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miércoles, 12 de noviembre de 2014

Razones de la Encarnación (3 de 10)

Si la salvación sólo, única y exclusivamente nos puede venir de Jesucristo no se entiende, ni puede entenderse, el "diálogo" con las demás religiones. Todo verdadero diálogo se caracteriza por la búsqueda de la verdad. Pero es preciso buscar en ausencia de todo tipo de interés personal y con puro corazón

No hay otro modo de poder encontrar a Aquel que es la Verdad y que da sentido a toda la existencia, Aquél que es el único Dios verdadero, "el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob (...) que ha glorificado a su Hijo Jesús" (Hech 3, 13) "En Él [en Jesucristo] Dios cumplió lo que había anunciado de antemano por boca de todos los profetas" (Hech 3, 18). 

Los cristianos creemos en la divinidad de Jesucristo. Y esta realidad, que es fundamental para la fe de la Iglesia, no es compartida con ninguna otra religión. ¿Qué diálogo puede haber? ¿Cómo va a ser lo mismo una religión que otra? 

Cito a continuación algunos párrafos, con alguna ligera modificación, del artículo que escribí en el Blog católico de José Martí (2), al que hace referencia el enlace anterior:


¿Por qué se ataca hoy a la religión católica con tanto odio? ¿Por qué no se ataca de igual modo a las demás religiones? La respuesta es que las demás religiones son falsas e inventos humanos. Sólo la religión católica y la judía tienen origen divino; pero en la religión católica, además, este origen divino se puso de manifiesto por la victoria de Jesucristo sobre la muerte, al resucitar de entre los muertos. "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" (Lc 24,5). Jesucristo no vino a destruir la ley judía sino a llevarla a su plenitud. En Él se cumplieron todas las profecías a las que se hacía referencia en el Antiguo Testamento. De modo que la conclusión es clara, para todo aquel que quiera ver: Sólo la religión católica es la verdadera (...) 

Jesucristo no sólo fue un hombre extraordinario (que lo fue) sino que, además, era Dios: ¡es Dios! ...  y sigue presente entre nosotros, con presencia misteriosa, pero real, en el Sagrario. Sin embargo se le persigue y se le odia, cada día con mayor violencia: la persecución a los cristianos no es otra cosa que la persecución a Jesucristo, como dijo el mismo Señor a Pablo de Tarso cuando éste se dirigía a Damasco a detener a los cristianos: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Saulo respondió: "¿Quién eres tú, Señor? Y él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues" (Hch 9,4-5). O cuando dijo, en otra ocasión, a sus discípulos: "El que a vosotros desprecia, a mí me desprecia". (Lc 10, 16). 



La rebelión del hombre contra Dios es consecuencia, por supuesto, del pecado original; un pecado de soberbia,que fue cometido por nuestros primeros padres pero que ya nos encargamos nosotros de actualizar todos los días, rechazando nuestros orígenes y convirtiéndonos en "dioses" conocedores del bien y del mal. Somos nosotros ahora los que decidimos que nuestra vida es nuestra, que no la hemos recibido de nadie y que, por lo tanto, decidimos también lo que está bien y lo que está mal. 

No aceptamos las leyes de Dios, nuestro Creador, leyes que rigen todo el universo físico y también el universo de las relaciones humanas. En este querer sustituir a Dios por el hombre, el único que sale perdiendo es el propio hombre. Actuando contra Dios estamos actuando contra nosotros mismos, contra la verdad de nuestro ser: conculcamos las leyes naturales, establecidas por Dios, nos inventamos nuestras propias "leyes" mediante "consensos". Y se las imponemos al resto de las personas. Lo que nos mueve a ello no es, en absoluto, el amor  y el bien de las personas, sino el odio a Dios y a toda su Creación. No admitimos que exista más dios que nosotros mismos. El hombre es su propio dios. 

Lo que no sabemos, o no queremos saber, es que este edificio que estamos construyendo no puede sostenerse, al estar basado en la mentira, en el amor propio y la soberbia. Esclavizados por el pecado, por más que alardeemos de libertad, nos transformamos en seres tristes y desgraciados, desconocedores del verdadero amor, que es el que viene de Dios y el único que puede proporcionarnos la felicidad que tanto ansiamos todos porque así está inscrito en nuestro corazón; y para eso, precisamente, fuimos creados. 

Y, sin embargo -tremendo misterio éste de la Encarnación- Dios no nos deja solos, sino que se hace hombre en Jesucristo para darnos la posibilidad de la salvación, si aceptamos su mensaje. La prueba fetén de que Jesucristo es Dios la tenemos en su Resurrección. "Si Cristo no resucitó vana es nuestra predicación y vana también nuestra fe. Resultaríamos unos falsos testigos de Dios" (1 Cor 15, 14-15). "Si sólo para esta vida tenemos puesta la esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres" (1 Cor 15, 19). "Pero no -continúa san Pablo- Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que durmieron. Porque como por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la resurrección de los muertos. Y como en Adán todos murieron, así también en Cristo todos serán vivificados" (1 Cor 15, 20-22)


(Continuará)