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domingo, 16 de septiembre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO II)

Son muchos los pasajes del Evangelio (tanto de los sinópticos como de San Juan) y del Nuevo Testamento, en los que se pone de manifiesto esta realidad de que la venimos hablando. Y es que Dios, el verdadero Dios, el Único, se ha manifestado al mundo en la Persona de su Hijo, Jesús "nacido de mujer, nacido bajo la Ley" (Gal 4, 4); desde luego Dios supera, con mucho, todo cuanto podamos pensar acerca de Él, pues como dice el profeta Isaías "sus pensamientos no son nuestros pensamientos" (Is 55,8).

Teniendo en cuenta lo dicho anteriormente, y continuando con nuestra línea de investigación, podemos concluir, a la vista de todas las perfecciones divinas encontradas, que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios que es Amor, aunque esta definición, así de rotunda,  no se encuentra en el Antiguo Testamento, como tal; será la que dará el apóstol San Juan (1 Jn 3,3).

Si nos fijamos, cuando Jesús fue preguntado por un doctor de la ley: "Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la Ley?" (Mt 22,36) la respuesta que le dio es una cita textual de un versículo del Deuteronomio: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Mt 22, 37; Dt 6,5). Y aún le contesta más, aunque no se lo hubiera preguntado, citando otro versículo del Levítico: "El segundo es semejante al primero: "Amarás a tu prójimo como a tí mismo" " (Mt 22, 39; Lev 19, 18). Y añade: "De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,40). Esta idea es esencial para poder entender el mensaje de Jesús quien dijo, además, para que no hubiera lugar a dudas acerca de su misión: "No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirla, sino a darle cumplimiento" (Mt 5, 17).

Jesús cumplía la Ley desde muy pequeño: José y María, "cuando cumplieron todas las cosas mandadas en la Ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret" (Lc 2, 39). Y el niño Jesús iba con ellos. "Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y cuando [Jesús] tuvo doce años, subieron a la fiesta, como era costumbre" (Lc 2, 41-42)

Una Ley que seguiría cumpliendo durante toda su vida pública. Siempre que le preguntan, o siempre que actúa, tiene en cuenta la Ley: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees tú?" (Lc 10,26). Y aun cuando Él, que es Señor, no está realmente obligado a pagar los impuestos, "cuando los recaudadores del tributo se acercaron a Pedro y le dijeron: "¿No paga vuestro Maestro la didracma?" respondió Pedro: "Sí" (Mt 17, 24-25)...Jesús le dijo a Pedro: "Vete al mar, echa el anzuelo y el primer pez que pique sujétalo; ábrele la boca y encontrarás un estáter; lo tomas y lo das por mí y por tí" (Mt 17,27).

Cuando Jesús llegó al Jordán para ser bautizado por Juan, éste quería impedírselo, pero Jesús le respondió: "Déjame hacer ahora, pues así es como debemos nosotros cumplir toda justicia" (Mt 4,15).  Y entonces le dejó hacer. Los ejemplos se podrían multiplicar. En todos ellos se pone de manifiesto que Jesús actúa en todo como uno de nosotros, pues es realmente uno de nosotros: es verdadero hombre: "¿No es éste el hijo de José?" (Lc 4,22). Y así es: Jesús pasaba ante todos como "el hijo del carpintero", como un hombre más. Todo esto es cierto.

Y, sin embargo, algo había en Él de extraordinario que lo hacía diferente de los demás hombres; algo que Él manifestaba cuando lo consideraba oportuno. Por ejemplo, cuando Jesús comenzó su vida pública y "entró en la sinagoga el sábado y se levantó para leer... y le entregaron el libro del profeta Isaías, abriendo el libro, encontró el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado para anunciar la redención a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para promulgar el año de gracia del Señor. (Lc 4, 16-19). [Esta cita se encuentra en Is 61, 1-2. Hace referencia al Mesías que los judíos esperaban]. Pues bien, cuando todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él, Jesús les dijo: "Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír" (Lc 4, 21). Como si dijera: el Mesías que esperáis lo tenéis delante de vosotros.

Cuando Juan el Bautista, el Precursor, que estaba en prisión, en un momento de oscuridad, envió a dos de sus discípulos a preguntarle a Jesús si era Él el que había de venir, es decir, si era Él el Mesías o tenían que esperar a otro, Jesús les respondió: "Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados; y bienaventurado quien no se escandalice de Mí" (Lc 7, 22-23).

En otra ocasión, cuando Jesús se quedó dormido en una barca (de agotamiento, pues era un hombre como nosotros y se cansaba) acompañado por sus discípulos, y se levantó una tormenta que hacía zozobrar la barca, éstos se asustaron y lo despertaron. Jesús les echó en cara su poca fe. Y a continuación "increpó a los vientos y al mar y se produjo una gran calma. Admirados, decían aquellos hombres: ¿Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?" (Mt 8, 26-27).

Como vemos, los ejemplos son innumerables, tanto en lo que hacía ["Al atardecer le trajeron muchos endemoniados, y expulsaba a los espíritus con su palabra y curó a todos los que se hallaban enfermos" (Mt 8, 16)]como en lo que decía:["La muchedumbre quedaba admirada de su doctrina, pues les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas" (Mt 8, 29)]. Su palabra era tal que se decían los judíos unos a otros: "¿Qué palabra es ésta que, con potestad y fuerza manda a los espíritus inmundos y salen? (Lc 4,36).

El ministerio de Jesús, como vemos, fue acompañado de grandes prodigios y señales, signos todos ellos de la divinidad de Jesucristo, pues ¿quién ha resucitado jamás a un muerto?  ¿Quién ha podido decir de sí mismo, con verdad, las palabras que pronunció Jesús: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6).? Sólo hay un modo de explicarlo. Y es admitiendo que Jesús es verdadero Dios: el Único, pues no hay otro

Y, sin embargo, siendo esto así, como lo es, "aunque había hecho  tan grandes señales delante de ellos, no creían en Él" (Jn 12, 37). Y no sólo eso: fue precisamente cuando Jesús resucitó a su amigo Lázaro,  el momento en el que los príncipes de los sacerdotes y los fariseos se reunieron en consejo y "desde aquel día decidieron darle muerte" (Jn 11, 53). Es difícil de asimilar, pero así es como ocurrió. Dice el apóstol Marcos que el mismo Jesús, considerando la actitud de los judíos con relación a Él,  "se asombraba de su incredulidad" (Mc 6, 6), como no podía ser de otra manera, porque verdaderamente es como para asombrarse de esta cerrazón de los judíos, aunque es preciso matizar, en el sentido de que estas palabras de Jesús no se aplicaban a todos, ya que  "muchos judíos... al ver lo que [Jesús] hizo, creyeron en Él" (Jn 11, 45); y hubo, además, "muchos de los jefes [que] creyeron en Él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga, pues amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (Jn 12, 42-43).
(Continuará)

lunes, 10 de septiembre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO I)

Recordemos que lo que da fuerza y unidad al Antiguo Testamento es la afirmación de que Dios es el fundamento de toda la creación. Todo cuanto existe fuera de Él no subsiste sino por su Voluntad.  Curiosamente, este Dios, que no tiene comienzo ni fin, que ha creado el mundo y que no puede confundirse con él, se revela a Israel, por propia iniciativa, interviniendo en la historia y estableciendo con este pueblo una Alianza: el pueblo de Israel debe su existencia a la libre elección divina; esta elección divina es, precisamente, la que distingue la religión de Israel de la religión natural (o Teodicea). Y el principal dilema y el centro de la historia bíblica es la aceptación o el rechazo de la relación con Dios por parte del hombre. 

Dicho de otro modo: el Dios de la Alianza influye en la historia. No sólo se cree en Dios como una verdad teorética sino que, sobre todo, se confía en Él como fuerza providente y se cree (con seguridad absoluta) que Él salvará a su pueblo y a todos los hombres, porque su Palabra es omnipotente y creadora: "Dijo Dios: haya luz. Y hubo luz" (Gen 1,3). Dios es Alguien de quien puede uno fiarse siempre. Su Palabra es eficaz: "La Palabra que sale de mi boca no volverá a Mí de vacío, sino que hará lo que Yo quiero, y realizará la misión que le haya confiado" (Is 55,11)

La Biblia va narrando la intervención de Dios en la historia y va señalando los atributos divinos que se revelan en esas actuaciones : Dios es  Uno y no hay otro fuera de Él; ha creado todo cuanto existe; es Eterno, Inmutable,  Inmenso y Todopoderoso. Infinitamente Sabio y Rey del Universo; Presente en todas partes. Es la Verdad, la Bondad y la Belleza, la suma Perfección, la Vida misma. Y no se desentiende de sus criaturas: Providente,  Supremo Legislador, Justo y Misericordioso; es nuestro Salvador y nos ama: somos importantes para Él, cada uno, de un modo personal, singularísimo y único. Sumamente respetuoso con la libertad que nos ha dado (libertad real), espera una respuesta amorosa por nuestra parte.

Conviene no olvidar que todos estos atributos divinos de los que habla la Sagrada Escritura son realmente idénticos a la esencia divina (Dios no sólo es bueno, es la Bondad; no solo es bello, es la Belleza; etc.); y, además, dada la simplicidad divina, son idénticos entre sí: la verdad de Dios es su fidelidad, su bondad, su justicia y su misericordia. Todas las perfecciones que vemos en Dios se identifican realmente con Dios.

Ahora bien: el hombre sólo posee un conocimiento analógico de Dios: "por la grandeza y hermosura de las criaturas, se puede contemplar, por analogía, al que las engendró" (Sab 13,5). De modo que no tiene otro camino para hablar de cómo es Dios si no es enumerando sus perfecciones y usando conceptos humanos limitados; perfecciones que, así concebidas, no pueden ser idénticas al ser divino, ni en nuestro pensamiento ni en su significado objetivo. De ahí la importancia de respetar la ley de la analogía para no convertir los atributos divinos en fórmulas que pretendan explicar qué cosa es Dios. Por ejemplo: es legítimo decir que Dios es infinito, pero la realidad infinita de Dios no es la misma infinitud de los números; y así con todas las demás perfecciones. Dice Santo Tomás de Aquino que de Dios "no podemos saber lo que es, sino más bien lo que no es". (Las ideas expuestas en algunos de los apartados anteriores han sido sacadas del libro Dios Uno y Trino, de Lucas F. Mateo-Seco, págs 67 y 68; en adelante, op. cit)

Pues bien: la Revelación que Dios hace de Sí Mismo tiene un carácter progresivo, al igual que lo tiene la historia de la salvación. Aunque los atributos con que se describe a Dios en el Nuevo Testamento son los mismos con que lo hemos visto descrito en el Antiguo, el Nuevo Testamento va mucho más allá de una simple evolución o desarrollo del concepto de Dios que tienen los judíos. Implica una novedad radical que supera infinitamente todas las revelaciones anteriores, como pronto veremos: "En diversos momentos y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien instituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el universo" ( Heb 1, 1-2). Y estas otras: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley..." (Gal 4, 4)

Estamos ya situados en el Nuevo Testamento y estas palabras del apóstol San Pablo a los hebreos se refieren a Jesús, el hijo de María. Y no se trata de un Dios nuevo. Hay una continuidad, aunque también una novedad radical, como ya se ha dicho, en la que ahondaremos más adelante. Cuando en el Nuevo Testamento se habla de Dios, se está pensando en Yavéh, es decir, en el Dios único y Creador, bendito por los siglos, que se manifestó a Moisés y que habló por medio de los profetas: "Desde la creación del mundo las perfecciones invisibles de Dios -su eterno poder y su divinidad- se han hecho visibles a la inteligencia a través de las cosas creadas" (Rom 1, 20). Véase el parecido con el versículo citado más arriba del libro de la Sabiduría (Sab 13, 5).

Cuando Jesús habla de su Padre, y lo hace en infinidad de ocasiones, como veremos, se refiere siempre al Dios en quien Israel cree y adora, es decir, " el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob" (Mt 22, 32), un Dios al que se dirige de un modo tal que nadie lo había hecho hasta entonces: "Abba, Padre, todo te es posible..." (Mc 14,36), pues abba puede traducirse como "papaíto", indica una profunda intimidad. Leemos en los Hechos de los apóstoles: "El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús" (Hch 3,13). El concepto de Hijo de Dios, aplicado a Jesús, tiene un profundo significado, que iremos desgranando.
 (Continuará)

sábado, 1 de septiembre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS PADRE IV)

Es nuestro Padre: "Tú, Señor, eres nuestro Padre, nuestro Redentor" (Is 63, 16). "Vendrán con llantos, los guiaré entre súplicas, los conduciré a corrientes de agua por camino llano, sin tropiezo, porque YO SOY PADRE para Israel y Efraím es mi primogénito" (Jer 31,9). "Que aprendan, Señor, tus amados HIJOS, que no son los diversos frutos lo que alimenta al hombre, sino que es tu Palabra la que mantiene a los que creen en Tí" (Sab 16, 26). Y actúa como corresponde a un buen padre: "Hijo mío, no rechaces la instrucción del Señor, ni te canses de sus reprensiones, porque el Señor reprende a quien ama, COMO UN PADRE a su hijo amado (Prov 3, 11-12).

Y nos ama: Somos importantes para Dios y tiene cuidado de cada uno de nosotros, como si cada uno fuese el único. Estas son sus palabras:  "No temas, que te he redimido y te he llamado por tu nombre: tú eres mío" (Is 43,1).  "Eres precioso a mis ojos... y te amo... No temas, que Yo estoy contigo" (Is 43, 4-5). "El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre "(Is 49,5). "Con amor eterno te amo, por eso te mantengo mi gracia-dice el Señor" (Jer 31,3). 

Su amor supera infinitamente al que nos pueden dar nuestros padres según la carne, como así se dice expresamente en la Biblia: "Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recogerá"(Sal 27, 10). "¿Puede una mujer olvidarse de su niño de pecho, no compadecerse del hijo de sus entrañas? ¡Pues aunque ellas se olvidaran, Yo no te olvidaré!" (Is 49, 15). Y le preocupan nuestras penas, y nos consuela con un amor indescriptiblemente superior al que podría venirnos de la mejor de las madres: "Como alguien a quien su madre consuela, así Yo os consolaré" (Is 66,13)

Aunque aún hay más. Su Amor hacia nosotros, hacia cada uno, es realmente enamoramiento. Así se desprende de las siguientes expresiones bíblicas, que aunque van, en principio, dirigidas a los habitantes del pueblo de Israel, pueden considerarse dirigidas hacia todos los hombres. El profeta Isaías, refiriéndose al Mesías, el Ungido de Dios, así lo expresa: "Te he puesto para ser luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta los extremos de la tierra" (Is 49,6). De todos modos esto se entenderá mejor a la luz del Nuevo Testamento. 

Pero sigamos leyendo lo que dice la Sagrada Escritura acerca del amor privilegiado de Dios por su pueblo: "El Señor se ha prendado de vosotros y os ha elegido, no porque seáis el pueblo más grande todos los pueblos, puesto que sois el más pequeño, sino que ha sido por el amor del Señor y por su fidelidad a la promesa que hizo a vuestros padres". (Det 7, 7-8) . Y de una manera íntima y personal a cada uno, como si cada uno fuese el único que existe para Él; así nos ama Dios: "Como se alegra el novio con la novia, se deleitará en tí el Señor" (Is 62, 5). "Como azucena entre espinas, así es mi amada entre las muchachas" (Ca 2,2).

Lo más curioso de todo, y lo más incomprensible, algo que sólo podremos comprender con la llegada de Jesús, y siempre que tengamos su gracia, es que también Él (¡Dios!) necesita de mi amor: "¡Levántate, ven, amada mía, hermosa mía, vente!" (Ca 2, 13). "Paloma mía, en los huecos de las peñas, en los escondites de los riscos, muéstrame tu cara, hazme escuchar tu voz: porque tu voz es dulce y tu cara muy bella" (Ca 2, 14). Así es Dios, así se manifiesta ya en el Antiguo Testamento. Esto no se comprenderá en profundidad hasta la venida de Jesucristo. Y es que (no debemos olvidarlo cuando pensemos en Dios):  "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos" (Is 55, 8). Así lo dice el Señor.
(Continuará)