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lunes, 8 de septiembre de 2014

¿Fundamentalismo cristiano? (23) [Conclusión]

Si se desea acceder al Índice de esta primera parte sobre Fundamentalismo cristiano, hacer clic aquí

Después de todo lo que se ha comentado hasta este momento, pienso que podemos asegurar, con pleno conocimiento de causa, que católicos, judíos y musulmanes no creen en el mismo Dios, por más que se nos quiera vender otra cosa [incluso desde las más altas Jerarquías de la Iglesia Católica, por desgracia]


En el CASO DE LOS JUDÍOS dice el papa Francisco en su exhortación Apostólica Evangelii Gaudium: "Los cristianos no podemos considerar al Judaísmo como una religión ajena, ni incluímos a los judíos entre aquellos llamados a dejar a los ídolos para convertirse al verdadero Dios. Creemos junto con ellos en el único Dios que actúa en la historia, y acogemos con ellos la común Palabra revelada" (num 247)


Pero eso es un error, y además, de  graves consecuencias para los fieles católicos, porque los actuales judíos, según sus propios textos, se rigen por el Talmud y no por lo que nosotros conocemos como la Ley y los Profetas del Antiguo Testamento, que han sido desplazados por la autoridad de los rabinos,  los cuales ni guardan la Ley de Moisés ni se someten a ella. Y los judíos siguen a los rabinos y no el Antiguo Testamento. En cualquier caso, incluso aun cuando siguieran el AT, que no es el caso, siguen sin reconocer a Jesucristo como el Mesías prometido, cuando está claro que en Él se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento. 



Por otra parte, el Talmud, que se ha convertido, de hecho, en la única guía religiosa de los judíos de hoy en día, está lleno de blasfemias contra Jesucristo y su santísima Madre, la Virgen María. Si no creen en Cristo y, además, le injurian y blasfeman contra Él, no pueden creer en el mismo Dios que nosotros. Luego... el dios del Talmud no es el Dios Uno y Trino de los cristianos.

Y si desenmascaramos el Talmud, con los textos del propio Talmud, se manifiesta que aquel odio que les llevó a cometer el deicidio matando al Autor de la Vida, Cristo Jesús, ese mismo odio continúa ejerciéndose ahora contra los cristianos, que son los seguidores de Jesús; incluso hasta la muerte de éstos, si llegara el caso. Hay violencia en el Talmud contra los cristianos. Para ellos, los cristianos son idólatras; y todos sus ritos y cultos también lo son.

En el CASO DEL ISLAM dice el papa Francisco, en la Evangelii Gaudium, citando la Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, que ellos, "confesando adherirse a la fe de Abraham, adoran con nosotros a un Dios único, misericordioso, que juzgará a los hombres en el días final". Y de su propia cosecha añade que "frente a episodios de fundamentalismo violento que nos inquietan, el afecto hacia los verdaderos creyentes del Islam debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones, porque el verdadero Islam y una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda violencia". 

Ya se ha hablado bastante sobre este asunto en entradas anteriores (ver, por ejemplo, aquí  y aquí). Recordemos, no obstante, dos citas del Corán con llamadas, muy concretas, al asesinato y a la masacre, que no necesitan comentario:

[Corán 2:191] “Matadlos donde quiera que los encontréis y expulsadlos de donde os hayan expulsado. La oposición (a vuestra creencia) es más grave que matar”. Oponerse al Islam es causa suficiente para que los musulmanes desencadenen una masacre

[Corán 8:17] “Y no los matasteis vosotros, Alá los mató. Ni tirabas tú cuando tirabas sino que era Alá quien tiraba”. Esta es una absolución por adelantado para quien mata “en nombre de Alá”. El musulmán nunca tiene sentimientos de culpa tras las matanzas de infieles.

Por lo tanto: decir que cristianos, judíos y musulmanes creemos y adoramos al mismo Dios, es absolutamente falso. El trasfondo de todo esto, a mi entender, es la predicación de la salvación universal para todos los hombres que, según las palabras del cardenal Wojtyla (y luego Papa Juan Pablo II), ésta [o sea, la salvación] se daría “con independencia del hecho de que el hombre lo supiera o no, lo aceptase o no”. Decir esto es muy grave, porque supone, entre otras cosas, la negación del dogma del pecado original y de la necesidad del bautismo, en contra de las palabras de Jesucristo: "Quien crea y sea bautizado, se salvará; pero quien no crea, se condenará" (Mc 16, 16). 

[El hecho de que Juan Pablo II haya sido declarado santo no convierte en infalibles todas sus afirmaciones. Además, hay serios estudios acerca de la infalibilidad de las canonizaciones actuales, aquellas posteriores al Concilio Vaticano II]


En definitiva, lo que hoy está ocurriendo es el mayor ataque a la Iglesia que se ha producido en 2000 años de historia, y este ataque se está produciendo desde la propia roca de la Iglesia. 


¿Cómo es posible que los que deben vigilar por la pureza del mensaje evangélico se hayan rendido ante las corrientes modernistas actuales y proclamen, como si tal cosa, que judíos, musulmanes y cristianos creen en el mismo Dios? Pero ahí están los hechos, que no se pueden ignorar. No podemos mirar para otra parte, como el avestruz, como si no ocurriera nada. Está ocurriendo algo, y muy grave. Y es preciso que reaccionemos ... ¡ya! ...¡ahora! 


¿Qué tenemos que hacer? ... Convertirnos, arrepintiéndonos con sinceridad, de todos los pecados de nuestra vida. Acudir al sacramento de la Penitencia y confesarnos. Es Dios mismo quien nos perdona a través del sacerdote. Éste actúa "in persona Christi".  Renovar nuestra mente y conformar nuestra vida a la de Jesucristo, pues sólo en Él está la salvación. Ésta es la verdadera Iglesia, aquélla que está formada por cristianos que no se avergüenzan de ser lo que son, caiga quien caiga, no importando que la Iglesia "oficial" haya dado la espalda a Dios y se rija por criterios mundanos. 


Por otra parte, no podemos olvidar que cada uno es responsable de su vida. No podemos escudarnos en la conducta de los demás [sean éstos quienes sean, aunque fuesen nuestros mismos "pastores", si no actúan conforme al sentir de la Iglesia de siempre], conforme a las palabras de San Pablo: "Cada uno recibirá su propia recompensa según su trabajo" (1 Cor 3,8). Así pues, "no durmamos como los demás, sino vigilemos y seamos sobrios" ( 1 Tes 5, 6). Pero, por encima de todo, tenemos que grabar a fuego, en nuestra mente y en nuestro corazón, estas palabras que Jesús nos dirige, a cada uno, porque nos ama con un amor indecible: "Mira, he aquí que vengo pronto, y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según haya sido su conducta. Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin" (Ap 22, 12-13)

(Fin de la primera parte)