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sábado, 22 de noviembre de 2014

Razones de la Encarnación (10 de 10)

Como colofón a este breve estudio anoto, en primer lugar, algunos párrafos de lo que dice Santo Tomás de Aquino en su obra Suma contra Gentiles libro 4, capitulo 27, que hablan sobre la Encarnación. Dice así:
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El misterio de la encarnación es, entre todas las obras divinas, el que más excede la capacidad de nuestra razón, pues no puede imaginarse hecho más admirable que éste de que el Hijo de Dios, verdadero Dios, se hiciese hombre verdadero. Y, siendo lo más admirable, se seguirá que todos los demás milagros estarán relacionados con la verdad de este hecho admirabilísimo (...).

Y confesamos esta admirable encarnación de Dios por enseñárnosla la autoridad divina. Porque dice San Juan: Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Y el apóstol Pablo, hablando del Hijo de Dios, dice: Quien, existiendo en la forma de Dios, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres (...)

También muestran suficientemente esto las palabras del mismo Señor Jesucristo, que a veces habla de sí humilde y llanamente; por ejemplo: El Padre es mayor que yo; y triste está mi alma hasta la muerte, y son cosas éstas que le convienen según la humanidad asumida; por el contrario, otras veces dice de sí cosas sublimes y divinas: Yo y el Padre somos una sola cosa y todo cuanto tiene el Padre es mío, que le competen ciertamente según la naturaleza divina.



Demuestran también esto los hechos que leemos del mismo Señor. Pues que temió, se entristeció, tuvo hambre, murió, pertenece a la naturaleza humana; pero que curó enfermos por su propio poder, resucitó muertos, ejerció un dominio eficaz sobre los elementos del mundo, expulsó a los demonios, perdonó los pecados, resucitó de entre los muertos cuando quiso y, finalmente, que subió a los cielos, demuestran en Él un poder divino.
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En segundo lugar; y como respuesta a la pregunta de si se hubiera encarnado Dios de no haber pecado el hombre, en la parte III de su Suma Teológica, artículo 1, cuestión 3 contesta Santo Tomás:
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Unos dicen que el Hijo de Dios se hubiera encarnado aunque el hombre no hubiera pecado. Otros sostienen lo contrario. Y parece más convincente la opinión de estos últimos. Porque las cosas que dependen únicamente de la voluntad divina, fuera de todo derecho por parte de la criatura, sólo podemos conocerlas por medio de la Sagrada Escritura, que es la que nos descubre la voluntad de Dios. Y como todos los pasajes de la Sagrada Escritura señalan como razón de la encarnación el pecado del primer hombre, resulta más acertado decir que la encarnación ha sido ordenada por Dios para remedio del pecado, de manera que la encarnación no hubiera tenido lugar de no haber existido el pecado
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Santo Tomás es, pues, de la opinión de que la Encarnación del Hijo de Dios no habría tenido lugar de no haber pecado el primer hombre. De ahí que en la bendición del cirio pascual, en la noche del sábado santo, se proclame: ¡Oh feliz culpa que mereció tener tan gran Redentor!. Santo Tomás se apoya en los textos bíblicos como Lc 19, 10: El Hijo del hombre vino a buscar y salvar lo que estaba perdido. O bien 1 Tim 1, 15: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. Y en otros análogos. Y continúa:
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Si el hombre no hubiera pecado, el Hijo del hombre no habría venido (...) El motivo de la venido de Cristo el Señor no fue otro que salvar a los pecadores. Suprímanse las enfermedades, quítense las heridas, y no habrá motivo alguno para que exista la medicina.
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Al expresarse así Santo Tomás está señalando una opinión, muy bien argumentada, pero sólo una opinión. Esto viene avalado porque él mismo, una vez expuestas  las razones anteriores, acaba diciendo: 
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Sin embargo, no por esto queda limitado el poder de Dios, ya que hubiera podido encarnarse aunque no hubiera existido el pecado.
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Yo soy de la opinión de que el Hijo de Dios se habría encarnado, de igual modo, aun cuando el hombre no hubiese pecado. Por supuesto que estoy de acuerdo con lo que dice santo Tomás acerca del Poder de Dios, el cual estaría limitado si decimos que la encarnación es imposible. Pero, además de su Poder, pienso -sobre todo- en su Amor.

Ciertamente, no podríamos saber nada del Amor de Dios de no haberse encarnado el Verbo, pero ahora que ya lo sabemos, aunque sea a posteriori, podemos hacer uso de este conocimiento para argumentar de otro modo que considero que es igualmente válido.

Desde luego, partimos del hecho de que Adán pecó. Y por eso la naturaleza humana está herida por el pecado de origen. No podemos saber lo que habría ocurrido de no haberse producido ese pecado. Todo lo que digamos, en este sentido, no serán sino futuribles: podemos pensar en una situación de felicidad, sin dolores ni sufrimientos, que se transmitiría de padres a hijos y en donde el hombre iría al cielo directamente, cuando así lo dispusiera Dios, sin pasar por el trance de la muerte, etc... pero todas estas cosas no dejan de ser meras elucubraciones que -la verdad sea dicha- no nos sirven de mucho, si es que sirven de algo.

La pregunta que nos hacemos, en este estudio, va por otros derroteros aunque, por idéntica razón, no podemos sacar conclusiones definitivas, ni siquiera conclusiones útiles, pues lo que pasó, pasó. No obstante, nunca nos vendrá mal ejercitar un poco nuestra imaginación que es también una facultad recibida de Dios. Y manteniéndonos fieles a lo que ahora ya conocemos como verdad, pienso que podemos permitirnos hacer algunos pinitos.

Procuraré ser breve. Mi razonamiento es el siguiente:

Dios es Amor (lo es, en sí mismo: Santísima Trinidad)
Dios es soberanamente Libre (no estaba obligado a crear)
Dios decidió crearnos y hacernos partícipes de su dicha.
Dios nos puso a prueba y condicionó nuestra dicha a la superación de esa prueba. El hombre no superó la prueba. Y ya conocemos lo que hay.

¿Qué hubiese ocurrido si el hombre hubiese superado la prueba a la que fue sometido? Si habiendo fallado el hombre, como lo hizo, Dios lo llamó a ser su amigo y, para ello, se hizo hombre ... entonces, ¿por qué no iba a hacerlo también si el hombre hubiese actuado bien? ¿Acaso el Amor de Dios hacia el hombre sólo se daría si el hombre pecaba?

Yo lo pongo en duda. Pienso que el Amor de Dios hacia el hombre se habría manifestado, de manera análoga (aunque desconozco el cómo). Pienso que Dios se habría encarnado, igualmente porque, de no ser así su amor hacia nosotros (no habiendo pecado) hubiese sido menor que el que ahora nos tiene (habiendo pecado). ¿Por qué nos iba Dios a amar menos si el primer hombre no hubiese pecado?

El hombre no puede amar a un Espíritu, y Dios es Espíritu. Para que el hombre pudiese corresponder al amor de Dios, hubiera sido necesario que Dios se encarnase. De ese modo, entre Él y cada uno de nosotros se daría esa relación de amistad, de cariño, de enamoramiento, etc... que sólo son posibles si se da una cierta igualdad entre los que se aman: Vosotros sois mis amigos; y, por supuesto, la reciprocidad: Yo amo a Dios y soy amado por Él.

Ésta es nuestra situación actual gracias a la venida de Jesucristo, posterior al pecado del hombre: una situación maravillosa, sin lugar a dudas. ¿Por qué iba a ser menos maravillosa si no hubiese habido pecado? Yo me atrevo a pensar que, igualmente, Dios se habría hecho uno de nosotros, pues solamente así podríamos ser capaces de responder a su amor, tal y como ahora podemos hacer. 

Evidentemente todo esto no son sino meras especulaciones. Lo cierto y verdad es que nuestra naturaleza está herida a causa del pecado original; que Dios se hizo hombre en la Persona de su Hijo para salvarnos y porque quería mantener con nosotros una relación íntima de amor, como la que se da entre los enamorados, pero en un grado infinitamente mayor. Sólo nos queda el vivir agradecidos por haber conocido un "poquito" el amor que el Señor nos tiene. Y el pedirle, con insistencia, para que este conocimiento y este amor que le tenemos vaya "in crescendo" día a día, minuto a minuto, hasta encontrarnos con Él de un modo definitivo.

Defenestración (por Fray Gerundio)


La Iglesia actual está llegando a una situación tan grave que incluso la gente de a pie se está moviendo en el sentido de lanzar por la red una petición al colegio de Cardenales  para que el papa Francisco sea destituido o "defenestrado" de su cargo por considerarlo un hereje. A continuación transcribo un artículo de fray Gerundio, que explica -con bastante claridad- lo que está ocurriendo:
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Mal deben andar las cosas, y bastante se deben estar abriendo los ojos, para que algunos ya se atrevan a solicitar al Colegio Cardenalicio que se piense bien si Francisco debe seguir en su puesto, o por el contrario sería mucho mejor que pasara al dichoso, feliz y bienaventurado escaño de los Eméritos, de manera que alguien pudiera reconducir la divina doctrina revelada por los cauces que previó el Señor.

Los que siempre han visto con naturalidad que en otras épocas hubiera Papas desastrosos para el gobierno de la Iglesia, papas débiles, papas políticos, papas inmorales e incluso --¿por qué no decirlo?--, papas sinvergüenzas; los que aceptan con toda serenidad los datos de la Historia de la Iglesia en torno a papas inútiles, bajo cuyo pontificado la Iglesia quedó debilitada y seriamente dañada… no se atreven a admitir que hoy en día pudiéramos estar viviendo una de esas etapas calamitosas y catastróficas de la historia eclesial y que por eso mismo esté necesitada de una seria reforma. No se atreven a admitir –al menos con la boca grande y hacia afuera--, que este Pontífice nos está dejando por los suelos la Institución y la Doctrina.

Creo que para los sedevacantistas, esto no constituye problema. Están esperando que les caiga del cielo un Papa auténtico. Y cada día se les hace más difícil, porque encontrar ahora un Cardenal que hubiera sido ordenado sacerdote y obispo antes del Concilio, es bastante improbable. Como según ellos estamos ya muchos años en Sede Vacante, parece difícil poder remontar la situación. Por eso, aunque me merecen profundo respeto, los sedevacantistas están enquistados en la necesidad de fundar para ellos otra nueva Iglesia que mantenga esas coordenadas.

Más acertados me parecen los seguidores de Monseñor Lefebvre, que no son sedevacantistas y reconocen que Roma perdió el norte hace muchos años. Al fin y al cabo estaba predicho en multitud de profecías, que era posible que Roma perdiera la Fe o que la apostasía se instalara en sus muros. Pero también desde esta perspectiva las cosas tienen difícil solución. Solamente les queda esperar a ser reconocidos con pleno derecho en esta Iglesia actual, y de ahí proceder a una reforma absoluta de arriba abajo. Pero claro está que dialogar ahora mismo, tal como está el panorama, no deja de ser un riesgo. De ahí que entre los propios obispos y miembros de la Hermandad de San Pío X haya cismas internos, reacciones y contra-reacciones, abandonos, quejas y luchas que no producen otra cosa que permitir que el Enemigo se frote las manos y el desconcierto siga siendo monumental. Por eso mismo me siento favorable a que sigan como están por el momento, haciendo el bien y proclamando la doctrina de siempre… y Dios proveerá.


Comprendo que es tal la confusión, --de manera semejante, aunque mucho mayor a la de otras épocas de la Iglesia--, que hay opiniones para todos los gustos. Y no puedo desdeñar ninguna de ellas, porque la gravedad de la situación así lo exige. Suelo ser muy respetuoso con todos ellos, unos y otros, aunque a veces ellos no muestran excesivo respeto por los que pensamos de otro modo; o por los que sencillamente, no han tenido más remedio que estar dentro de esta Iglesia que tanto nos hace sufrir, viendo lo que vemos, pero aguardando que Dios Nuestro Señor ponga fin a esta situación, bien con su Venida Gloriosa, bien con su Amor por la Iglesia de la cual es Cabeza y a la que por lo tanto, algún interés tendrá en reconducir. Aquí podríamos recordar aquél versículo de Isaías citado también por Jesús: La caña cascada no la quebrará y el pabilo vacilante no lo apagará, porque no puede Dios dejar que la Iglesia muera, aunque sí está permitiendo que resulte gravemente herida. Me parece que si no adoptamos esta postura, nos vemos obligados y necesariamente abocados a pensar que podemos construir cada uno de nosotros una Iglesia separada de Roma.


Comprendo que este punto de vista desagradará a muchos (de hecho tengo en mi convento opiniones de todo tipo), pero me parece que es la única salida. También en esto el grano de trigo tiene que morir para dar fruto. Las preocupaciones de tantos cristianos, las oraciones de tantos fieles desarmados por los hechos actuales, el sufrimiento de tantos sacerdotes, la sangre de tantos mártires, serán las encargadas de conseguir de Dios que esta situación se enderece, cuando lo crea conveniente Su Voluntad.

Pero volviendo al actual Pontificado, si hubiera que poner un ejemplo gráfico y bien visible del desastre, los españoles lo entenderían muy bien si dijera que este Papa en el Vaticano, es como Zapatero en la Moncloa. Y supongo que cualquier hermano hispanoamericano puede poner en sus labios un ejemplo análogo. Todos nos entendemos.

Pero ya hay muchos que hablan de la defenestración como una solución posible. Nada habría de extraño. Nos han bombardeado tanto en este último año y medio con actitudes inesperadas y cambios repentinos, que nos vamos haciendo a la idea de que pueden pasar cosas impensables hasta la fecha, sin que se produza ningún trauma. Los que nos quedamos de piedra cuando Benedicto XVI -menuda decisión que sólo Dios conocerá- anunció su renuncia, veríamos ahora con bastante gusto la renuncia de Francisco. Él mismo lo dijo hace poco en su habitual estilo: tenemos un Papa Emérito, y nada pasaría si tuviéramos dos, igual que tenemos muchos obispos eméritos y nadie se extraña de ello.

Claro que lo que se propone ahora no es solamente el hecho de la renuncia, sino una renuncia precedida de defenestración. O sea, una expulsión en toda regla, por las consecuencias inevitables de la traición a la misión recibida. Lo explican muy bien los que proponen tal cosa. Usted está incapacitado para gobernar, usted está despedido.

Pero los cardenales nunca harán esto. No olvidemos que ellos mismos son lo que eligieron abrumadoramente al cardenal Bergoglio. Y no se van a dar ahora un baño de humildad diciendo que se equivocaron. Pocos serían los que reconocieran todos estos hechos. En realidad, ellos han sido los grandes culpables de esta situación y de ello tendrán que dar cuenta a Dios. Por tanto, no creo en esa defenestración organizada y mayoritariamente aprobada. A pesar de que estoy seguro de que alguno habrá que pronto tendrá que hablar todavía más claro.

Sin embargo, reconozco que tal pensamiento me agrada. Ya no es posible ver con los mismos ojos a quien está destrozando la Viña con sus manipulaciones, su soberbia, su displicencia hacia la fe, su totalitarismo disfrazado, su impiedad y su populismo de pacotilla. La alegría de los Enemigos de la Fe ante esta situación es prueba de ello. Y una buena defenestración en el momento adecuado, probablemente no estaría mal. Aunque con ella habría que reducirlo al silencio más profundo, porque un incontinente verbal emérito es un más peligroso que el ébola. Habría que enviarlo al páramo, a hacer penitencia y estar a pan y agua hasta el fin de sus días, con la boca cosida y sin posibilidad de manipulaciones mafiosas de esas que tanto denuncia.

El tema está en manos de los Cardenales. Pero no esperen ustedes gran cosa. Mientras tanto, las malas noticias se agolpan y seguirán acumulándose. Pero para Dios nada hay imposible. Tendrá que suscitar reacciones. De momento ya hay mucha gente bastante descontenta y malhumorada. Hay mar de fondo. Dios puede actuar.

Pero cada día tengo una cosa más segura. Quien decidió que Francisco viviera en Santa Marta, no fue él mismo sino el Señor. No es posible que Dios permita habitar en los Palacios Vaticanos, a este hombre que vino del fin del mundo a demolerlo todo. Dios no ha querido permitirlo. Y por eso lo ha dejado en el vestíbulo. Al menos las estancias donde vivió San Pío X o Pío XII no se han visto rebajadas y degradadas en su dignidad.

Y es que Dios actúa poco a poco. Sin prisas. Pero actúa


Fray Gerundio