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martes, 26 de agosto de 2014

¿Fundamentalismo cristiano? (20) [Evangelii Gaudium]

Si se desea acceder al Índice de esta primera parte sobre Fundamentalismo cristiano, hacer clic aquí

Con ser importante, lo más triste -con relación al papa Francisco- es que, en lo que se refiere a sus dichos y hechos, no se trata sólo de algunas expresiones desafortunadas pronunciadas "en un determinado momento", sin haber pasado previamente por el tamiz de la reflexión. Tampoco se trata de lo que aparece en algunas entrevistas del Papa, cuyo contenido a veces se manipula (¡o no!); ni siquiera estoy pensando en el contenido de ciertas homilías (¡no todas, por supuesto!) predicadas en la Iglesia de Santa Marta de las que, a veces, se queda uno algo confuso. No, no es sólo eso, que también. Pero el problema es más grave, porque -y esto sí que ha sido meditado detenidamente- en la misma exhortación apostólica "Evangelii Gaudium" habla el Papa de los que considera "fundamentalistas cristianos", es decir, de aquellos que se mantienen en la Tradición de la Iglesia y no se abren a las corrientes modernistas (como ya lo hemos demostrado en entradas anteriores) como de personas muy peligrosas que "buscan sus propios intereses y no los de Jesús" (Fil 2,21). [Lógicamente, en su exhortación apostólica no utiliza la palabra "fundamentalista" para referirse a ellos, pero queda claro que así es, por todo lo que lleva hablado hasta ahora, con relación a los que consideran que la fidelidad a la Tradición de la Iglesia es fundamental para su supervivencia. No insisto más en este punto del que se ha hablado ya extensamente]

Utiliza aquí el Papa una nueva expresión ["mundanidad espiritual" ] para los que así son y así piensan. Según el papa Francisco esta "mundanidad espiritual" "está relacionada con el cuidado de la apariencia (...) y por fuera todo parece correcto, pero -llega a afirmar- si invadiera la Iglesia sería infinitamente más desastrosa que cualquiera otra mundanidad simplemente moral" moral" (punto 93)

Más adelante, sigue con su acusación y dice que "esta mundanidad es un neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros  (¿?) por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario (¿?), donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar". (punto 94)


"Quien ha caído en esta mundanidad -sigue diciendo el papa- (...) descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia (...) Es una tremenda corrupción con apariencia de bien" (punto 97).


La verdad es que, por más vueltas que le doy, no acabo de salir de mi asombro, pero eso es lo que hay. Pienso que ésta es una prueba a la que Dios quiere someternos [a los que somos católicos por la gracia de Dios] para purificarnos, porque la verdad es que lo necesitamos ... ¡y mucho! Afortunadamente, sabemos que "todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios" (Rom 8, 28). No obstante, haciendo uso de mi derecho a pensar, y partiendo de la premisa de que todo lo que aparte de la verdad aparta también de Jesucristo [pues Él es la Verdad] sintiéndome uno de esos cristianos "tristes" a los que tanto se refiere el papa Francisco, continuamente, cuando habla de los que defienden la Tradición de la Iglesia de siempre, a los que -para más INRI, y contradiciéndose- llama también "fundamentalistas", con el debido respeto a la persona y a la figura del Papa, pero consciente, también, de que la Religión que profeso no es la religión de un determinado papa sino aquella que se mantiene fiel a TODO el depósito recibido, me atrevo a realizar algunas reflexiones sobre lo dicho por el papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, con relación a aquéllos que según él- padecen de la terrible enfermedad a la que llama "mundanidad espiritual", enfermedad que consiste básicamente en la hipocresía, que el Papa "supone" que se da en todos los que actúan conforme a la Tradición.


No dudo de que habrá casos concretos en los que así suceda, pero cada vez son menos, dado el ambiente de mundanidad "no espiritual" en el que estamos inmersos.

Pensando en que estas reflexiones pueden servir a alguno que se encuentre en la misma o parecida situación a la mía, paso ya a exponerlas: 

- Si yo voy a Misa no es porque confíe en mis propias fuerzas, sino porque me veo muy pobre y muy poca cosa y necesito de la fuerza de Dios que se hace realmente presente en la Eucaristía. No creo que eso sea ser un neopelagiano autorreferncial y prometeico... [expresión que se las trae] ... vamos, ¡digo yo!


- Tampoco me siento superior a nadie (¡Dios me libre!). Más bien es lo contrario, porque soy consciente de mis pecados y de que debo trabajar mucho más para ser fiel a Dios, poniendo en Él toda mi confianza y no fiándome de mí mismo: ¡sin Jesucristo estaría perdido! ... y mi vida no tendría ningún sentido.


- ¿Triste o anestesiado? ...¡Pero si lo único que me da alegría es el contacto con el Señor en la oración; y eso es lo que me lleva a vibrar de ilusión en mi relación con los demás, cuando sale Jesús a relucir! ¿De dónde, si no, iba a sacar las fuerzas para vivir cristianamente en medio de un mundo pagano como éste en el que nos encontramos?


¿Hipócritas que sólo cuidan la apariencia? ¿Por qué? ¿Se da por sentado, sin conocer a una persona, que si ésta va a misa es por aparentar y por cumplir? ¿No es eso emitir un juicio negativo y faltar contra la caridad? ¿No está eso en contradicción con esa idea de misericordia, tan pregonada por el santo Padre? [... por ejemplo, cuando decía: Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para criticarlo? ... Entonces ... ¿misericordia para los gay, a los que se supone buena voluntad; y ataque inmisericorde para los que van a misa y a los que se supone que lo hacen por aparentar? Esa misericordia SELECTIVA no es buena]. 


¿Por qué no pensar -como así suele ser en la mayoría de los casos -y hoy más que nunca- que las personas que van a Misa lo hacen para que su amor a Jesús no decaiga, sino que vaya a más, porque Él está allí realmente presente y ellos necesitan estar con Él, porque es ese amor lo único que les puede dar fortaleza para no avergonzarse de Jesús ante los demás?


¿Que buscan sus intereses y no los de Jesús? [Y, además, cita el Nuevo Testamento, aplicándoles a ellos esas palabras ... ¡si eso no es juzgar!...]. Vamos a ver: Si yo voy a Misa y hago oración, por el mero hecho de hacer esto no significa que busque mis intereses sino los Suyos ... ¡pues los intereses de Jesús somos nosotros!. Jesús está interesado en mí, sencillamente porque me quiere. Y yo sé que Él desea también mi cariño y mi amor y que esté a Su lado, junto a Él, en el sacrificio de la Misa y en la oración. 


Él -y sólo Él- es la causa de que yo pueda querer luego a los demás. Si no fuera por Jesús los demás me importarían un pimiento: "Amaos los unos a los otros como Yo os he amado" (Jn 13,34). Si yo no conozco a Jesús porque no trato con Él en la oración y, por lo tanto,no estoy enamorado de Él, ¿qué amor verdadero voy a manifestar por los demás? ¿Cómo voy a conducirlos hacia Jesús para que puedan ser realmente felices, ya en esta vida, si primero no soy yo feliz, por haberme encontrado con el Señor gracias a la oración y a la Misa, fundamentalmente? 


¿Cierto estilo católico del pasado? ¿Qué significa eso?. Yo sé que  "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos" (Heb 13,8). 
Jesucristo es Dios y sus palabras son actuales (no son del pasado): son de hoy, de ahora, de este mismo momento en el que estoy escribiendo. ¿Qué sentido tiene hablar de pasado ... o de estilos del pasado? ¿A qué estilos se refiere? ¿Y, en realidad, qué importan los estilos, por muy del pasado que sean, si esos estilos nos conducen al único y verdadero Dios, manifestado en Jesucristo, que de eso es de lo que se trata y no de otra cosa? Todo lo que lleva hacia Él supone progreso y todo lo que separa de Él retroceso. En Él la humanidad ha llegado a su perfección. Avanzaremos, en todos los sentidos, si nos abrimos a sus palabras y seguimos sus pasos; y retrocederemos hacia los tiempos más remotos y más oscuros de la antigüedad, si no queremos oír su voz y lo rechazamos. ¿Tan difícil es entender esto? ... Muy faltos andamos de fe y muy necesitados de ella. 




- ¿Supuesta seguridad doctrinal? ...¡No es supuesta! ¡Es real! ¿Acaso es orgullo estar seguros de algo? Si yo no estoy seguro del amor de Dios, si yo no estoy convencido de que Jesús "me amó y se entregó a Sí mismo por mí" (Gal 2,20), si no estoy seguro de que Jesucristo resucitó y de que yo también resucitaré, para estar siempre con Él, si le soy fiel en esta vida, entonces mi vida sería absurda. Y diría, con San Pablo, que "soy el más miserable de todos los hombres" (1 Cor 15,19). ¿O es que pensamos que existe alguien que esté dispuesto a dar su vida, si es necesario, por una suposición, por una supuesta seguridad doctrinal? 


Si yo estoy convencido, con convencimiento real, por pura gracia de Dios, de que Jesucristo es Dios y de que no hay salvación fuera de Él, ¿soy, por ello, un fundamentalista?  Estar seguro de algo... ¿es fundamentalismo? ¿Es fundamentalista aquel que ve un pato y dice: esto es un pato? ¿Lo es aquel que dice que 2 + 2 = 4?  Porque no se entiende la fe sin esa seguridad absoluta que proviene de Dios. ¿Cómo podemos llamar a esto elitismo narcisista y autoritario? Ni es elitismo, porque el amor de Dios está abierto a todos los que lo deseen, ni es narcisista, porque su interés es Jesús, ni es autoritario, porque respeta la libertad, como el mismo Jesús la respeta.


Ciertamente, cualquier cristiano con un mínimo de sentido común y que conozca las verdades elementales de su fe, debería darse cuenta de que el Papa está cometiendo graves errores en esas afirmaciones; y que estas cosas que dice no están en consonancia con el sentir de la Iglesia de veinte siglos ni con el mandato y el ejemplo de Jesucristo, el Fundador de la Iglesia Católica. 

Cuando Jesús comenzó su vida pública, sus primeras palabras, aquéllas que indicaban el sentido y la misión de su Vida, fueron: "Convertíos, porque está al llegar el Reino de los Cielos" (Mt 4,17). Y sus últimas palabras, una vez resucitado, antes de ascender a los cielos, fueron: "Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues,  y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 18-20). 


Ésta es la misión que Dios, en la Persona de su Hijo, Jesucristo, encomienda a sus discípulos; una misión en la que deben consumir toda su existencia. Por todas partes aparece la idea de conversión de la gente, idea que Él predicó durante el tiempo que vivió entre nosotros, una conversión que supone arrepentimiento sincero de los pecados cometidos y un volverse hacia Él como la ÚNICA solución posible que tienen los hombres para salvarse. "En ningún otro hay salvación" (Hech 4,12). Solamente Jesucristo ha podido decir: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6), porque siendo un hombre como nosotros es también verdadero Dios. 
(Continuará)