mundo y que hicieron que nuestra salvación fuera posible [se habla de Redención objetiva]


Así que, gracias a la venida de Jesucristo, el hombre tiene ahora la posibilidad de salvarse. Hay que decir, sin embargo, que aunque los méritos de Jesucristo son más que suficientes para nuestra salvación, el respeto que Dios tiene por la libertad que nos dio al crearnos es tan grande que no obligará a ser salvado a nadie que no lo quiera [ésta es la Redención subjetiva, que es la que nos afecta de un modo más personal]. 


Dios quiere contar con nosotros en un asunto tan importante como nuestra propia salvación. Es lícito que nos preguntemos qué debemos hacer para salvarnos, qué es lo que tenemos que poner de nuestra parte, puesto que por parte de Dios ya está todo puesto. La respuesta es, simplemente, querer de verdad esa salvación y actuar con buena voluntad, no olvidando que el querer es auténtico y la voluntad es buena sólo, única y exclusivamente si se acepta a Jesucristo como el Único por quien nos puede venir la salvación: "Quien crea y sea bautizado se salvará; pero quien no crea, se condenará" (Mc 16, 16). Además, no hay otro camino: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). "Y en ningún otro hay salvación, pues ningún otro Nombre hay bajo el cielo dado a los hombres por el que podamos salvarnos" (Hech 4, 12). Nos queda, pues, ponernos en sus manos, con toda confianza y responder, con nuestra vida, al Amor que Él nos tiene. Su gracia no nos va a faltar si verdaderamente queremos encontrarlo.
  
(Continuará)

martes, 10 de febrero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (10) [Tentaciones (2ª) Camino fácil]


Hay otro aspecto en la segunda tentación que la hace aún más perniciosa. Recordamos aquí -de nuevo- que el Diablo usa la propia palabra de Dios para engañar a Jesús, proponiéndole el camino espectacular si quiere triunfar: es tan sencillo como tirarse desde el pináculo del Templo y así- le dice el Diablo, citando la Escritura- “los ángeles te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra” (Mt 4, 6). Jesús -que tenía muy clara la misión que había recibido de su Padre- le contesta, igualmente, con otras palabras de la Escritura: “No tentarás al Señor, tu Dios” (Mt 4, 7). 

Estamos en nuestro derecho a preguntarnos por qué se trata esto de una tentación: al fin y al cabo, el Diablo le estaba proponiendo a Jesús un modo infalible para asegurar su triunfo ante el pueblo judío. Si Jesús hacía lo que el Diablo le decía que hiciese, todos los judíos aceptarían su Mensaje. La sutileza empleada por el Diablo en esta tentación es finísima. A propósito de lo cual me viene a la mente el pasaje evangélico en el que, cuando Jesús comienza a manifestar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y padecer allí mucho y morir, pero que al tercer día resucitaría, se relata que “entonces, Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle, diciendo: ‘¡Lejos de Tí, Señor! ¡No te sucederá eso!’. Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Apártate de Mí, Satanás!, pues eres para Mí escándalo, porque no gustas las cosas de Dios, sino las de los hombres” (Mt 16, 22-23).

Pedro razonaba al modo humano; por eso reprendió a Jesús, para que no se le volviera a pasar por la cabeza el decir esas cosas tan absurdas. No cabe duda que las intenciones de Pedro -cuando le habló así a Jesús- provenían del cariño que le profesaba; y, como consecuencia lógica, no deseaba que le ocurriera nada malo. Por eso, en la confianza que tenía con Él, se lo lleva aparte y le reprende. Es de destacar que esta reprensión a Jesús por parte de Pedro no la realiza en presencia del resto de los discípulos, lo que supone una gran delicadeza, propia del cariño que le tenía.  En buena lógica -se supone que así pensaría Pedro- si Jesús era el Hijo de Dios, como él mismo acababa de manifestarlo delante de los demás apóstoles, nadie se atrevería a hacerle daño, dado el inmenso poder de Jesús. Cabe pensar que éste sería -más o menos- su razonamiento. Al fin y al cabo, Pedro -de hecho-, al igual que la mayoría del pueblo judío, esperaba en un Mesías triunfante y poderoso, al que todos reconocerían como tal; y que los libraría de la tiranía del pueblo romano.

Todavía no había entendido el Mensaje de Jesús; y por eso no podía comprender, no le cabía en la cabeza, que Jesús dijera lo que dijo: Mi Maestro -pensaría para sí- se ha vuelto loco. Hay que devolverle la cordura para que no vuelva a decir -nunca más- semejantes disparates. De ahí que reprendiera a Jesús para que alejase de sí esas ideas. Y de ahí, también, su sorpresa ante la reacción de Jesús que, ciertamente, no se la esperaba, y se quedó atónito y mudo. ¿Acaso no era lógico lo que le había dicho?  Diríamos que la respuesta es ... ¡sí, ... y no! ¡Sí lo era desde un punto de vista meramente humano! Pero ocurre -con demasiada frecuencia- que la lógica divina no coincide con la lógica humana, como muy bien lo había advertido el profeta Isaías, cuando escribió: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos” (Is 55, 8). [refiriéndose a Dios]

Sin ser consciente de ello, Pedro se estaba interponiendo entre Jesús y la voluntad de su Padre. Evidentemente el Señor no podía permitirlo, de ninguna de las maneras. De ahí la respuesta -tajante- que le espetó a Pedro: “¡Apártate de Mí, Satanás!”   Reacción que nos puede parecer desproporcionada y que, sin embargo, no lo es; pues si nos fijamos, Pedro le estaba diciendo a Jesús -aunque con otras palabras- lo mismo que Satanás le dijo la segunda vez que lo tentó en el desierto. Oculta bajo buenas palabras -de modo consciente en el Diablo e inconsciente en Pedro- se encontraba latente la idea de que Jesús entendía el triunfo de su Mensaje tal y como lo entiende el mundo: fama, espectáculo, sensacionalismo, sobresalir sobre los demás, etc ... En definitiva, el Poder -para sí mismo y los suyos- que es justo lo que es contrario al Amor, el cual "no busca su propio interés" (1 Cor 13, 5)



A lo largo de la historia, siempre ha estado presente esta tentación del camino fácil, de la senda ancha, de la comodidad, del confort ... ; en otras palabras: la tentación de la huida de la cruz que le valió a Pedro el escuchar de Jesús: "eres para Mí escándalo, porque no gustas las cosas de Dios, sino las de los hombres". No tenemos por qué avergonzarnos de expresar lo que sentimos. Admitamos que nos identificamos con Pedro, pues ¿cómo van a ser buenos la cruz, el dolor, el sufrimiento, ..., ?  ¿Quién, en su sano juicio, desea sufrir? Y la respuesta es: nadie. Tendría que ser un masoquista o un enfermo mental.  Jesús no era ninguna de estas cosas y, aunque se nos pasara otra idea por la mente, en realidad -de verdad- Jesús no deseaba el sufrimiento, en sí mismo, puesto que era un hombre normal. ¿Cómo iba a desear sufrir por sufrir? ¡Tendría que estar loco! No, Jesús no quería sufrir. De hecho, ésta fue su oración en la noche del huerto de los olivos, previa a su pasión: “Padre mío, si es posible, pase de Mí este cáliz; pero no sea como Yo quiero, sino como quieras Tú” (Mt 26, 39)

La respuesta a la pregunta sobre el sufrimiento se encuentra en la existencia del pecado original, pecado con el que todos nacemos, consecuencia del que, libremente, cometieron nuestros primeros padres. No es un pecado personal sino de naturaleza, un pecado heredado, pues “en Adán todos pecamos” (Rom 3, 23); y al cual le añadimos nuestros propios pecados personales. 

No acabamos de entender por qué debía morir Jesús para redimirnos del pecado. ¿Acaso no hubiera sido suficiente el simple hecho de hacerse hombre? [La respuesta a esta pregunta puede ser motivo de otra entrada en el blog]. Sea lo que fuere, lo cierto y verdad es que tenía que suceder así, como el propio Jesús se lo hizo ver a los discípulos de Emaús: " '¡Oh necios y tardos de corazón para creer todos lo que dijeron los profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y entrara así en su gloria?' Y empezando por Moisés y todos los Profetas, les interpretaba lo que hay sobre Él en todas las Escrituras". (Lc 24, 25-27)

En el eterno designio de Dios -que contempla la libertad humana y la respeta- estaba escrito que debía ocurrir, precisamente, lo que ocurrió.  Debido al pecado Dios se hizo hombre, en Jesucristo, sin dejar de ser Dios; se hizo uno de nosotros. "Y, en su condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2, 8) "dándose a Sí mismo como rescate por todos” (1 Tim 2, 6), "por nuestros pecados" (Gal 1, 4), "y para redimirnos de toda iniquidad" (Tito 2, 14). 

El dolor, el sufrimiento y la muerte son consecuencia del pecado. Ésta es la causa principal y única de todos los males que aquejan a la humanidad. Y el hombre Jesucristo padeció todas estas secuelas, "a excepción del pecado" (Heb 5, 15). Pero, sin embargo, tomó sobre sí ese pecado como propio, lo hizo suyo, sintiéndose pecador ante su Padre -no siéndolo- y todo ello por amor a nosotros, para merecernos la salvación; lo que, además, le llevó hasta el extremo de dar su vida en una cruz, conforme a sus propias palabras: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). 

Aunque es muy difícil de entender (porque tenemos el corazón demasiado duro) podemos leer en la carta del apóstol san Pablo a los corintios, con relación a la misión de Jesús y a la voluntad de su Padre: "A Él [esto es, a Cristo] que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que llegásemos a ser en Él justicia de Dios" (2 Cor 5, 21). Y en la carta a los romanos: “El que no perdonó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con Él todas las cosas?” (Rom 8, 32). Fue el Amor por nosotros -¡amor incomprensible, pero real!- el que le llevó a obrar como lo hizo.

El amor, en esta vida, va necesariamente unido al sufrimiento. Las palabras de Jesús no pueden ser más claras: "Si alguno quiere venir en pos de Mí, que tome su cruz cada día y que me siga. Pues quien quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda la vida por Mí, ése la salvará" (Lc 9, 23-24), palabras que no son sino un reflejo de lo que debe ser la vida cristiana; las citas serían interminables; y todas van dirigidas en el mismo sentido: "Entrad por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecha la senda que lleva a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!" (Mt 7, 13-14)

Lo miremos por donde lo miremos, la cruz es el signo del cristiano. Ahora bien: es fundamental no olvidar que lo esencial en la vida cristiana no es el sufrimiento en sí, sino el sufrimiento junto a Jesús, por amor a Él, porque se quiere compartir su vida y su destino, igual que Él ha hecho por nosotros. Un cristiano nunca sufre en solitario, sino que su sufrimiento es siempre con Jesús, en Jesús y por Jesús. Lo único importante es el amor a Jesús, nuestro Maestro y nuestro Amigo. Todo lo demás es accesorio y, en realidad de verdad, todo lo que no sea amar a Jesús es tiempo perdido

La demostración de la autenticidad del amor pasa siempre por la cruz. No hay otro camino en el presente eón en el que vivimos, porque el compromiso con Jesús conlleva siempre trabajo, esfuerzo, ilusión, ..., cruz en definitiva. De manera que el que huye de la cruz huye de Dios. Por eso la cruz debe ser amada, pero nunca en sí misma, sino sólo en tanto en cuanto es la cruz de Cristo, que es Aquel a quien amamos y por quien nos jugamos la vida igual que Él hizo por nosotros

Por eso decía, al principio, que nadie en su sano juicio -y Jesús menos que nadie- quiere sufrir. Pero … si se sufre con Cristo (pues Él sufrió por Amor a nosotros), si al sufrir estamos participando, verdaderamente, del sufrimiento redentor de Jesucristo (puesto que formamos con Él un solo Cuerpo), entonces esos sufrimientos nuestros son también sufrimientos suyos. Cuando un miembro se conduele todo el cuerpo se conduele. Y cuando un miembro se alegra todo el cuerpo se alegra. Si estamos con Él -y Él está con nosotros- cualquier cosa que nos ocurra siempre será buena, aunque mirada con criterios meramente humanos parezca que no lo es. La desgracia más grande que nos puede ocurrir es el pecado, porque éste nos separa de Aquél que es nuestro mejor Amigo; en realidad, nuestro único amigo, el que da sentido a toda nuestra existencia.


(Continuará)

¿Por qué se va la gente de la Iglesia? (Monseñor Livieres)



Sobre Monseñor Rogelio Livieres


Doctor en Derecho Canónico por la Universidad de Navarra (España) y especialista en Derecho Administrativo por la Escuela Nacional de Administración Pública de Madrid (España). Fue ordenado Sacerdote el 15 de Agosto de 1978. Pertenece al clero de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei. Nombrado como Obispo de Ciudad del Este por el Papa Juan Pablo II, el 12 de julio de 2004, tomó posesión del cargo el 3 de octubre del mismo año. Estuvo al frente de esta Diócesis hasta el 25 de septiembre de 2014, fecha en la que fue cesado por el papa Francisco, parece ser que debido a unas reflexiones que hizo [y que sería muy productivo leerlas] relacionadas con el Sínodo de la Familia que había sido convocado por el Papa del 5 al 19 de octubre de 2014.  Según declaraciones del Opus Dei, los dichos de Monseñor Livieres sobre el Sínodo "son de su entera responsabilidad" (no importando si lo que dijo era o no verdad) ... de modo que se quedó literalmente solo, en este sentido. Sobre la deriva del Opus Dei , hay escrito un artículo en este mismo blog tomado prestado de Germinans Germinabit

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El original del artículo que sigue puede leerse también pinchando aquí



Desde algunas décadas asistimos a una constante disminución del número de católicos en América Latina. Muchos de los que abandonan la Iglesia, no lo hacen por dejar de creer en Dios, sino para sumarse a otros grupos religiosos, principalmente sectas pentecostales.

En algunos países los datos son especialmente dramáticos: solo el 46% se declara católico en Guatemala y el 66% en Brasil. Recordemos que, no hace muchas décadas, eran países en los que más del 90% eran católicos antes de que empezara a ocurrir esta migración.

¿Cómo puede explicarse este fracaso de la pastoral de la Iglesia en países de antigua condición católica? Naturalmente, nuestra respuesta entra en el terreno de la conjetura. Más que una causa, hay un conjunto de causas que explican este fenómeno. Pero ahora interesa señalar la más importante de ellas. Y esto, es claro, depende del que opina.

Personalmente, yo pienso que la gente busca en la religión, en su fe, seguridad espiritual y sentido claro de su existencia. Creencias sólidas que vienen de Dios y han sido experimentadas positivamente a lo largo de los siglos. En cambio, los católicos, desde hace decenios, generalmente encuentran en los obispos y sacerdotes relativizaciones y no certezas de fe: dudas e interpretaciones demasiado personales que diluyen la verdad revelada por Dios y la fe compartida por la comunión de la Iglesia a través de los siglos.

Una persona que vive de la fe católica busca, además de solidez, una armonización entre esta fe y la razón. Esta fe «explicada» y «razonable» se va volviendo monolítica por medio de la oración y los sacramentos, a partir de los cuales se va ahondando la relación personal con Dios. En este diálogo constante con el Señor va creciendo en la firmeza de su fe que, a su vez, empieza a transmitir a los demás cuando los ve vacilantes, desconcertados o titubeantes.

El relativismo y la formación doctrinal pobre –aunque a veces sofisticada– ha diluido las certezas de la fe y la intensidad de la vida espiritual entre nosotros. La Iglesia necesita volver a la solidez doctrinal de otras épocas, si no quiere disgregarse o desangrarse en mil sectas, incluso aunque subsistan dentro de sí misma.

Verdad es que Jesús prometió asistir a la Iglesia hasta el final de los tiempos. Pero también nos previno que, en su regreso, la fe de muchos se habría apagado y la Iglesia se vería reducida a un pequeño rebaño, a un puñado que logró escapar a la disgregación espiritual y doctrinal. A nosotros nos corresponde, en cada tiempo, ser fieles a Cristo y así atraer al mundo entero a la luz de la fe.

Muchos han enfocado equivocadamente el diálogo Iglesia-mundo. No le hicimos ningún favor al mundo cuando acudimos a ese diálogo con las mismas perplejidades de ellos. Un diálogo así se transforma con frecuencia en un intercambio de dudas.

Donde realmente se realiza ese diálogo con el mundo es en nuestros propios corazones, cuando consideramos las cosas a la luz de la luminosidad de Cristo. Los cristianos somos el mismo mundo sacralizado, orientado a Dios y por eso pleno y feliz.

No me refiero al mundo del que se refiere san Juan cuando dice que tres son los enemigos que tenemos: el mundo, el demonio y la carne. Aquí mundo significa todo lo creado y que todavía no ha sido redimido en el corazón del cristiano por obra de la gracia.

Hemos de vivir como hijos de Dios, y acudir a nuestros hermanos, los demás hombres, con ese conocimiento del Padre y de su enviado, Jesucristo, por el que se nos hace participar de la vida eterna. El esplendor de la verdad de la fe debe verse reflejado en nuestra conducta y explicado, de modo razonable,  en nuestra conversación con el resto de los hombres. Además, necesitamos cultivar un trato humano que se preocupe de todas las cosas con ánimo de sencilla convivencia y sin pretender «pontificar» a los demás desde nuestro primer encuentro. Ya llegará el momento y los modos en que podamos ir sugiriéndoles un encuentro amable con las verdades que nos sistematiza el Catecismo de la Iglesia Católica o, más sencillamente, el Compendio del Catecismo.

Cuando contribuimos con las verdades de Dios al diálogo con los hombres, la mayoría respetan nuestras convicciones y agradecen nuestra paz interior. De esa manera vamos dialogando con el mundo desde la verdad de la que somos poseedores no porque sea nuestra, sino porque es de nuestro Padre y, por lo tanto, de todos nosotros por igual. La experiencia nos muestra que, cuando somos fieles a la verdad del Evangelio en toda su plenitud y certeza, los hombres comienzan a retornar a la Iglesia, de la que sólo se fueron porque no encontraron suficiente alimento para sus vidas. Cumplamos, pues, con lo que el Señor nos encomendó: “Id y predicad a todas las naciones”.

Mons. Rogelio Livieres