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lunes, 31 de diciembre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO IX)


Recordemos la oración sacerdotal de la Última Cena, en donde Jesús, dirigiéndose a su Padre le dice: "Yo te he glorificado en la tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera. Ahora, Padre, glorifícame Tú con la gloria que tuve junto a Tí antes que el mundo existiera" (Jn 17, 4-5).

Ya ha quedado suficientemente claro, en lo que hemos venido diciendo, que toda la Vida de Jesús fue glorificar a su Padre, llevando a cabo la misión para la que había sido enviado. El Amor de Jesús hacia su Padre ha quedado más que evidente: "Yo hago siempre lo que le agrada" (Jn 8,29). "Yo nada hago por Mï Mismo, sino que hablo lo que me enseñó mi Padre" (Jn 8,28). "Yo hablo lo que he visto en mi Padre"(Jn 8,38)."Yo no busco mi voluntad sino la voluntad del que me envió"(Jn 5,30), etc...

Nos preguntamos ahora si el Padre ama al Hijo de la misma manera. Por supuesto que sí. Tenemos abundantes citas del Nuevo Testamento que nos lo revelan: "El Padre ama al Hijo y lo ha puesto todo en sus manos" (Jn 3,35). "Dios nos ha dado la vida eterna, y esa vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo tiene la vida. Quien no tiene al Hijo, no tiene la Vida de Dios" (1 Jn 5, 11-12). Y en otro lugar: "Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna" (Jn 6,40). Por eso, "todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre"(1 Jn 2,23). Y "el que no honra al Hijo, no honra al Padre, que lo ha enviado" (Jn 5,23). En cambio, "quien confiesa al Hijo también posee al Padre" (1 Jn 2,23). Esa es la razón por la que el Hijo puede decir: "Si me conocierais a Mí conoceríais también a mi Padre" (Jn 8, 19).

Todo esto está en consonancia con lo que Jesús ha dicho en frecuentes ocasiones: "El Padre está en Mí y Yo en el Padre" (Jn 10,38). Por ejemplo, cuando Felipe le dice: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta", Jesús le responde: "Felipe, tanto tiempo como llevo con vosotros, ¿y no me has conocido? El que me ha visto a Mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre? (Jn 14, 8-10).  Y prosigue: "Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en Mï" (Jn 14,11). ¿Hay mayor modo de amar a otro que estar en él? : el Hijo está en el Padre y el Padre está en el Hijo.

Observamos, por una parte, una distinción de Personas: el Padre, que está en el Hijo, y el Hijo, que está en el Padre: Padre e Hijo se relacionan mutuamente y se conocen: "Como el Padre me conoce a Mï, así Yo conozco al Padre" (Jn 10, 15). Es más: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo..." (Mt 11,27; Lc 10,22). Esta relación Padre-Hijo aparece como eterna, anterior al nacimiento de Jesús según la carne: "En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios" (Jn 1,1). De hecho, "a Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios Unigénito, el que está en el seno del Padre, Él mismo nos la ha dado a conocer" (Jn 1,18). Por eso pudo decir a los judíos: "Antes de que Abrahán naciese, Yo soy" (Jn 8,58). Y en la oración sacerdotal: "Ahora, Padre, glorifícame Tú, a tu lado, con la gloria que tuve junto a Tí, antes de que el mundo existiera" (Jn 17,5).

Por otra parte, esta igualdad de conocimiento existente entre Padre e Hijo, esta intimidad tan perfecta entre ambos, nos está hablando, de alguna manera, de un modo misterioso, pero real, de la igualdad de naturaleza de ambas Personas. Así dice San Juan en el prólogo de su Evangelio, refiriéndose al Hijo, el Verbo, que no sólo estaba junto a Dios sino que también  "... el Verbo era Dios" (Jn 1,1). El mismo Jesús así lo expresó cuando dijo: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30).

[¿Cabe amor mayor entre dos personas que la unidad entre ellas? En el lenguaje ordinario cuando dos personas se aman se dicen cosas como: "Me gustaría fundirme contigo y que fuéramos uno". Estos bellos deseos se quedan, ciertamente, sólo en deseos. El amor humano no puede llegar hasta ese extremo. En Dios no sucede así. Realmente el Hijo está en el Padre y el Padre está en el Hijo; y realmente son Uno. Eso sí, sin confusión de Personas: la Persona del Padre es distinta de la Persona del Hijo; y la Persona del Hijo es distinta de la Persona del Padre. Se trata de Personas diferentes, en cuanto Personas. De no ser así, ¿cómo podría darse el Amor en Dios? ... un Amor, por otra parte, que es tan perfecto que, aunque nuestro Dios es único, no es, sin embargo, un Dios solitario. El amor se da siempre entre dos personas. Si en Dios no hubiese una pluralidad de Personas, no podría entenderse cómo es posible que Dios sea Amor, tal y como conocemos por la Revelación. Más adelante iremos ahondando en esta idea (más que idea, Realidad), que es de una importancia vital para todos nosotros, como veremos]

(Continuará)

jueves, 27 de diciembre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO VIII)


[Nota: Cuando comencé a escribir acerca de este tema trascendental y fundamento de toda la vida cristiana, no sabía exactamente el tiempo que me iba a llevar. Pero lo cierto es que, a medida que he ido escribiendo, se me abrían nuevos horizontes. Y me doy cuenta de que hablar de estas cosas me supera, como no podría ser de otra manera... sólo que ahora me doy más cuenta de que eso es así. Eso no significa que no vaya a continuar escribiendo. Lo que quiero decir con esto es que, para no cansar demasiado al posible lector, hablaré paralelamente de otros temas, como en realidad he venido haciendo hasta ahora. El trasfondo seguirá siendo, como en un cuadro, la Santísima Trinidad. Eso sí, sin prisas: son muchas las citas bíblicas; y lleva mucho tiempo escribir sobre este tema. Pero el esfuerzo está más que compensado. Merece la pena estudiar y meditar todo lo que lleve a un mejor conocimiento y amor de Dios, tanto para mí mismo como, así lo espero, también para aquellos que llegaran a leer lo que aquí escribo].

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Efectivamente, los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos (Is 55,8). ¿Quién hubiera sido capaz de imaginar jamás que, en obediencia perfecta a la voluntad de su Padre, el Hijo de Dios iba a entrar en la historia humana, haciéndose uno de nosotros, un niño pequeñito, un bebé, completamente desprotegido y dependiente absolutamente de sus padres, como cualquier otro bebé humano lo es? Tremendo misterio es éste: que el Dios Único, Todopoderoso y Eterno, se nos haya manifestado del modo en que lo hizo, tomando nuestra naturaleza humana y haciéndose realmente un hombre como nosotros, "semejante en todo a nosotros, menos en el pecado" (Heb 4,15).

Un misterio que, como tal, es inexplicable. Si quisiéramos encontrarle alguna "explicación" sólo existe una: el Amor. Su Amor hacia nosotros le llevó a hacer lo que hizo. Esta "explicación", sin embargo, también es incomprensible. ¿Qué necesidad tenía Él de actuar así? La respuesta es: Ninguna. Y, entonces, ¿Por qué actuó del modo en que lo hizo?. Y la respuesta es: Porque así lo decidió libremente, porque quiso, porque le dio la gana, vamos. El Amor tiene sus "razones" que la razón desconoce. En realidad, no hay ninguna razón para el Amor que no sea el Amor mismo. Esto se nos escapa. Y así debe ser. ¿Dónde estaría, si no, el misterio?

Nosotros pensamos en términos de grandeza, de poder, de dinero, de influencias, de fama, de ser reconocidos, etc... En cambio, Jesucristo, que vino con una misión muy clara, de parte de su Padre, nos dijo, hablando de Sí Mismo: "El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos" (Mt 20,28). Ya hemos dicho esto antes, en repetidas ocasiones, pero nunca acabamos de entenderlo del todo, si es que llegamos a entender algo. Decía Jesús:  "Yo no busco mi voluntad sino la voluntad del que me envió" (Jn 5, 30). "He bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de aquel que me ha enviado" ( Jn 6, 38).

Hasta ahora hemos hablado, básicamente, de la relación de Jesús con su Padre. Toda la vida de Jesús hace referencia al Padre: "Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y acabar su obra" (Jn 4,34). "Yo hablo lo que he visto en mi Padre" (Jn 8, 38). Y en otra ocasión: "Yo no he hablado por mí mismo, sino que el Padre, que me envió, Él me ha ordenado lo que tengo que decir y hablar. Y sé que su mandato es Vida Eterna; por tanto, lo que Yo hablo, según me lo ha dicho el Padre, así lo hablo" (Jn 12, 49-50).

Y con relación a la misión que del Padre ha recibido nos dice: "Todo lo que oí de mi Padre os lo he hecho conocer" (Jn 15,15). "El mundo debe conocer que amo al Padre y que obro tal y como me ordenó" (Jn 14,31). Por eso les dice a sus discípulos: "Como el Padre me envió así os envío Yo" (Jn 20,21). La obediencia de Jesús a la voluntad de su Padre fue hasta el extremo, como decía San Pablo: "Fue obediente (a su Padre) hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2, 7-8). O, como el mismo Jesús decía: "¿Acaso no voy a beber el cáliz que el Padre me ha dado" (Jn 18,12). Y sus últimas palabras en la cruz,  refiriéndose a la misión recibida por parte de su Padre, fueron: "Todo está consumado" (Jn 19,30). "Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu" (Lc 23,46)

Por eso, en la oración sacerdotal de la Última Cena, pudo decirle a su Padre: "Yo te he glorificado en la tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera. Ahora, Padre, glorifícame Tú con la gloria que tuve junto a Tí antes que el mundo existiera" (Jn 17, 4-5)
(Continuará)

viernes, 7 de diciembre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO VII)


Recapitulemos brevemente lo dicho hasta ahora, y continuemos con nuestra reflexión en torno a este maravilloso misterio de la Santísima Trinidad. Como ya sabemos…

“En el principio existía el Verbo; y el Verbo estaba con Dios; y el Verbo era Dios” (Jn 1,1). “Todo fue hecho por Él; y sin Él nada se hizo de cuanto ha sido hecho” (Jn 1, 3-4a). Y este Verbo, que es Dios (el Único) y que existe desde el principio y por quien fueron hechas todas las cosas, “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Jesucristo es el Verbo de Dios, encarnado; y “siendo de condición divina… se hizo semejante a los hombres…, haciéndose obediente (a su Padre) hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2, 7-8).

Por eso pudo decir, por una parte: “El Padre y Yo somos uno” (Jn 10,30) y “Antes de que Abraham existiese, Yo soy” (Jn 8,58). Jesucristo, Hijo de Dios Padre, es de la misma naturaleza divina que el Padre y, por lo tanto, es verdaderamente Dios. Pero, por otra parte, tomó también nuestra naturaleza humana como propia, realmente propia, y se hizo verdaderamente hombre, uno de nosotros, “probado en todo igual que nosotros, menos en el pecado” (Heb 4,15). Ambas cosas se dan en Jesús: es verdadero Dios y es verdadero hombre.

La unicidad de Dios no queda mermada en modo alguno, aunque así pudiera parecer a una mirada superficial. Sigue habiendo un único Dios, “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” (Ex 3,15). Pero hay una novedad sumamente importante: es la comprensión de este único Dios la que Jesucristo ha venido a traernos, en obediencia a la voluntad de su Padre. Nuestro conocimiento de Dios se enriquece gracias a la venida de Jesús; y de un modo tal que ninguna mente humana sería capaz de imaginar, puesto que Jesús no es que nos hable de Dios, sin más, sino que Él mismo es Dios: “Felipe, el que me ve a Mí ve al Padre” (Jn 14,9). Así lo afirma también San Juan, quien dice que aunque “a Dios nadie lo ha visto jamás, Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, … nos lo ha dado a conocer” (Jn 1,18).

Decididamente, quedan patentes en Jesucristo las palabras bíblicas, palabras de Dios, en definitiva, cuando dice: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos” (Is 55,8). Jamás persona humana alguna hubiera sido capaz de concebir algo tan sublime, tan grande, tan inefable, tan extraordinario… No cabe en la mente humana que Dios se haga hombre sin dejar de ser Dios, que siendo un solo Dios, se trate, sin embargo, de Personas distintas, una de las cuales, el Hijo, es enviado por la otra, el Padre, con una misión, que a nosotros nos sobrepasa y que conlleva que el propio Hijo tome nuestra naturaleza humana, haciéndose realmente hombre, en cumplimiento de la Voluntad de Su Padre, una Voluntad que es también la Suya propia, porque el Hijo hace siempre aquello que agrada a su Padre (Jn 8,29).

La grandeza de Dios se manifiesta en la debilidad: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado… y lleva por nombre Consejero maravilloso, Dios fuerte,…”(Is 9,5). “Mirad, la virgen está encinta y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel” (Is 7,14), que significa “Dios con nosotros”. Esta profecía de Isaías se cumplió en Jesús, de quien dice el Ángel a María: “Será grande, se llamará Hijo del Altísimo… reinará eternamente… y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 32-33).

¡Imposible, absolutamente imposible la comprensión de este proceder de Dios por ningún ser humano! ¡¿Que Dios, creador de todo cuanto existe, se haga un niño pequeño e indefenso?!... ¡Vamos, eso no se le pasa a nadie por la cabeza, ni se le puede pasar! ¡Eso es una locura! Y, sin embargo, así ocurrió: ¡es la locura de Dios! Lo sabemos porque así nos lo ha revelado el mismo Dios, en la Persona de su Hijo, Jesucristo. Tremendo misterio éste, en el que nos iremos adentrando, poco a poco, …, e iremos descubriendo que se trata, en realidad, de un Misterio de Amor; y descubriremos también que es precisamente este Amor, y sólo este Amor, el Único capaz de dar sentido a nuestras pobres vidas que, ahora, han venido a ser enormemente valiosas porque, para Él, somos importantes.

(Continuará) 

domingo, 25 de noviembre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO VI)


Continuemos hablando de la relación de Jesús con su Padre. Jesucristo tenía una misión que cumplir, una misión que había recibido de su Padre. El cumplimiento de esa misión era lo único que explicaba su presencia en este mundo. Toda su vida terrena no fue sino la puesta en práctica de esa misión: “Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me ha enviado” (Jn 6,38). Y esto hasta tal extremo que no había nada en su vida que no hiciera referencia a su Padre: Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34).

Ya a los 12 años, cuando sus padres le estuvieron buscando durante tres días y, por fin, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles,  a la pregunta de María: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos”, Jesús le respondió: “¿Y por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 48-49)

Jesús entendió su vida como obediencia al mandato que de su Padre había recibido: “Yo no hablo por mí mismo, sino que el Padre, que me envió, Él me ha ordenado lo que tengo que decir y hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Así que, lo que yo hablo, según me lo ha dicho el Padre, así lo hablo” (Jn 12, 49-50), pues “el Hijo no puede hacer nada por Sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre” (Jn 2,16).  Y en otro lugar dice: “Yo hablo lo que he visto en mi Padre” (Jn 8,38). Y también: Nada hago por mí mismo, sino que como el Padre me enseñó así hablo. Y el que me ha enviado está conmigo; no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,28b-29).

Esto no es algo accidental, sino que es de suma importancia; y un punto clave de la existencia cristiana: El mundo debe conocer que amo al Padre y que obro tal y como me ordenó” (Jn 14,31). De ahí que les diga a sus discípulos: Todo lo que oí de mi Padre os lo he hecho conocer” (Jn 15,15). La entrega de Jesús a la voluntad del Padre es total, incluso hasta el sacrificio de su propia vida: “Padre mío, si es posible, aleja de mí este cáliz; pero que no sea como yo quiero, sino como quieres Tú” (Mt 26,39). Se observa aquí la naturaleza humana de Jesús: “Ahora mi alma está turbada; y ¿qué voy a decir?: ‘Padre, líbrame de esta hora?’¡Pero si para ésto he venido a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!” (Jn 12,27-28)

Esa fue la vida de Jesús: el cumplimiento pleno, en sí mismo, de la voluntad de su Padre, con relación a Él. En palabras de Jesús: Yo no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me ha enviado” (Jn 5,30).  Y ese amor de Jesús hacia su Padre, esa búsqueda del cumplimiento de la voluntad de su Padre, no tiene lugar de cualquier manera, como podemos adivinar en sus palabras: “Fuego he venido a traer a la tierra; y ¿qué quiero sino que arda? Tengo que ser bautizado con un bautismo, y ¡qué ansias tengo hasta que se lleve a cabo!" (Lc 12, 49-50). Recordamos aquí también la escena del Templo, cuando Jesús “encontró a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos… y con unas cuerdas hizo un látigo y arrojó a todos del Templo, con las ovejas y los bueyes; tiró las monedas de los cambistas y volcó las mesas. Y les dijo a los que vendían palomas: ‘Quitad esto de aquí: no hagáis de la casa de mi Padre un mercado’. (Jn 2, 13-17)”. Los discípulos de Jesús se acordaron entonces de aquello que está escrito en los salmos: El celo de tu casa me consume (Sal 69,10).

Jesús se tomó muy en serio su misión, haciendo realidad en su propia vida aquello que había dicho a sus discípulos: “Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Sobre la obediencia de Jesús nos habla San Pablo en su carta a los Filipenses: Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y, mostrándose igual que los demás hombres, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2, 5-8).
(Continuará)

jueves, 1 de noviembre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO V)


El Único Dios, cuyo "eterno poder y su divinidad se han hecho visibles a la inteligencia a través de las cosas creadas" (Rom 1, 20); este Dios que "en diversos momentos y de muchos modos habló en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas" (Heb 1, 1-2)... al llegar la plenitud de los tiempos, ENVIÓ A SU HIJO, nacido de mujer, nacido bajo la Ley..." (Gal 4, 4),  es decir, a Jesús.

De modo que, por una parte, Jesús es verdadero hombre, nacido de mujer, hijo de María según la carne [“... bendito es el fruto de tu vientre" (Lc 1,42), le dijo Isabel a María, refiriéndose a Jesús], y considerado "legalmente" como hijo de José: "¿No es éste el hijo de José?" (Lc 4,22), decían los judíos hablando de Jesús; de ahí la expresión nacido bajo la Ley [ya sabemos que José no fue realmente padre de Jesús según la carne, pues entre María y José no hubo relaciones conyugales; José representó ese papel de padre legal de Jesús porque eso fue lo que Dios le pedía; y a ello consagró gustoso toda su vida].

Por otra parte, Jesús es también verdadero Dios: A la pregunta de María dirigida al arcángel Gabriel con respecto al modo en que concebiría a su hijo: "¿De qué modo se hará esto, pues no conozco varón?" (Lc 1,34), el ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre tí y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá Santo será llamado Hijo de Dios...pues para Dios nada hay imposible" (Lc 1, 36-37)Ya hemos visto cómo "... al llegar la plenitud de los tiempos, Dios ENVIÓ A SU HIJO, nacido de mujer, nacido bajo la Ley..." (Gal 4, 4). El que nació de mujer y nació bajo la ley, es decir, Jesús, es también SU HIJO, el que Él nos ha enviado.

El propio Jesús habla, en repetidas ocasiones, de esta misión que ha recibido de su Padre así como de su identidad con el Padre: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30).  "El que me ve a Mí, ve al que me ha enviado" (Jn 12, 45).

Después de saludar a María, el ángel Gabriel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo... reinará eternamente... y su Reino no tendrá fin" (Lc 1, 30-33). Aquí aparece Jesús como hijo de María y como Hijo de Dios

¿Y cómo era la relación de Jesús con su Padre? ¿Qué se lee en el Evangelio?

Cuando San Juan, en su Evangelio, habla del Verbo,  de ese Verbo que estaba junto a Dios y de ese Verbo que era Dios, se está refiriendo precisamente al Hijo, al Hijo de Dios, lo que queda muy claro cuando dice que "... el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad" (Jn 1, 14). Este Verbo que se hizo carne, que habitó entre nosotros y que es Unigénito del Padre es, precisamente, JESÚS.

De modo que, aunque es verdad que "a Dios nadie lo ha visto jamás", sin embargo, "el Dios Unigénito, el que está en el seno del Padre", es decir, Jesucristo, "Él mismo nos lo ha dado a conocer" (Jn 1,18). Esto explica todo lo que era inexplicable para los judíos, por ejemplo, cuando pensaban que Jesús blasfemaba, al decirle al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados", porque "¿quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios" (Mc 2, 5.7). Y tenían razón en lo que estaban pensando... ¡Pero claro, es que... Jesucristo era Dios!
(Continuará)

domingo, 28 de octubre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD(DIOS HIJO IV)


Vemos cómo Jesús se identifica con su Padre: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10, 30). A Felipe le dice: "Tanto tiempo como estoy con vosotros¿ y no me has conocido? El que me ve a Mí ve al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre?" (Jn 14,9). Y poco más adelante: "Creedme que Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí"(Jn 14,11).

En realidad, ésta fue la verdadera causa por la que los judíos querían dar muerte a Jesús, como así se dice expresamente en el Evangelio: "Los judíos buscaban el modo de matarle porque no sólo quebrantaba el sábado sino que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios" (Jn 5,18)

En la oración sacerdotal, Jesús se dirige a su Padre diciéndole: "Padre, glorifícame Tú, a tu lado, con la gloria que tuve junto a Tí, antes que el mundo existiera" (Jn 17,5); en donde pueden apreciarse, al menos, dos cosas: por una parte, la pre-existencia de Jesús (en cuanto que es verdadero Dios) antes de la creación del mundo, en conformidad con aquello que dijo a los judíos, y por lo que quisieron apedrearle: "En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham naciese, Yo soy" (Jn 8,58). Pero, por otra parte, es de notar que Jesús se dirige a su Padre como a Alguien distinto de Él, con quien dialoga: estaba a Su lado, junto a Él.

San Juan, en el prólogo de su Evangelio, relata esto mismo: "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho" (Jn 1, 1-3). En este contexto, el Verbo se refiere al Hijo, antes de venir a este mundo y hacerse hombre, en Jesucristo (verdadero Dios y verdadero hombre). El Dios junto al cual estaba el Verbo (el Verbo estaba junto a Dios) se refiere al Padre (Padre, glorifícame...con la gloria que tuve junto a Tí). Observamos cómo aparecen aquí ya dos Personas distintas, dialogando entre sí, con la peculiaridad de que ambas Personas poseen la Naturaleza Divina. Del Hijo se dice que es Dios, exactamente igual que se dice del Padre; siendo así, como lo es, que sólo hay un único Dios. Esto es algo absolutamente incomprensible, aunque no contradictorio, como veremos. Y es que nos encontramos ante el mayor de todos los Misterios del Cristianismo.
(Continuará)

sábado, 13 de octubre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO III)

En el Nuevo Testamento se observa, como ya se ha dicho,  esta continuidad con el Antiguo Testamento. Cuando le preguntan a Jesús sobre el primer mandamiento contesta con estas palabras: "Escucha, Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor" (Mc 12, 29), que son una cita  expresa del libro del Deuteronomio (Deut 6, 4) y un texto fundamental del Antiguo Testamento sobre la unicidad de Dios. En el Nuevo Testamento (en adelante NT) se reafirma el monoteísmo del Antiguo Testamento (en adelante AT). Además: el Dios del que habla Jesús no sólo es único, sino que es "el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob" (Mc 12, 26); de modo que hay una clara sintonía entre los dos Testamentos. ¿En qué difieren, entonces?

La respuesta la tenemos tanto en las Palabras como en la Vida de Jesús, que no son sólo una confirmación del monoteísmo del AT (que lo son) sino, sobre todo, una PROFUNDIZACIÓN en la realidad de ese único Dios.

Al igual que en el AT, en los escritos del NT se hace repetida profesión de fe en un solo Dios, de quien todo procede y para quien son todas las cosas: "Uno solo es Dios" (1 Tim 2,5); "Aquel para quien y por quien son todas las cosas" (Heb 2, 10); "No hay más Dios que el Dios único" (1 Cor 8, 4), "un solo Dios y padre de todos" (Ef 4,6); " de quien todo procede y para quien somos nosotros" (1 Cor 8, 6); "de Él, por Él y para Él son todas las cosas" (Rom 11,36).  Y los atributos con que se describe a Dios en el NT son los mismos que en el AT: Dios es Único (Mc 12,29), Eterno (Rom 16, 26), Sabio (Rom 16, 27), Todopoderoso (Ap 4,8; Mc 14, 36), Bueno (Mc 10, 18), Santo (Jn 17, 11; 1 Pedr 1, 15) Fiel (1 Cor 1,9; 10,13; 2 Tes 3,3), Creador y Señor (Mt 11,25), Rey (1 Tim 6, 15), etc,.

Sin embargo, estos atributos divinos encuentran una expresión nueva al revelarse en el rostro de Jesucristo. De este Dios, de quien dice San Pablo que "en Él vivimos, nos movemos y existimos" (Hech 17,28); "a quien nadie ha visto jamás" (Jn 1, 18), que es "el Único que es inmortal, [y que] habita en una luz inaccesible; [y] a quien ningún hombre ha visto ni puede ver" (1 Tim 6, 16). Es de este Dios de quien nos dice San Juan, refiriéndose a Jesucristo: "el Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, ése es quien nos lo ha dado a conocer" (Jn 1,18).

Sólo así se entienden algunas expresiones utilizadas por Jesús, expresiones que, de otro modo, no tendrían ningún sentido, como cuando les dijo a los judíos: "En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán naciese, Yo soy" (Jn 8,58). Y cuando Felipe le dice: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta" (Jn 14,8), Jesús le contesta: "Felipe, tanto tiempo como llevo con vosotros, ¿y aún no me has conocido? EL QUE ME VE A MÍ, VE AL PADRE" (Jn 14,9).

El modo en que Jesús llama Padre a Dios no es aplicable a ninguna persona humana, pues refiriéndose a Sí mismo dice: "Todo me lo ha entregado mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y nadie conoce quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo" (Lc 10,22). La relación filial de Jesús con su Padre se encuentra a un nivel distinto y superior del que tienen los demás hombres con Dios. "En esto se manifestó entre nosotros el Amor de Dios: en que DIOS ENVIÓ A SU HIJO UNIGÉNITO al mundo para que recibiéramos por Él la Vida" (1Jn 4,9). Jesús nunca usó la expresión "nuestro Padre", poniendo su filiación al Padre al mismo nivel que la nuestra, sino que, dirigiéndose a nosotros, habló de "vuestro Padre": "¿Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se lo pidan?" (Mt 7, 11). Una distinción que expresa, aún más claramente, cuando dice:"Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" (Jn 20, 17).

Por otra parte, Jesús no se limita a llamar Padre a Dios, sino que afirma ser una misma cosa con Él: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30) . "El Padre está en Mí, y Yo estoy en el Padre" (Jn 10,38). Además, al igual que "Dios [el Padre] es luz y no hay tiniebla alguna en Él" (1 Jn 1,5), también el Hijo es luz, como el Padre: "Yo soy la luz del mundo" (Jn 8,12). "Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que cree en Mí no quede en tinieblas" (Jn 1, 46). 

Dios se nos ha ido revelando paulatinamente a lo largo de la historia de un modo más o menos velado hasta la venida de Jesucristo: "Muchas veces y de diversos modos habló Dios a los padres en otro tiempo por medio de los profetas; últimamente, en estos días, nos ha hablado por su Hijo, a quien ha constituido heredero de todo, por quien hizo también el mundo" (Heb 1, 1-3). O también: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo" (Gal 4, 4).

En todos estos pasajes queda claro, con una claridad meridiana, que Dios se revela plenamente, a Sí Mismo, en su Hijo,  "resplandor de su gloria e impronta de su sustancia" (Heb 1, 3).  Jesús mismo nos lo dice: "Quien me ve a Mí, ve al que me ha enviado" (Jn 12, 45).  En verdad, podemos decir, con San Pablo, aquello de que "ni ojo vio ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman" (1Cor 2,9), y es que "Dios nos ha dado la vida eterna, y esta vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo de Dios tiene la Vida; quien no tiene al Hijo tampoco tiene la Vida (1 Jn 5, 11-12)Para el NT toda la verdad de Dios se condensa en Jesús, quien dice de Sí mismo que "es el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6).

Y, sin embargo, no todos aceptarán esta verdad; sólo  aquéllos a los que se refería Jesús cuando dijo: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien" (Mt 11, 25-26)
(Continuará)

domingo, 16 de septiembre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO II)

Son muchos los pasajes del Evangelio (tanto de los sinópticos como de San Juan) y del Nuevo Testamento, en los que se pone de manifiesto esta realidad de que la venimos hablando. Y es que Dios, el verdadero Dios, el Único, se ha manifestado al mundo en la Persona de su Hijo, Jesús "nacido de mujer, nacido bajo la Ley" (Gal 4, 4); desde luego Dios supera, con mucho, todo cuanto podamos pensar acerca de Él, pues como dice el profeta Isaías "sus pensamientos no son nuestros pensamientos" (Is 55,8).

Teniendo en cuenta lo dicho anteriormente, y continuando con nuestra línea de investigación, podemos concluir, a la vista de todas las perfecciones divinas encontradas, que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios que es Amor, aunque esta definición, así de rotunda,  no se encuentra en el Antiguo Testamento, como tal; será la que dará el apóstol San Juan (1 Jn 3,3).

Si nos fijamos, cuando Jesús fue preguntado por un doctor de la ley: "Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la Ley?" (Mt 22,36) la respuesta que le dio es una cita textual de un versículo del Deuteronomio: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Mt 22, 37; Dt 6,5). Y aún le contesta más, aunque no se lo hubiera preguntado, citando otro versículo del Levítico: "El segundo es semejante al primero: "Amarás a tu prójimo como a tí mismo" " (Mt 22, 39; Lev 19, 18). Y añade: "De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,40). Esta idea es esencial para poder entender el mensaje de Jesús quien dijo, además, para que no hubiera lugar a dudas acerca de su misión: "No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirla, sino a darle cumplimiento" (Mt 5, 17).

Jesús cumplía la Ley desde muy pequeño: José y María, "cuando cumplieron todas las cosas mandadas en la Ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret" (Lc 2, 39). Y el niño Jesús iba con ellos. "Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y cuando [Jesús] tuvo doce años, subieron a la fiesta, como era costumbre" (Lc 2, 41-42)

Una Ley que seguiría cumpliendo durante toda su vida pública. Siempre que le preguntan, o siempre que actúa, tiene en cuenta la Ley: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees tú?" (Lc 10,26). Y aun cuando Él, que es Señor, no está realmente obligado a pagar los impuestos, "cuando los recaudadores del tributo se acercaron a Pedro y le dijeron: "¿No paga vuestro Maestro la didracma?" respondió Pedro: "Sí" (Mt 17, 24-25)...Jesús le dijo a Pedro: "Vete al mar, echa el anzuelo y el primer pez que pique sujétalo; ábrele la boca y encontrarás un estáter; lo tomas y lo das por mí y por tí" (Mt 17,27).

Cuando Jesús llegó al Jordán para ser bautizado por Juan, éste quería impedírselo, pero Jesús le respondió: "Déjame hacer ahora, pues así es como debemos nosotros cumplir toda justicia" (Mt 4,15).  Y entonces le dejó hacer. Los ejemplos se podrían multiplicar. En todos ellos se pone de manifiesto que Jesús actúa en todo como uno de nosotros, pues es realmente uno de nosotros: es verdadero hombre: "¿No es éste el hijo de José?" (Lc 4,22). Y así es: Jesús pasaba ante todos como "el hijo del carpintero", como un hombre más. Todo esto es cierto.

Y, sin embargo, algo había en Él de extraordinario que lo hacía diferente de los demás hombres; algo que Él manifestaba cuando lo consideraba oportuno. Por ejemplo, cuando Jesús comenzó su vida pública y "entró en la sinagoga el sábado y se levantó para leer... y le entregaron el libro del profeta Isaías, abriendo el libro, encontró el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado para anunciar la redención a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para promulgar el año de gracia del Señor. (Lc 4, 16-19). [Esta cita se encuentra en Is 61, 1-2. Hace referencia al Mesías que los judíos esperaban]. Pues bien, cuando todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él, Jesús les dijo: "Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír" (Lc 4, 21). Como si dijera: el Mesías que esperáis lo tenéis delante de vosotros.

Cuando Juan el Bautista, el Precursor, que estaba en prisión, en un momento de oscuridad, envió a dos de sus discípulos a preguntarle a Jesús si era Él el que había de venir, es decir, si era Él el Mesías o tenían que esperar a otro, Jesús les respondió: "Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados; y bienaventurado quien no se escandalice de Mí" (Lc 7, 22-23).

En otra ocasión, cuando Jesús se quedó dormido en una barca (de agotamiento, pues era un hombre como nosotros y se cansaba) acompañado por sus discípulos, y se levantó una tormenta que hacía zozobrar la barca, éstos se asustaron y lo despertaron. Jesús les echó en cara su poca fe. Y a continuación "increpó a los vientos y al mar y se produjo una gran calma. Admirados, decían aquellos hombres: ¿Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?" (Mt 8, 26-27).

Como vemos, los ejemplos son innumerables, tanto en lo que hacía ["Al atardecer le trajeron muchos endemoniados, y expulsaba a los espíritus con su palabra y curó a todos los que se hallaban enfermos" (Mt 8, 16)]como en lo que decía:["La muchedumbre quedaba admirada de su doctrina, pues les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas" (Mt 8, 29)]. Su palabra era tal que se decían los judíos unos a otros: "¿Qué palabra es ésta que, con potestad y fuerza manda a los espíritus inmundos y salen? (Lc 4,36).

El ministerio de Jesús, como vemos, fue acompañado de grandes prodigios y señales, signos todos ellos de la divinidad de Jesucristo, pues ¿quién ha resucitado jamás a un muerto?  ¿Quién ha podido decir de sí mismo, con verdad, las palabras que pronunció Jesús: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6).? Sólo hay un modo de explicarlo. Y es admitiendo que Jesús es verdadero Dios: el Único, pues no hay otro

Y, sin embargo, siendo esto así, como lo es, "aunque había hecho  tan grandes señales delante de ellos, no creían en Él" (Jn 12, 37). Y no sólo eso: fue precisamente cuando Jesús resucitó a su amigo Lázaro,  el momento en el que los príncipes de los sacerdotes y los fariseos se reunieron en consejo y "desde aquel día decidieron darle muerte" (Jn 11, 53). Es difícil de asimilar, pero así es como ocurrió. Dice el apóstol Marcos que el mismo Jesús, considerando la actitud de los judíos con relación a Él,  "se asombraba de su incredulidad" (Mc 6, 6), como no podía ser de otra manera, porque verdaderamente es como para asombrarse de esta cerrazón de los judíos, aunque es preciso matizar, en el sentido de que estas palabras de Jesús no se aplicaban a todos, ya que  "muchos judíos... al ver lo que [Jesús] hizo, creyeron en Él" (Jn 11, 45); y hubo, además, "muchos de los jefes [que] creyeron en Él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga, pues amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (Jn 12, 42-43).
(Continuará)

lunes, 10 de septiembre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO I)

Recordemos que lo que da fuerza y unidad al Antiguo Testamento es la afirmación de que Dios es el fundamento de toda la creación. Todo cuanto existe fuera de Él no subsiste sino por su Voluntad.  Curiosamente, este Dios, que no tiene comienzo ni fin, que ha creado el mundo y que no puede confundirse con él, se revela a Israel, por propia iniciativa, interviniendo en la historia y estableciendo con este pueblo una Alianza: el pueblo de Israel debe su existencia a la libre elección divina; esta elección divina es, precisamente, la que distingue la religión de Israel de la religión natural (o Teodicea). Y el principal dilema y el centro de la historia bíblica es la aceptación o el rechazo de la relación con Dios por parte del hombre. 

Dicho de otro modo: el Dios de la Alianza influye en la historia. No sólo se cree en Dios como una verdad teorética sino que, sobre todo, se confía en Él como fuerza providente y se cree (con seguridad absoluta) que Él salvará a su pueblo y a todos los hombres, porque su Palabra es omnipotente y creadora: "Dijo Dios: haya luz. Y hubo luz" (Gen 1,3). Dios es Alguien de quien puede uno fiarse siempre. Su Palabra es eficaz: "La Palabra que sale de mi boca no volverá a Mí de vacío, sino que hará lo que Yo quiero, y realizará la misión que le haya confiado" (Is 55,11)

La Biblia va narrando la intervención de Dios en la historia y va señalando los atributos divinos que se revelan en esas actuaciones : Dios es  Uno y no hay otro fuera de Él; ha creado todo cuanto existe; es Eterno, Inmutable,  Inmenso y Todopoderoso. Infinitamente Sabio y Rey del Universo; Presente en todas partes. Es la Verdad, la Bondad y la Belleza, la suma Perfección, la Vida misma. Y no se desentiende de sus criaturas: Providente,  Supremo Legislador, Justo y Misericordioso; es nuestro Salvador y nos ama: somos importantes para Él, cada uno, de un modo personal, singularísimo y único. Sumamente respetuoso con la libertad que nos ha dado (libertad real), espera una respuesta amorosa por nuestra parte.

Conviene no olvidar que todos estos atributos divinos de los que habla la Sagrada Escritura son realmente idénticos a la esencia divina (Dios no sólo es bueno, es la Bondad; no solo es bello, es la Belleza; etc.); y, además, dada la simplicidad divina, son idénticos entre sí: la verdad de Dios es su fidelidad, su bondad, su justicia y su misericordia. Todas las perfecciones que vemos en Dios se identifican realmente con Dios.

Ahora bien: el hombre sólo posee un conocimiento analógico de Dios: "por la grandeza y hermosura de las criaturas, se puede contemplar, por analogía, al que las engendró" (Sab 13,5). De modo que no tiene otro camino para hablar de cómo es Dios si no es enumerando sus perfecciones y usando conceptos humanos limitados; perfecciones que, así concebidas, no pueden ser idénticas al ser divino, ni en nuestro pensamiento ni en su significado objetivo. De ahí la importancia de respetar la ley de la analogía para no convertir los atributos divinos en fórmulas que pretendan explicar qué cosa es Dios. Por ejemplo: es legítimo decir que Dios es infinito, pero la realidad infinita de Dios no es la misma infinitud de los números; y así con todas las demás perfecciones. Dice Santo Tomás de Aquino que de Dios "no podemos saber lo que es, sino más bien lo que no es". (Las ideas expuestas en algunos de los apartados anteriores han sido sacadas del libro Dios Uno y Trino, de Lucas F. Mateo-Seco, págs 67 y 68; en adelante, op. cit)

Pues bien: la Revelación que Dios hace de Sí Mismo tiene un carácter progresivo, al igual que lo tiene la historia de la salvación. Aunque los atributos con que se describe a Dios en el Nuevo Testamento son los mismos con que lo hemos visto descrito en el Antiguo, el Nuevo Testamento va mucho más allá de una simple evolución o desarrollo del concepto de Dios que tienen los judíos. Implica una novedad radical que supera infinitamente todas las revelaciones anteriores, como pronto veremos: "En diversos momentos y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien instituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el universo" ( Heb 1, 1-2). Y estas otras: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley..." (Gal 4, 4)

Estamos ya situados en el Nuevo Testamento y estas palabras del apóstol San Pablo a los hebreos se refieren a Jesús, el hijo de María. Y no se trata de un Dios nuevo. Hay una continuidad, aunque también una novedad radical, como ya se ha dicho, en la que ahondaremos más adelante. Cuando en el Nuevo Testamento se habla de Dios, se está pensando en Yavéh, es decir, en el Dios único y Creador, bendito por los siglos, que se manifestó a Moisés y que habló por medio de los profetas: "Desde la creación del mundo las perfecciones invisibles de Dios -su eterno poder y su divinidad- se han hecho visibles a la inteligencia a través de las cosas creadas" (Rom 1, 20). Véase el parecido con el versículo citado más arriba del libro de la Sabiduría (Sab 13, 5).

Cuando Jesús habla de su Padre, y lo hace en infinidad de ocasiones, como veremos, se refiere siempre al Dios en quien Israel cree y adora, es decir, " el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob" (Mt 22, 32), un Dios al que se dirige de un modo tal que nadie lo había hecho hasta entonces: "Abba, Padre, todo te es posible..." (Mc 14,36), pues abba puede traducirse como "papaíto", indica una profunda intimidad. Leemos en los Hechos de los apóstoles: "El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús" (Hch 3,13). El concepto de Hijo de Dios, aplicado a Jesús, tiene un profundo significado, que iremos desgranando.
 (Continuará)

sábado, 1 de septiembre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS PADRE IV)

Es nuestro Padre: "Tú, Señor, eres nuestro Padre, nuestro Redentor" (Is 63, 16). "Vendrán con llantos, los guiaré entre súplicas, los conduciré a corrientes de agua por camino llano, sin tropiezo, porque YO SOY PADRE para Israel y Efraím es mi primogénito" (Jer 31,9). "Que aprendan, Señor, tus amados HIJOS, que no son los diversos frutos lo que alimenta al hombre, sino que es tu Palabra la que mantiene a los que creen en Tí" (Sab 16, 26). Y actúa como corresponde a un buen padre: "Hijo mío, no rechaces la instrucción del Señor, ni te canses de sus reprensiones, porque el Señor reprende a quien ama, COMO UN PADRE a su hijo amado (Prov 3, 11-12).

Y nos ama: Somos importantes para Dios y tiene cuidado de cada uno de nosotros, como si cada uno fuese el único. Estas son sus palabras:  "No temas, que te he redimido y te he llamado por tu nombre: tú eres mío" (Is 43,1).  "Eres precioso a mis ojos... y te amo... No temas, que Yo estoy contigo" (Is 43, 4-5). "El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre "(Is 49,5). "Con amor eterno te amo, por eso te mantengo mi gracia-dice el Señor" (Jer 31,3). 

Su amor supera infinitamente al que nos pueden dar nuestros padres según la carne, como así se dice expresamente en la Biblia: "Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recogerá"(Sal 27, 10). "¿Puede una mujer olvidarse de su niño de pecho, no compadecerse del hijo de sus entrañas? ¡Pues aunque ellas se olvidaran, Yo no te olvidaré!" (Is 49, 15). Y le preocupan nuestras penas, y nos consuela con un amor indescriptiblemente superior al que podría venirnos de la mejor de las madres: "Como alguien a quien su madre consuela, así Yo os consolaré" (Is 66,13)

Aunque aún hay más. Su Amor hacia nosotros, hacia cada uno, es realmente enamoramiento. Así se desprende de las siguientes expresiones bíblicas, que aunque van, en principio, dirigidas a los habitantes del pueblo de Israel, pueden considerarse dirigidas hacia todos los hombres. El profeta Isaías, refiriéndose al Mesías, el Ungido de Dios, así lo expresa: "Te he puesto para ser luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta los extremos de la tierra" (Is 49,6). De todos modos esto se entenderá mejor a la luz del Nuevo Testamento. 

Pero sigamos leyendo lo que dice la Sagrada Escritura acerca del amor privilegiado de Dios por su pueblo: "El Señor se ha prendado de vosotros y os ha elegido, no porque seáis el pueblo más grande todos los pueblos, puesto que sois el más pequeño, sino que ha sido por el amor del Señor y por su fidelidad a la promesa que hizo a vuestros padres". (Det 7, 7-8) . Y de una manera íntima y personal a cada uno, como si cada uno fuese el único que existe para Él; así nos ama Dios: "Como se alegra el novio con la novia, se deleitará en tí el Señor" (Is 62, 5). "Como azucena entre espinas, así es mi amada entre las muchachas" (Ca 2,2).

Lo más curioso de todo, y lo más incomprensible, algo que sólo podremos comprender con la llegada de Jesús, y siempre que tengamos su gracia, es que también Él (¡Dios!) necesita de mi amor: "¡Levántate, ven, amada mía, hermosa mía, vente!" (Ca 2, 13). "Paloma mía, en los huecos de las peñas, en los escondites de los riscos, muéstrame tu cara, hazme escuchar tu voz: porque tu voz es dulce y tu cara muy bella" (Ca 2, 14). Así es Dios, así se manifiesta ya en el Antiguo Testamento. Esto no se comprenderá en profundidad hasta la venida de Jesucristo. Y es que (no debemos olvidarlo cuando pensemos en Dios):  "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos" (Is 55, 8). Así lo dice el Señor.
(Continuará)

domingo, 26 de agosto de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS PADRE III)

Es el Supremo Legislador:"Prestadme atención, pueblo mío, nación mía, prestadme oídos, porque de Mí saldrá la Ley, y estableceré mi derecho para luz de los pueblos". (Is 51,4)."Dichoso el hombre que... se complace en la ley del Señor, y noche y día medita en su ley" (Sal 1, 2).

Todo el salmo 119 es una maravilla con respecto a la importancia de la Ley del Señor y a la felicidad del justo. "Dichosos los que caminan en la Ley del Señor. Dichosos los que guardan sus preceptos y le buscan de todo corazón" (Sal 119, 1-2)

Y así en múltiples versículos entresacados del Antiguo Testamento: "Dichoso el hombre a quien Tú enseñas, Señor, al que le instruyes en tu Ley" (Sal 94, 12) "Los que aman al Señor siguen sus caminos... y quedan llenos de su Ley" (Eclo 2, 18-19) "El que camina según mis preceptos y observa mis normas, obrando con verdad, ése es justo y vivirá" (Ez 18, 9).  "Yo soy el Señor, tu Dios, que te enseña para tu bien, que te guía por el camino que has de seguir" (Is 48, 17)."Guarda las disposiciones del Señor, tu Dios, caminando por sus sendas, cumpliendo sus leyes y sus mandamientos, sus normas y sus juicios, tal como están escritos en la Ley de Moisés, para que tengas éxito en todo lo que hagas y en cualquier parte adonde te dirijas". (1 Re 2, 3)

Es un juez justo: Da a cada uno aquello que le corresponde: "Yo, el Señor, escudriño el corazón, examino las entrañas, para retribuir a cada uno según su conducta, según el fruto de sus obras" (Jer 17, 10). "Sólo de Dios es el juicio" (Sal 75, 8). "Levántate, oh Dios. Juzga la tierra, porque Tú eres el Señor de todas las naciones". (Sal 82, 8)."Él juzga a los pueblos con rectitud" (Sal 96,10) "El Señor es justo y ama la justicia; los rectos verán su rostro" (Sal 11,7):"Tú eres justo, Señor; tus juicios son rectos".(Sal 119,137). "El Señor es justo en todos sus caminos, misericordioso en todas sus acciones" (Sal 145, 17)

Perdona nuestros pecados:  Dije: "Confesaré mis culpas al Señor". Y Tú perdonaste mi culpa y mi pecado" (Sal 32,5) . "El Señor no nos trata según nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas" (Sal 103, 11)." Como se apiada un padre de sus hijos, así el Señor tiene piedad de los que le temen. Pues Él conoce de qué estamos hechos, recuerda que somos polvo" (Sal 103, 13-14).

Todo el salmo 51 es una súplica de purificación del pecado y de renovación del corazón:  "Contra Tí, contra Tí sólo he pecado, y he hecho lo que es malo a tus ojos. Por eso has sido justo en tu sentencia..." (Sal 51, 6). "En culpa nací y en pecado me concibió mi madre" (Sal 51, 7). "Lávame y quedaré más blanco que la nieve" (Sal 51,9) "...Borra todas mis culpas. Crea en mí, Dios mío, un corazón puro" (Sal 51, 11-12). Ciertamente, el Señor, y sólo Él, puede hacerlo: "Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, quedarán blancos como la nieve" (Is 1, 18). "Yo soy quien borra tus delitos por Mí mismo, y no recordaré tus pecados" (Is 43, 25) "... Volveos a Mí y seréis salvos, confines todos de la Tierra. Pues Yo soy Dios y nadie más". (Is 45, 22)

Cuando el Señor perdona, es un perdón real. A todos los efectos es como si no se hubiera cometido: "Si el impío se convierte de todos los pecados que cometió, guarda todos mis preceptos y obra justicia y derecho, ciertamente vivirá, no morirá. No le será recordado ninguno de los delitos que cometió. Vivirá por la justicia que ha practicado" (Ez 18, 21-22). "No quiero la muerte del impío, sino que se convierta de su camino y viva. Convertíos, convertíos de vuestros malos caminos" (Ez 33, 11) "¡Conviérteme y me convertiré!, que Tú eres el Señor, mi Dios. Pues después de extraviarme, me he arrepentido, después de darme cuenta, me golpeé el pecho". (Jer 31, 18-19)

Respeta nuestra libertad,  no se nos impone por la fuerza: "Así habla el Señor: Yo pongo ante vosotros el camino de la vida y el camino de la muerte" (Jer 21,8)."Él ha puesto ante tí fuego y agua; adonde quieras extenderás tu mano. Ante los hombres están la vida y la muerte, el bien y el mal; a cada uno se le dará lo que le plazca" (Eclo 15, 17-18).

Sin embargo, elegimos muchas veces, para nuestra desgracia, el alejarnos del Señor:  "Me dieron la espalda en vez de la cara. Aunque Yo los adoctrinaba sin cesar, ellos no quisieron escuchar para no aceptar la instrucción" (Jer 32,33) "... os habéis apartado de mis preceptos, no los habéis guardado" (Mal 3, 7).

Pero no todo está perdido. De nosotros depende, porque así Él lo ha establecido: "Me invocaréis, vendréis a rezarme y Yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis, si me buscáis de todo corazón. Me dejaré encontrar de vosotros..." (Jer 29, 12-14). "Volveos a Mí y Yo me volveré a vosotros (Mal 3, 7) "... Convertíos y vivid" (Ez 18, 31-32) "... Buscad al Señor mientras se le puede encontrar. Invocarle mientras está cerca. Que el impío deje su camino y el hombre inicuo sus pensamientos; que se convierta al Señor y el Señor se compadecerá de él, porque nuestro Dios es pródigo en perdonar" (Is 55, 6-7)

Es más: cuando nos encontramos abatidos y pensamos que es imposible el cambio y que estamos perdidos, su voz resuena en nuestros oídos y llega hasta nuestro corazón: "No temas, que Yo estoy contigo; no desmayes, que Yo soy tu Dios. Te daré fuerzas, te socorreré, te sostendré con mi diestra vigorosa" (Is 41, 10).Por eso dice el salmista:  "Cuando en mi interior se prodigan inquietudes, tus consuelos solazan mi alma" (Sal 94, 19). Y es que el Señor...

Es misericordioso: "Cuando pienso: "mi pie vacila", tu misericordia, Señor, me sostiene" (Sal 94, 18)."No rechaza para siempre el Señor, porque si aflige, luego se apiada según la riqueza de su misericordia; porque no se goza en humillar ni en afligir a los hijos del hombre" (Lam 3, 32-33)."Qué preciosa es tu misericordia, oh Dios. A la sombra de tus alas se refugian los hijos de Adán". (Sal 36,8). "El Señor es bueno con todos, y su misericordia se extiende a todas sus obras" (Sal 145, 9). "El Señor es paciente  con los hombres y derrama sobre ellos su misericordia" (Ec 18,9). " Su misericordia es eterna" (Sal 136).

" La ternura del Señor no se acaba ni se agota su misericordia" (Lam 3,22). Y llega a extremos conmovedores e incomprensibles, porque verdaderamente le importamos: "Yo mismo buscaré mi rebaño y lo apacentaré" (Ez 34,11). "Yo mismo pastorearé mis ovejas y las haré descansar, dice el Señor Dios. Buscaré a la perdida, haré volver a la descriada, a la que esté herida la vendaré, y curaré a la enferma. Tendré cuidado de la bien nutrida y de la fuerte. Las pastorearé con rectitud". (Ez 34, 15-16). Por eso nos atrevemos a decirle: "Que tu misericordia, Señor, esté sobre nosotros, que hemos puesto en Tí nuestra esperanza" (Sal 32, 22). 
(Continuará)

martes, 21 de agosto de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS PADRE II)

Estamos sacando citas bíblicas en las que se ponen de manifiesto varios de los atributos divinos. Debemos de tener en cuenta que la distinción que hacemos entre la esencia de Dios y sus atributos y la de los diversos atributos entre sí es sólo "virtual" y no es óbice para la absoluta simplicidad de Dios, puesto que cada atributo no designa una parte de la esencia divina, sino toda ella, aunque desde diversos puntos de vista. Dicho lo cual, continuamos con el método utilizado de tomar como referencia las citas del Antiguo Testamento para conocer algunos de los rasgos que nos sirven para conocer un poco cómo es este Dios del que pende toda nuestra existencia.


Hemos hablado ya de Dios como Uno, Creador, Eterno, Salvador y Providente. Veamos ahora algunos aspectos más acerca de Dios, sin olvidar su simplicidad (Usamos el término Dios y Señor como sinónimo de Yahvé):

Dios es inmenso: "Si el cielo y los cielos de los cielos no pueden contenerte ¡cuánto menos este Templo que yo he edificado !" (1Re 8, 27). "Grande es nuestro Señor, de inmenso poder, su inteligencia no tiene límite" (Sal 148, 5) "Él es el más grande, por encima de todas sus obras" (Eclo 43, 30)

Es omnipotente: "Todo cuanto quiere el Señor lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en los abismos" (Sal 135, 6). "Por la palabra del Señor existen sus obras y, según su voluntad, se realizó lo que Él tenía decidido" (Eclo 42,15)." Su poder es maravilloso... su majestad es admirable" (Eclo 43, 31.32) "Él es Único antes de los siglos y por los siglos" (Eclo 42,21). "Por su palabra todo se mantiene en su sitio. Mucho habríamos de decir y no acabaríamos nunca...: "¡Él lo es todo!" (Eclo 43, 28-29). La misericordia de Dios no es una mera manifestación de su bondad y de su amor, sino que al mismo tiempo es señal del poder y de la majestad de Dios: " te apiadas de todos, porque todo lo puedes" (Sab 11, 23)

Es perfecto: encierra en sí las perfecciones de todas las criaturas:... "¿Quién podrá proclamar su grandeza, cómo es Él?... De sus obras sólo contemplamos unas pocas". (Eclo 43, 36)

Lo ve todo: "Las obras de toda carne le están presentes y nada está oculto a sus ojos. Su mirada abarca todos los siglos, y nada es asombroso para Él" (Eclo 39, 24-25) "El Señor mira desde los cielos, ve a todos los hijos de Adán. Desde el lugar de su morada observa a todos los habitantes de la tierra ". (Sal 33, 13-14) "¿Podrá esconderse alguien en escondrijos sin que Yo lo vea? ¿No lleno Yo los cielos y la tierra?" (Jer 22, 23-24) Él contempla hasta los confines de la tierra y ve todo lo que existe bajo el cielo (Job 28, 24)

Es Sabio: "Él modela el corazón de cada uno, conoce a fondo todas sus acciones" (Sal 33, 15) El Saber de Dios nos sobrepasa: "Misterioso es para mí este saber; demasiado elevado, no puedo alcanzarlo" (Sal 139,6) y toda sabiduría tiene en Él su origen: "Toda sabiduría procede del Señor y está eternamente con Él" (Eclo 1,1). "La sabiduría es reflejo de la luz eterna, espejo nítido de la acción de Dios e imagen de su bondad". (Sab 7, 26). "Él escruta el abismo y el corazón de los hombres y penetra todos los secretos" (Eclo 42, 18). "No se le escapa ningún pensamiento, ni una sola palabra le es desconocida" (Eclo 42,20). " de lejos te das cuenta de todos mis pensamientos... conoces todos mis caminos"  (Sal 139, 2.3). " ¡Dios eterno, que conoces lo que está oculto, que sabes todo antes de que suceda...!" (Dan 13, 42).

Es inmutable: "Yo, el Señor, no cambio" (Mal 3, 6). Los cielos y la tierra son obra de tus manos. Ellos perecerán pero Tú permaneces; todos ellos, como ropa, se gastarán... pero TÚ ERES EL MISMO y tus años no tienen fin (Sal 102, 27-28).  [La sabiduría], aun siendo una, todo lo puede; y, sin cambiar en nada, todo lo renueva (Sab 7, 27).

Es Omnipresente (está presente en todas partes): " ¿Adónde podría alejarme de tu espíritu? ¿Adónde huir de tu presencia? Si subo al cielo, allí estás tú ; si bajo hasta los abismos, allí te encuentras" (Sal 139, 7-8) " Señor mío, todas mis ansias te son presentes, no se te oculta mi gemido"(Sal 36, 10)."

Es Rey: "Dios es el Rey de toda la tierra... reina sobre todas las naciones" (Sal 47, 8.9). "Del Señor es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe y los que lo habitan" (Sal 24, 1). "Todos los pueblos contemplan su gloria" (Sal 97,6). "El Señor reina. Vestido está de majestad" (Sal 93,1). "¡Él es el Rey de la Gloria!" (Sal 24, 10)  "Rey poderoso, que ama el derecho...[y que] ha establecido las cosas que son rectas" (Sal 98,4)... "El Señor reina por siempre jamás" (Ex 15,18). "...Es Rey Eterno" (Je 10:10).

Es Bello (es la Belleza misma), origen de toda belleza: "Por la grandeza y hermosura de las criaturas se puede contemplar, por analogía, al que las engendró"(Sab 13, 5). "La sabiduría de Dios [que se identifica con Dios mismo] es más bella que el Sol y que todas las constelaciones"(Sab 7, 29) Majestad y hermosura están en su presencia, potestad y esplendor en su Santuario (Sal 96, 6).

Es Fiel y Veraz (es la Verdad misma). En el Antiguo Testamento verdad y fidelidad aparecen con significados prácticamente idénticos. Yahvé es el que es fiel y veraz, el que cumple siempre lo que ha prometido. Toda su manera de obrar se inspira en la fidelidad a sus promesas:  "Misericordia y Verdad son todos tus caminos" (Tob 3,2). "La fidelidad [verdad] del Señor permanece para siempre" (Sal 117,2) "El Señor es fiel en todas sus palabras y piadoso en todas sus obras" (Sal 145, 14). Por eso " el justo aborrece la palabra mentirosa" (Prov 13, 5) y "El Señor está cerca de los que lo invocan, de cuantos le invocan de verdad" (Sal 145, 18).

Es la Vida misma (es el Viviente por antonomasia; Él está vivo, no hay vida fuera de Él): "En Tí está la fuente de la vida, en tu Luz vemos la luz" (Sal 36, 10). La Sagrada Escritura habla con frecuencia del Dios vivo y de la vida de Dios, con afirmaciones como ésta en las que Él mismo jura por su vida : "Tan verdad como que yo vivo...";  "Vivo Yo..." ;(Nu 14,21); "¡Por mi vida-oráculo del Rey, cuyo Nombre es el Señor...-" (Jer 46, 18)El pueblo de Israel también jura por Dios: "Tan verdad como que Yahvé vive..." En fin, se presenta siempre como Aquel que vive: "... hemos oído la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego" (De 5, 26). "... el ejército del Dios vivo" (1 Sam 17,26). "...desafiar al Dios vivo..." (2 Re 19,4). "Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo" (Sal 42, 3); "...es Dios vivo..." (Je 10:10); "..., Señor, amigo de la vida" (Sab 11, 26)

Es Bueno (es la Bondad misma): "¡Todas las obras del Señor son muy buenas. Todos sus mandatos se cumplen a su tiempo. No hay que decir: ¿Qué es esto? ¿Por qué aquello? Todo se descubrirá a su debido tiempo" (Ec 39, 21). "Estoy seguro de ver la bondad del Señor en la tierra de los vivos" (Sal 27, 13). "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Dan 3, 86) "Señor, tu bondad alcanza hasta los cielos, tu fidelidad hasta las nubes" (Sal 36,6) "Tú, Dios nuestro, eres bueno y fiel, muy paciente y gobiernas todo con misericordia" (Sab 15, 1) "Alabad al Señor, porque el Señor es bueno... es amable" (Sal 135, 3) "Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida" (Sal 23, 6)
(Continuará)