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miércoles, 26 de marzo de 2014

Un año de Pontificado del Papa Francisco (2 de 7) (Alejandro Sosa Lapida)


2. La cuestión del judaísmo [por Alejandro Sosa Laprida]

La primera carta oficial de Francisco, enviada el mismo día de su elección, fue dirigida al gran rabino de Roma. Hecho por demás sorprendente. La primera carta de su pontificado ¡enviada a los judíos! Acaso esta decisión habrá obedecido a un imperativo evangelizador apremiante, a saber, una proclamación inequívoca del Evangelio, destinada a curarlos de su tremenda ceguera espiritual, una solemne invitación a que reconozcan por fin a Jesús de Nazareth como a su Mesías y Salvador… 


Pues nada de eso. Francisco evoca la «protección del Altísimo», fórmula convencional y vacía de contenido, destinada a ocultar las divergencias teológicas insalvables que separan a la Iglesia de la Sinagoga, para que sus relaciones avancen «en un espíritu de ayuda mutua y al servicio de un mundo cada vez más en armonía con la voluntad de su Creador.» 



Hay dos preguntas que un lector prevenido no puede dejar de formularse. La primera es la siguiente: ¿Cómo puede concebirse una «ayuda mutua» con un enemigo que no tiene sino un objetivo en mente, a saber, la desaparición del cristianismo, y esto desde hace casi dos mil años? ¿En qué cabeza puede caber el absurdo según el cual los judíos desearían «ayudar» a la Iglesia, fundada según ellos por un impostor, por un falso mesías, el cual constituye el principal obstáculo al advenimiento del que ellos aguardan, y a propósito del cual Nuestro Señor les advirtió: «Yo he venido en nombre de mi Padre y vosotros no me habéis recibido; otro vendrá en su nombre y vosotros lo recibiréis» (Jn., 5, 43). 

... La segunda pregunta que se plantea a propósito de la carta enviada por Francisco al gran rabino de Roma es la siguiente: ¿Cómo puede concebirse que una religión falsa (el judaísmo talmúdico, corrupción del judaísmo veterotestamentario), estructurada en base al rechazo, a la condena y al odio de Jesucristo, pueda estar «al servicio de un mundo cada día más en armonía con la voluntad del Creador»? Tamaño absurdo ... se encuentra naturalmente en perfecta consonancia con la modificación de la plegaria por los judíos del Viernes Santo, que Juan XXIII se apresuró a efectuar en marzo de 1959, apenas cuatro meses después de su elección, suprimiendo los términos «perfidis» y «perfidiam» aplicados a los judíos, y que sería luego suprimida definitivamente del nuevo misal aprobado por Pablo VI en abril de 1969 y promulgado en 1970. He aquí la nueva plegaria que en él figura: «Oremos por los judíos, a quienes Dios habló en primer lugar: que progresen en el amor de su Nombre y en la fidelidad a su Alianza.» Plegaria a propósito de la cual cabría efectuar varias observaciones:

1. No se menciona la necesidad de su conversión a Jesucristo.

2. El término «alianza» insinúa que la «antigua» aún tendría vigor.

3. Todo «progreso» en el amor de alguien implica un amor ya presente; ahora bien, ¿cómo podrían «progresar» en el amor del Padre si niegan al Hijo?

4. ¿Y cómo podrían «progresar» en la «fidelidad a su alianza» si se obstinan en rechazar a Jesucristo, sacerdote perfecto y cordero sin tacha, que ha sellado una Nueva Alianza entre Dios y los hombres al inmolarse en la Cruz?

La conclusión cae por su propio peso: nos encontramos ante una nueva teología que marca una ruptura de fondo con la que había tenido curso en la Iglesia desde sus orígenes hasta Vaticano II y que la antigua plegaria por la conversión de los judíos, eliminada de la liturgia latina, expresaba de manera luminosa: «Oremos igualmente por los judíos, que no han querido creer (perfidis judaeis), a fin de que Dios nuestro Señor quite el velo de sus corazones y que conozcan, ellos también, a Jesucristo nuestro Señor (…) Dios eterno y todopoderoso, que no rehúsas tampoco tu misericordia a la infidelidad judía (judaicam perfidiam), escucha las oraciones que te dirigimos por este pueblo enceguecido; haz que conozcan la luz de la verdad, que es Jesucristo, para que sean liberados de sus tinieblas»

El contraste con la nueva plegaria es pasmoso ... Desgraciadamente, el episodio de la carta enviada por Francisco al rabino de Roma en el día de su elección no habría de quedar en eso. En efecto, doce días más tarde Francisco reincidió enviando una segunda carta al rabino, esta vez con motivo de la pascua judía, dirigiéndole sus «felicitaciones más fervientes por la gran fiesta de Pesaj»



Todo esto no deja de suscitar una pregunta insoslayable: desde una perspectiva católica, ¿cuál puede ser la naturaleza de esas « felicitaciones » con motivo de una celebración en la que se ultraja a Jesucristo, único y verdadero Cordero Pascual inmolado en la Cruz en redención de nuestros pecados? Tales « felicitaciones » no pueden sino confortar a los judíos en su ceguera espiritual y mantenerlos, por lo tanto, alejados de su Mesías y Salvador, lo cual es cuando menos paradójico viniendo de parte de un soberano pontífice… Deseo precisar aquí, para evitar cualquier tipo de malentendido, que de ningún modo ataco a los judíos de manera personal, ya que no me caben dudas de que los hay excelentes personas y que profesan sus creencias con toda buena fe.

Al referirme a los judíos entiendo situarme en el plano de los principios teológicos, el único que es pertinente en esta cuestión. Y en ese terreno se comprueba una enemistad irreductible entre la Iglesia, que busca establecer el reino de Jesucristo en la sociedad, y el Judaísmo talmúdico que habiéndose estructurado en oposición a Jesucristo y a la Iglesia, busca obstaculizar su misión evangelizadora, en total coherencia con su teología, que no le permite ver en Jesús de Nazareth más que a un impostor ... y a un falso Mesías que impide la venida del verdadero, el que ellos aguardan ansiosamente con vistas a restaurar del reino de Israel y a regir las naciones desde Jerusalén convertida en la capital de su reino mesiánico mundial.

...Hecha esta aclaración, volvamos a la carta de Francisco, quien concluye diciendo: «Les pido que recen por mí, y les garantizo mi oración por ustedes, con la confianza de poder profundizar los lazos de estima y de amistad recíproca». ... En buena lógica, si los judíos aceptaran rezar por el papa, cosa inimaginable considerando que su misión se opone diametralmente a la suya, se verían obligados a pedir su apostasía del cristianismo y su conversión al judaísmo. Es decir que Francisco implícitamente les estaría pidiendo nada menos que rezaran por él para que pudiera rechazar a Cristo, ¡tal como lo hacen ellos! ... Y esto sin mencionar los lazos de «amistad recíproca» que Francisco evoca al final de su mensaje, ya que la incoherencia de esta expresión no es menos flagrante que la de la anterior.

Expliquémonos: Un amigo es un alter ego, un otro yo, de lo que se sigue que la verdadera amistad no es viable si los amigos no poseen una correspondencia de pensamientos, de sentimientos y de objetivos que vuelva posible la comunión de las almas. Ahora bien, los pensamientos y la acción de la Iglesia y de la Sinagoga son, como ya lo hemos dicho, diametralmente opuestos, sus proyectos son incompatibles, la oposición que existe entre ellas es radical, de suerte que hasta que los judíos no hayan aceptado a Cristo como a su Mesías y Salvador, la enemistad entre ambas permanecerá irreductible, por razones teológicas evidentes, del mismo modo que lo son la luz y las tinieblas, Dios y Satán, Cristo y el Anticristo…

Con este tipo de deseos entramos de pleno en el terreno de la utopía, de la sensiblería humanista, de la negación de la realidad y, sobre todo, en la falsificación del lenguaje y en la perversión de los conceptos: nos encontramos de lleno en la esfera de la ilusión, de la manipulación intelectual y de la mentira. Mentira de la cual sabemos fehacientemente quien es el padre… Monseñor Jorge Mario Bergoglio, cuando era arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina, tenía ya la muy peculiar costumbre de acudir regularmente a sinagogas para participar en encuentros ecuménicos, el último de los cuales no remonta más allá del 12 de diciembre de 2012, apenas tres meses antes de su elección pontifical, con motivo de la celebración de Hanukkah, la fiesta de las luces, en la cual se enciende cada tarde una vela en un candelabro de nueve brazos durante ocho días consecutivos, liturgia cuyo significado es, desde un punto de vista espiritual, la expansión del culto judío.

El cardenal Bergoglio participó activamente en la ceremonia del quinto día, encendiendo la vela correspondiente. De más está decir que evento semejante no se había producido jamás en la historia de la Iglesia. Y que constituye un hecho altamente perturbador. Aunque no menos inquietante resulta ser el hecho de que este tipo de gestos escandalosos pasen completamente desapercibidos para la inmensa mayoría de los católicos, profundamente aletargados, imbuidos hasta la médula del pensamiento revolucionario que socava la Fe y debilita el sensus fidei de los creyentes, compenetrados de la ideología pluralista, humanista, ecuménica, democrática y derecho-humanista que sus pastores les inculcan sin cesar desde hace más de medio siglo, ideología que es totalmente extraña al depósito de la Revelación y que se ha vuelto el leitmotiv de los discursos oficiales de la jerarquía eclesiástica desde el Vaticano II.

Para concluir este apartado, he aquí un pequeño extracto de lo que Francisco decía a los judíos en otra sinagoga de Buenos Aires, Bnei Tikva Slijot, en septiembre de 2007, durante su participación a la ceremonia de Rosh Hashanah, el año nuevo hebreo: «Hoy, en esta sinagoga, tomamos nuevamente conciencia de ser pueblo en camino (???) y nos ponemos en presencia de Dios. Hacemos un alto en nuestro camino para mirar a Dios y dejarnos contemplar por El». ¿Qué interpretación podrá atribuirse al «nosotros» empleado por Francisco? ¿Qué realidad querrá designar utilizando la palabra «Dios»? En todo caso, habida cuenta del contexto, no podría designar a Dios Padre, pues si no está claro que los judíos no rechazarían al Hijo. En efecto, Nuestro Señor les dijo: «Si Dios fuese vuestro Padre, me amaríais, pues Yo salí y vengo de Dios (Jn 8,42) ... 
Vosotros tenéis por padre al Diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre (Jn 8,44) Quien es de Dios escucha las palabras de Dios; por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios» (Jn. 8,47). 


Hecho de lo más sorprendente: durante su extenso discurso pronunciado en esa sinagoga de la capital argentina, quien en ese entonces no era «sino» Monseñor Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina, no se dignó a pronunciar ni siquiera una vez el Santo Nombre de Jesús