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viernes, 28 de marzo de 2014

Un año de pontificado del papa Francisco (4 de 7)(Alejandro Sosa Lapida)


4. La ideología homosexualista  [por Alejandro Sosa Laprida]

[Muchos párrafos están abreviados, al objeto de no alargar el artículo más de lo estrictamente necesario. En todo caso, se reflejan la mayoría de las ideas expuestas por el autor, aunque no todas]


Con motivo de una conferencia de prensa dada el 29 de julio de 2013 en el vuelo entre Río de Janeiro y Roma, de regreso de las JMJ, Francisco pronunció la frase siguiente: «Si una persona es gay y busca al Señor con buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgar?» Frase extremadamente ambigua y perturbadora (...) ¿Por qué no haberse apresurado a añadir, para evitar malentendidos, que si bien no se juzga moralmente a la persona que padece esta tendencia, el pasar al acto, en cambio, constituye un comportamiento gravemente desordenado en el plano moral? 
Sorprendentemente no lo hizo, y naturalmente, al día siguiente, la abrumadora mayoría de la prensa mundial intituló el artículo dedicado a la atípica conferencia de prensa pontifical retomando textualmente la pregunta formulada por Francisco. ¿Podrá hablarse de impericia de parte de alguien que domina a la perfección el arte de la comunicación mediática? Resulta difícil creerlo… Y aun cuando así fuera, el contexto exigía eliminar todo riesgo de ambigüedad efectuando inmediatamente las precisiones del casoMas las precisiones jamás llegaron. Ni durante la conferencia de prensa ni después. Ni de su boca, ni de la del servicio de prensa del Vaticano


(…) En la extensa entrevista concedida por Francisco a las revistas culturales jesuitas los días 19, 23 y 29 de agosto de 2013 y publicada en l’Osservatore Romano del 21 de septiembre, el Papa Francisco habría podido dar muestras de claridad acerca de esta espinosa cuestión, cortando por lo sano las polémicas que sus desafortunadas declaraciones habían suscitado y disipando drásticamente la confusión y la inquietud generalizada que habían provocado. Pero no fue eso lo que hizo: «En Buenos Aires recibí cartas de personas homosexuales heridas socialmente porque se sienten desde siempre condenados por la Iglesia. Pero eso no es lo que la Iglesia quiere. Durante el vuelo de regreso desde Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene buena voluntad y está buscando a Dios, yo no soy quien para juzgar. Al decir eso, dije lo que indica el Catecismo [de la Iglesia Católica]. La religión tiene derecho a expresar su opinión al servicio de las personas, pero Dios nos ha creado libres: la injerencia espiritual en la vida de la gente no es posible. Un día alguien me preguntó de manera provocante si yo aprobaba la homosexualidad. Yo le respondí con otra pregunta: ‘‘Dime: Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza condenándola?’’ Siempre hay que considerar a la persona. Entramos aquí en el misterio del hombre. En la vida cotidiana, Dios acompaña a la gente y nosotros debemos acompañarla tomando en cuenta su condición. Hay que acompañar con misericordia. Cuando esto sucede, el Espíritu Santo inspira al sacerdote para que diga la palabra más adecuada.» Habría mucho para decir respecto a estas declaraciones ... excepto que destaquen por su claridad. En aras de la concisión, sólo haré algunas observaciones:

1. Contrariamente a lo que afirma, sus dichos brillan por su ausencia en el Catecismo. En éste se encuentra claramente expuesta la doctrina de la Iglesia (§ 2357 a 2359), precisamente lo que Francisco NO HIZO en la entrevista, durante la cual cultivó la ambigüedad, usó un lenguaje demagógico y añadió aún más confusión.

2. Resulta inconcebible escucharlo decir que «la religión tiene derecho a expresar su opinión al servicio de las personas.» ¿Qué religión? ¿O se trata de las religiones en general? (...)  Lenguaje sorprendente en la boca de quien se encuentra sentado en el trono de San Pedro… ¿Por qué no decir simplemente «la Iglesia»? Y, sobre todo,  corresponde proclamar sin ambages que la Iglesia no expresa de ninguna manera «su opinión». Ella instruye a las naciones, en conformidad con el mandato que recibiera de su Divino Maestro: «Id y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto os he mandado.» (Mt. 28, 19-20)

3. Y a renglón seguido añade: «pero Dios nos ha creado libres: la injerencia espiritual en la vida de la gente no es posible.»  Otra ambigüedad, pero rasgo clásico ya en labios de Francisco… porque si el hombre puede, en virtud de su libre arbitrio, negarse a obedecer a la Iglesia, no es en cambio moralmente libre de hacerlo: la Iglesia ha recibido de Jesucristo el poder de obligar las conciencias de sus fieles (Mt. 18, 15-19). Pretender que «la injerencia espiritual en la vida de la gente no es posible» equivale a divinizar la conciencia individual y a hacer de ella un absoluto. (...)

4. Finalmente, el hecho de responder a una pregunta -¿aprueba la homosexualidad?- con otra pregunta (...) es una respuesta en la que se halla de nuevo la ambigüedad, (...) al no distinguir entre la condenación del pecado y la del pecador, y dando a entender que el hecho de «aprobar la existencia» (¡sic!) del pecador volvería inútil la reprobación que su acto pecaminoso exige. Sin embargo Nuestro Señor nos enseñó a hablar de otro modo: «Que vuestro lenguaje sea sí, sí; no, no; todo el resto proviene del Maligno» (Mt. 5, 37). 

Retomemos nuestra conferencia de prensa aérea, tras la celebración de las JMJ de Río de Janeiro. Francisco agregó que esas personas «no deben ser discriminadas, sino integradas en la sociedad» ... ¿Pero a qué personas hace alusión? ¿A aquellas que sin pudor alguno se proclaman «gay» o a las que, padeciendo sin culpa de su parte la mortificante inclinación contra-natura se esfuerzan meritoriamente por vivir decentemente? Una ambigüedad suplementaria que naturalmente permanecerá sin aclaración vaticana, pero cuya interpretación «progresista» abandonada a los «medios de información masiva» será la que se impondrá masivamente en el imaginario colectivo

Pero a decir verdad, hay algo peor que la recurrente ambigüedad bergogliana presente en esta afirmación (...). Me refiero a que sus palabras no sólo cultivan la ambigüedad, elemento suficiente para cuestionarlas, sino que son pura y simplemente falsas(...) ¿En dónde reside la falsedad? Pues en el hecho de que, incluso en el segundo caso de la disyuntiva, es perfectamente legítimo y razonable efectuar ciertas discriminaciones que, atendiendo al bien común social, marginen a esas personas en determinados contextos. Eso es, por ejemplo, lo que la Iglesia siempre ha hecho en lo tocante al sacerdocio, a la vida religiosa y a la educación de los niños. 

(...) Y así, por ejemplo, los ideólogos de la causa homosexualista, los organizadores de las Gay Pride y los militantes de asociaciones subversivas del estilo de Act-Up, al igual que los acólitos de la secta LGBT, no sólo no tienen derecho a ser «integrados a la sociedad» sino que deberían verse privados de libertad y apartados sin miramientos de la vida social por atentado contra el pudor y corrupción de la juventud. [Lo que evidentemente no ocurre]

Volviendo de nuevo a la conferencia pontifical en pleno vuelo, asistimos pasmados a la prosecución del extraño discurso de Francisco ante un auditorio cautivado por su desarmante espontaneidad y por el tenor altamente mediático de sus palabras: «El problema no es tener esta tendencia, sino de hacer lobying, eso es lo grave, porque todos los lobbies son malos». (...) esta aseveración (...) no resiste el menor análisis (...) Pretender que la homosexualidad no sea algo problemático, sino solamente el hacer «lobbying», es una falacia que contribuye a trivializar la homosexualidad y a volverla aceptable

Finalmente, es preciso afirmar que, contrariamente a lo que sostiene Francisco, ningún lobby es intrínsecamente perverso. Efectivamente, dado que un lobby es «un colectivo que realiza acciones dirigidas a influir ante la administración pública para promover decisiones favorables a los intereses de ese sector concreto de la sociedad» (Wikipedia). Un lobby será bueno en la medida en que combata por causas justas y será malo cuando lo haga por causas inicuas. Así las acciones conducidas por los grupos feministas en favor del aborto son reprobables, mientras que las realizadas por los grupos pro-vida en su lucha contra la legalización de dicho crimen son encomiables [Un lobby malo y un lobby bueno, podríamos decir]

Esas declaraciones del Papa han sembrado confusión entre los católicos y han favorecido objetivamente a los enemigos de Dios, quienes combaten encarnizadamente para que se acepten los supuestos «derechos» de los homosexuales en el interior de la Iglesia y en la sociedad civil. Prueba de ello es que la más influyente publicación de la comunidad LGBT de los Estados Unidos,The Advocate, eligió a Francisco como la «Persona del año2013», deshaciéndose en alabanzas hacia él por su actitud de apertura y de tolerancia hacia los homosexuales. 

(Continuará)

El infierno existe (por Fray Gerundio)


Desde los últimos 40 años, vengo escuchando constantemente el sonsonete teológico de que el infierno no existe. Es algo que se estuvo cociendo en las calderas de los progresistas mucho tiempo, y que llegado el momento encontró en la propia Iglesia un apoyo monumental. No porque quedara derogada la existencia del infierno (eso cree la gente ignorante y los interesados), sino porque de hecho ni se hablaba de él. Claro, de una cosa de la que no se quiere reconocer su existencia, no se habla. Y asunto concluido.

La Iglesia post-conciliar y los teólogos del progrerío más acusado, creían que hablar del infierno iba a mermar su credibilidad y que le iba a salir la cara de madrastra. Ya dijo Juan XXIII que era preferible el bálsamo de la misericordia. Y efectivamente hablar del infierno no es precisamente un bálsamo, sino una amenaza para la tranquilidad de las conciencias de los cristianos. Aparece muchas veces en el Nuevo Testamento, pero eso no tiene importancia. Son añadidos posteriores (dicen ellos), de algunos aguafiestas –que siempre los ha habido en todas las épocas–, para impedir que los cristianos sean felices y vivan la alegría del Evangelio. Y se quedan tan panchos.

Resulta mucho más fácil decir que Dios perdona y que no hay problema. El infierno son los otros, dijo el cínico de Jean Paul Sartre. El infierno no existe, dijeron los teólogos-vividores apóstatas; el infierno está vacío dijeron otros vividores más comedidos… Y así, un manto de silencio cayó sobre este lugar de perdición.

Claro, con estos prolegómenos, vaya usted ahora a decirle algo a los jóvenes que estudian teología o al hombre de la calle, ese que pontifica sobre lo divino y lo humano después de haber leído un artículo de El País o de haber visto un documental sobre el infierno en alguna cadena televisiva, o de haber leído alguna obra de Pagola, o haberse conectado a periodistadigital, o haber asistido a alguna homilía en alguna catedral. Es igual. Se ha decidido que el infierno no existe y no hay más que hablar.

Mis novicios progres se niegan a reconocer su existencia y dicen que la Iglesia en cierto modo ya lo ha declarado de forma definitiva. Bueno, la verdad es que casi tienen razón, porque nadie habla ya de eso.

Sin embargo, la pasada semana recibí una alegría monumental al leer los sermones del Papa Francisco. En este caso, se trataba de una homilía en una parroquia de Roma, en la cual se hacía un homenaje a todas las víctimas de la mafia, esa plaga que durante muchos lustros viene sacudiendo a la sociedad italiana. Vean lo que dijo el Papa:

“Nosotros rezamos por vosotros, convertíos. Os lo pido de rodillas, es por vuestro bien. Esta vida que vivís ahora no os dará placer, no os dará alegría, no os dará felicidad. El poder, el dinero que tenéis ahora, de muchos negocios sucios, de muchos crímenes mafiosos, el dinero ensangrentado, no podréis llevarlo a la otra vida. Convertíos. Todavía tenéis tiempo para no acabar en el infierno. Es lo que os espera si continuáis por este camino.


Tanta alegría me produjo leer y escuchar estas palabras, que inmediatamente llamé a mis novicios para decirles que ya ven que al final tenía yo razón: el infierno sí que existe, al menos ya para los mafiosos, a no ser que todos se hayan arrepentido antes de morir, como muy bien les indica el Pontífice. Por fin el Papa habla del infierno como algo concreto, a donde pueden ir almas concretas. Es lo que siempre dijo la Iglesia, qué caramba.


Mis pobres muchachos estaban al principio desolados, pero me dijeron que estas palabras las tiene que haber dicho el Papa acuciado en estos momentos de dolor ante las familias; que no ha hecho otra cosa que aprovechar una oportunidad para hacer ver la malicia de la Mafia. Yo les hice observar que no creo que haya hablado el Papa por un motivo oportunista, pensando que iba a agradar a sus oyentes y consciente de que eso de que los mafiosos van al infierno, cae bien entre las multitudes de fanáticos ardientes. No le pega al papa Francisco hablar pensando en agradar al auditorio. Pero el caso es que no he podido convencerles de ello y se han largado a su concierto de rock religioso, sin darme la razón.

Luego, al quedarme solo en mi celda, he sopesado sus argumentos y creo que tienen razón mis novicios. Es la primera vez que se hace alusión a que alguien pueda ir a parar al infierno, pero no lo he escuchado hasta ahora referido a los sodomitas, ni tampoco a los políticos corruptos, ni a los gobernantes que han firmado leyes del aborto (sean de sangre real o de sangre plebeya), ni a los mentirosos, ni a los adúlteros, ni a los que destrozan a los jóvenes con sus impurezas, ni a los que niegan a Dios, ni a los blasfemos que pisotean lo más sagrado, ni a los perjuros de toda calaña, ni a tantos otros que han hecho del pecado su bandera y su orgullo, como los que se autotitulan del orgullo gay. Aquellos que decía san Pablo que su Dios era el vientre y su gloria, sus vergüenzas. Por lo visto, ninguno de éstos puede ir al infierno y no merece la pena advertirles de tamaño peligro.

Tengo que concluir que sí; que ha sido una declaración oportunista. Así que he vuelto a ponerme triste de nuevo. Aunque supongo que todos los que tanto proclaman su fidelidad a Francisco, le seguirán inmediatamente y le imitarán con presteza. Estoy seguro de que de aquí a pocos días, los obispos vascos en pleno, advertirán a los terroristas de ETA que si no se arrepienten van a terminar en el infierno. Una declaración en este sentido de los obispos Setién, Uriarte e incluso los pacíficos Iceta o Munilla, sería demostrativa de su fidelidad al Papa. Como lo sería también alguna advertencia cariñosa al mundo gay de que por ese camino acabarán en el infierno, hecha por algún Obispo.

Pero claro, depende de la oportunidad. Como siempre, es oportuno lo que ayuda al oportunismo. Y no es oportuno lo que no es aclamado por las masas tontorronas.

Desde luego, al menos, ya sabemos que el infierno existe y está poblado… aunque de momento sólo por mafiosos. Vamos a ver si se va llenando. Todo se andará.

Me he sumergido en mis oraciones en la celda y he vuelto a repetir aquella oración que antes era orgullo de la Iglesia y que todo niño aprendía bien pronto: También me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia….

¡¡Que lejanas y olvidadas me han resultado estas palabras al recitarlas….!!