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jueves, 17 de abril de 2014

Jueves Santo 2014: Vídeo del padre Alfonso Gálvez

Hoy, día de Jueves Santo, celebra la Iglesia tres grandes acontecimientos, pilares básicos de nuestra fe, que son: la institución, por Jesucristo, de la Santa Misa, de la Sagrada Eucaristía y del Sacerdocio, en la noche de la Última Cena.

Se trata de tres grandes misterios sobre los que es preciso hablar sin ningún tipo de ambigüedades, pues hoy se ha desatado una feroz y cruel batalla contra la Misa entendida como el Sacrificio de Cristo en la Cruz, contra  la presencia real de Cristo en la Eucaristía y contra el Sacerdocio Ministerial. 


Las persecuciones actuales, además de ir contra los cristianos (que también), como en los tres primeros siglos del Cristianismo, van dirigidas, sobre todo y básicamente, contra la misma fe. Todo lo que aparezca como sagrado y sobrenatural es perseguido con un odio inmenso, ante la indiferencia de la mayoría de los católicos que, o bien no son conscientes de ello (y viven como si no ocurriera nada) o si son conscientes, miran para otra parte, como si no fuera con ellos. La recomendación de San Pablo a los Romanos, diciéndoles: "si sois conscientes del momento presente, ya es hora de que despertéis del sueño" (Rom 13,11), deberíamos aplicárnosla nosotros mismos, con carácter de urgencia.


Me he tomado la libertad de insertar en este blog un vídeo (1) de la homilía pronunciada por el padre Alfonso Gálvez este mismo día de Jueves Santo, 17 de abril de 2014, porque es de una clarividencia meridiana y no se anda con paños calientes cuando habla, haciéndolo siempre dentro de la máxima fidelidad a la Iglesia Católica, [aunque, eso sí, haciendo un uso adecuado de la razón, como corresponde a seres racionales y libres que somos, creados así por Dios] . Salen a relucir en él, además, otros problemas de actualidad, que son muy graves y que no deben ser ignorados. El vídeo dura 58 minutos pero, como digo, son muchos los temas que aparecen en él. Se puede, por lo tanto, ver y escuchar, en trozos, según el asunto del que trate. Así, por ejemplo, el tema de la infalibilidad papal está tratado desde el minuto 42:10 hasta el 47: 58. Cada uno puede hacer su propia composición, según aquello que más le llegue al alma o sobre aquellos puntos en los que tiene alguna duda. Ciertamente, es imposible tratar cada uno de ellos en profundidad en una sencilla homilía, aunque el tiempo dedicado a ella sea extenso. Pero lo importante es que las conclusiones sí que están claras en cada caso.


El momento en el que nos ha tocado vivir requiere de personas que se tomen muy en serio al Señor, que lo quieran con todo su corazón y con toda su alma, y que no se avergüencen de llevar el nombre de cristianos. Pero para perseverar en la fe es preciso tener las ideas claras, conocer la propia doctrina. Y para ello se necesita de buenos pastores, que hagan presente entre nosotros al mismo Jesucristo. Yo me considero muy afortunado de conocer personalmente a uno de ellos, el padre Alfonso Gálvez, mi amigo del alma. Y por eso quiero compartir este vídeo con los lectores de este blog: conozco a algunos, también amigos míos, y les deseo lo mejor, de todo corazón. Para ver el vídeo pincha aquí  y para escuchar el audio aquí 

(1) Coloco audio y vídeo porque no sé si funcionará bien el enlace del vídeo. Espero que, al menos funcione el del audio. Si no es así se puede ir a la página web www.alfonsogalvez.com y localizar ahí la homilía del jueves, 17 de abril de 2014

Amor y pobreza

Desgraciadamente, la gente (la mayoría de los cristianos) no conoce a Jesús. Y no lo conocen, entre otras cosas, porque no se les predica  toda la Verdad del Evangeliotan solo algunas frases bíblicas, que son siempre las mismas. Se escamotea la Palabra de Dios a los fieles, por parte de muchos de sus pastores, y se les presenta a un Jesús dulzón y almibarado,  procurando esquivar, por ejemplo, todo lo que haga referencia al pecado, que es el verdadero mal y lo que realmente esclaviza: "Os lo aseguro: todo el que comete pecado, es esclavo del pecado" (Jn 8,34). No se le da al pecado la importancia que tiene (si es que se habla de él). Y, sin embargo, el pecado no es ninguna broma. San Pablo le llama "misterio de iniquidad" (2 Tes 2,7), y según San Juan "el que comete pecado ése es del diablo" (1 Jn 3,8). De modo que no es algo que se pueda tomar a la ligera, sino que es algo muy serio. La prueba la tenemos en el hecho de que "nuestro Señor Jesucristo se entregó a Sí mismo por nuestros pecados, para librarnos de este mundo malo" (Gal 1,4). 

¿Tan grave es el pecado que ha sido necesaria la muerte del Señor por causa de él? ¿Tan importantes somos para que Dios haya enviado a su Hijo para salvarnos? Pues parece ser que sí: lo somos. Y lo somos desde el momento en que Él nos ha concedido tanta importancia, amándonos como nadie jamás ha podido amar a otra persona, hasta el extremo de haber dado su Vida para conseguirnos la salvación (una salvación lógicamente supeditada a nuestra libre respuesta amorosa a su llamada).  Viniendo al mundo,  con su vida, ha querido enseñarnos en qué consiste el amor verdadero, el único que merece tal nombre.

Pensemos en algunos detalles concretos; dice San Pablo, por ejemplo, que "nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para que vosotros os  enriquecierais con su pobreza" (2 Cor 8,9):  se hizo pobre por amor a nosotrosdándonos su Vida y haciéndonos así ricos, para que nosotros, a su vez, se lo diéramos todo, haciéndonos igualmente pobres, en correspondencia a su amor. Porque a esto se refiere la pobreza cristiana. La pobreza verdadera, que es la pobreza cristiana, es una virtud; y está íntimamente relacionada con el Amor: lo recibimos todo de Él, lo recibimos a Él mismo, que se nos da por completo. Y luego, en correspondencia, se lo damos todo y nos quedamos sin nada. Esta pobreza en la que nos quedamos es consecuencia del Amor; y esa es la razón por la que la pobreza es una virtud fundamental para el cristiano. Siendo pobres nos identificamos con Jesucristo. Él es nuestro Maestro y nuestro Modelo. (No debemos confundirla con la miseria, con la que no tiene nada que ver, pues ésta [la miseria] es consecuencia del egoísmo de los hombres). 

Como podemos comprobar, una vez más, si no hay bilateralidad no puede haber amor. El amor es siempre cosa de dos. Es conmovedor oir cómo Jesús nos dice, como en susurro:  "Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que Yo os mando" (Jn 15,14). Él llevó su amor por nosotros (¡amor incomprensible e inmerecido por nuestra parte!) hasta el extremo de dar su vida en remisión por nuestros pecados, de modo que pudiéramos estar con Él siempre, por toda la eternidad. "Me amó y se entregó por mí"  (Gal 2,20), decía San Pablo a los gálatas. ¿Por qué no lo amamos también nosotros y nos entregamos por Él? Por eso, nunca se insistirá lo suficiente en el misterio de iniquidad, que es el pecado, y en la necesidad (¡urgente!) de que no nos tomemos la realidad del pecado a la ligera. Nos va en ello la salvación, o lo que es igual, el poder permanecer unidos a Jesús para siempre, amándolo y siendo amados por Él.



Esta tarea no es fácil, pero es apasionante. Jesús nos enseñó lo que tenemos que hacer si queremos salvarnos:  "Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lc 9,23). Y, en conformidad con esto, decía San Pablo: "Yo predico a Cristo y a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, poder y sabiduría de Dios" (1Cor 1,23-24). ¡Siempre la cruz por medio! Por más vueltas que le demos no hay otro camino para salvarnos que el que Jesús nos ha señalado: la puerta estrecha, la negación a uno mismo por amor a Él. Esto siempre ha sido, y seguirá siendo motivo de escándalo ... pero es Palabra de Dios, que sabe más que nosotros, y que nos conoce y nos quiere más de lo que nos queremos y nos conocemos nosotros a nosotros mismos. Nosotros nos podemos engañar. Él nunca nos engaña. Y desea con locura nuestro amor y nuestro bien. ¡Si llegáramos a creernos la realidad de este Amor seríamos felices, realmente felices, ya en este mundo, pese a los sufrimientos, los dolores, las contrariedades, etc. Así han procedido siempre los santos (que han sido las personas más alegres y felices que han existido) y así debe proceder cualquiera que quiera considerarse realmente cristiano y discípulo de Jesucristo.