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miércoles, 19 de noviembre de 2014

Razones de la Encarnación (9 de 10)

¿Cómo es posible no conmoverse cuando se leen estas sublimes palabras del Cantar, pronunciadas por el propio Dios -nuestro Señor y Creador- y dirigidas a lo más profundo de nuestro corazón siendo, como somos, criaturas suyas? 


"Dame a ver tu rostro, 
dame a oír tu voz, 
que tu voz es suave
y es amable tu rostro" (Cant 2, 14)

¿Cabe imaginar amor mayor en ninguna mente humana? ... Y, sin embargo, es un amor real, manifestado en la Encarnación del Hijo de Dios, que sólo espera que nuestra respuesta sea como la que le dio la esposa del Cantar:

Yo soy de mi amado
y mi amado es mío (Cant 6, 3)
Yo soy para mi amado
y a mí tienden todos sus anhelos (Cant 7, 11)

Una vez que hemos conocido el Amor que Dios nos tiene, y que nos ha manifestado enviando a su Hijo al mundo, debemos pedirle insistentemente que nos conceda la virtud de la fe, sin la cual estamos perdidos, pues nunca acabamos de creer del todo; siempre nos lo estamos pensando. Y en el pecado llevamos la penitencia. En la narración evangélica de la curación del endemoniado epiléptico, cuando el padre intercede por su hijo ante el Señor, diciéndole: "Si algo puedes, ayúdanos, apiádate de nosotros", Jesús le dijo: "¡Si puedes ...! ¡Todo es posible para el que cree!" (Mc 9, 22-23). "Al instante exclamó el padre del muchacho: "Creo, Señor; pero ayuda mi incredulidad" (Mc 9, 24). Así deberíamos hablarle también nosotros al Señor: de seguro que Él nos va a comprender y nos dará esa fe que tanto necesitamos.



Sólo mediante la fe podemos acceder a un verdadero conocimiento del amor de Dios, conocimiento que no podemos obtener mediante nuestras propias fuerzas, puesto que no es de carácter natural sino sobrenatural. Tenemos, sin embargo, la absoluta seguridad de que Dios nos lo va a conceder, si se lo pedimos: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden" (Lc 11, 13). Y como los apóstoles, debemos decirle al Señor: "Auméntanos la fe" (Lc 17, 5)

¿Por qué es tan importante la fe? La respuesta, como siempre, la tenemos  en la Biblia: "Sin fe es imposible agradar a Dios, pues es preciso que quien se acerca a Dios crea que existe y que es remunerador de los que le buscan" (Heb 11, 6). Sin la fe no podríamos resistir todos los peligros a los que estamos expuestos. En el libro de Job se puede leer: "¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra?" (Job 7, 1). Y esto es aún más cierto si se refiere a los cristianos. Así dice san Pablo a los efesios : "Tomad, en todo momento, el escudo de  la fe, con el que podáis apagar los dardos encendidos del Maligno" (Ef 6, 16). Y san Juan: "Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4). 



Aparte de todo eso, la fe es necesaria si queremos llegar a entender hasta qué extremo nos ha amado Dios, y nos ama, como muy bien lo entendió el apóstol San Juan: "Nosotros, que hemos creído, conocemos el amor que Dios nos tiene" (1 Jn 4, 16). Si Dios nos concede esa fe en Jesucristo, que es lo único que puede dar sentido a nuestra vida, entonces podremos responder, como corresponde, a los requerimientos de amor por parte del Esposo, que es Dios, tal y como lo hacía la esposa del Cantar, en la que están representados todos los cristianos que mantienen viva su fe en Jesucristo. 

(Continuará)