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sábado, 21 de junio de 2014

La Iglesia Católica es la verdadera: Prolegómenos (1) Fe y "diálogo"

[Antes de proceder a la lectura de esta entrada (obsérvese que ha cambiado el nombre que inicialmente tenía) sería conveniente leer la aclaración correspondiente, pinchando aquí]
El título de esta entrada -y la entrada misma- está motivado por un e-mail que recibí de un amigo quien, después de leer la vía de los hechos (16), se sorprendió de lo allí dije. Éstas fueron sus palabras, entre otras: "... el hecho de que la Iglesia católica no pueda establecer ningún diálogo con otras religiones, por ser ella la única verdadera (¿?) ... Bueno, no lo he podido evitar, pero me ha venido a la cabeza la frase del famoso “Tiramillas” cuando decía que no creía en la Religión Católica ... ¡y eso que era la única verdadera! ... ¿cómo iba a creer, entonces, en las demás? ". 

Aprovecho la contestación que le di y la completo mediante este artículo. A mí me sirve para ordenar ideas y pienso que puede ser útil también para otras personas. A ellas va dedicado. 

Básicamente, con algún ligero retoque, el contenido del e-mail está escrito en letra Times, fácilmente distinguible. El resto son ideas añadidas "a posteriori" (sobre lo mismo). En esta entrada aparece sólo la primera parte del e-mail. La segunda se puede leer pinchando aquí. (Nota: este párrafo ha sido introducido con posterioridad; concretamente, cuando escribí la segunda parte del e-mail) 
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El problema que tenemos (y yo el primero) -le dije-, es la falta de fe. La fe ilumina la inteligencia más aún que la razón. Podría escribir infinidad de citas a este respecto. Pero basta un simple razonamiento. O Jesucristo es Dios, el Mesías esperado por los judíos, en quien se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento acerca de Él, o no lo es (y esto independientemente de lo que nosotros podamos pensar o creer). 

Si Jesucristo no es Dios y no ha resucitado, entonces, con toda razón, los cristianos podríamos decir, perfectamente, con san Pablo: "si sólo para esta vida tenemos puesta la esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres" (1 Cor 15,19).  

Pero si Jesucristo es Dios [de lo que san Pablo mismo es testigo, pues también a él se le apareció Jesucristo, después de haberse aparecido a todos los apóstoles. Así nos lo cuenta: "En último lugar, como a un abortivo, se me apareció también a mí" (1 Cor 15,8)] también nosotros, con san Pablo, podemos afirmar, con toda seguridad, fiándonos de su testimonio y del testimonio de todos los apóstoles y de los primeros cristianos que "Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que durmieron" (1 Cor 15,20), lo que supone una transformación radical de toda nuestra existencia.

Y al afirmar la divinidad de Jesucristo, no puede caber ninguna duda en mi mente respecto a esa afirmación; se posee una seguridad total, que proviene de la fe;  entonces sólo Él merece todo el respeto, obediencia, cariño, gratitud, adoración y credibilidad posibles ...  Insisto: sólo Él. Y si Él ha dicho que somos sus amigos (si hacemos lo que nos manda), [Jn 15,14] es que efectivamente lo somos. Y por un amigo se está dispuesto a dar la vida, igual que Él la dio por nosotros, para salvarnos. Esa seguridad en que Él es Dios y que no hay otro Dios más que Él; y en que, además, es mi amigo, no puede ser una seguridad a medias, sino un convencimiento real por el cual me jugaría la vida, si fuera preciso: se trata de una seguridad absoluta (y de no ser así, no puede hablarse de fe, propiamente dicha). 


La fe se presupone en los cristianos y, con mucha mayor razón, en sus pastores, pues "sin fe es imposible agradar a Dios porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que existe y que premia a los que le buscan" (Heb 11,6). Insistamos en esto:  tanto un verdadero cristiano como un buen pastor deben de tener esa seguridad absoluta, consecuencia de la fe.




 ¿O es que existe acaso
alguien dispuesto a dar su vida por algo en lo que no cree, por algo de lo que no está seguro o  acerca de lo cual tiene algún género de duda? No tendría ningún sentido. Y si esto es así, ¿cómo es posible que un cristiano -y no digamos ya un pastor- hable de "diálogo" con otras religiones? Es un completo sinsentido, a menos que el cristiano o el pastor en cuestión hayan perdido la fe y hayan perdido, por lo tanto, su seguridad en la Palabra de Dios,  que es Jesucristo

[Palabra que podemos conocer a través de la lectura meditada del Nuevo Testamento, rectamente interpretado por la institución papal de casi 2000 años, y contando -por supuesto- con la ayuda del Espíritu Santo, que debemos implorar siempre antes de cada lectura, pues sin esa ayuda no entenderíamos absolutamente nada].

Téngase en cuenta que estoy usando la palabra "diálogo" dándole el sentido que se le da a dicha palabra en la actualidad [aunque no sea su auténtico sentido. Hablaré de ello más adelante]. Me explico. Cuando hoy se habla de diálogo en realidad se quiere decir: Yo cedo en esto y tú cedes en esto otro, hasta llegar a un acuerdo; esto es lo que los políticos llaman consenso. Alguien me dirá: Yo no veo nada malo en ese "diálogo".  Y, en principio, tendría toda la razón del mundo, pero ... ¡y esto es muy importante!: tal "diálogo", entendido como "consenso", está bien SÓLO si se refiere a cuestiones opinables y sobre las que caben opciones distintas, igualmente buenas

Lógicamente, y esto no puede haber nadie mentalmente "sano" que lo ponga en duda,  tal "diálogo", entendido  como consenso, es un absurdo si hace referencia a lo que podríamos llamar  cuestiones "incuestionables" (por llamarlas de alguna manera).  Por ejemplo,  nadie "dialoga" acerca de si  2 +2 = 4, porque todos los "dialogantes" están seguros de que eso es así ... ¡no hay que llegar a ningún "consenso"!, existe completa unanimidad; es más: plantear esa cuestión es, como mínimo, una pérdida de tiempo, pues todos tienen la seguridad absoluta de que dicha proposición 2 + 2 = 4, no admite ningún tipo de discusión.


Resumiendo:  cuando se está completamente seguro de que algo es verdad y, además, no cabe la menor duda acerca de que eso es así y no de otra manera, entonces el diálogo, entendido como "consenso", [que, insisto, es tal como hoy lo entiende todo el mundo], no tiene ningún sentido. Entender esta idea es fundamental.

La objeción surge espontánea: ¡Pues claro que 2 + 2 = 4 (se me dirá), pero es que eso es algo que es evidente para todos! ... y la fe no es, precisamente, evidente.  [Nos estamos refiriendo aquí a la fe en Jesucristo, como verdadero Dios y como verdadero hombre, cuya doctrina se encuentra en el Nuevo Testamento y está fielmente interpretada por la Tradición de veinte siglos de historia].  Porque además, según dice san Pablo, "la fe no es de todos" (2 Tes 3, 2b) ¡... luego el que tiene fe juega con ventaja!  Y tienen mucha razón los que así razonan, pues la seguridad que posee quien tiene fe es superior, incluso, a la que se tiene mediante la evidencia, como después diremos ... Ahora bien: Dios siempre concede esa fe a todos los que lo buscan sinceramente y se la piden de modo insistente: "Pedid y se os dará" (Mt 7,7).  Dios no niega su gracia a nadie. Y nadie puede gloriarse en sí mismo, ni puede presumir de tener fe: "Dios, nuestro Salvador ... nos salvó no por las obras justas que hubiéramos hecho nosotros, sino por su misericordia, por medio del baño de regeneración y renovación del Espíritu Santo, que abundantemente derramó sobre nosotros, por Jesucristo, nuestro Salvador" (Tit 3, 5-6) 


(Continuará)