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jueves, 8 de diciembre de 2011

EL SOCIALISMO O LA NUEVA “RELIGIÓN” (III)

Evidentemente, hace falta un consenso; pues de lo contrario la convivencia sería imposible. Para lo cual es necesario relativizar el bien y relativizar la verdad: No hay ningún bien absoluto ni hay ninguna verdad absoluta.Cada uno se fabrica su propio bien y su propia verdad; esto a título individual. Y, a título colectivo, la "verdad" o el "bien" lo decide la mayoría. Debe haber consenso: de ahí que se den unas normas, más o menos arbitrarias (algunas incluso razonables) para hacer posible la coexistencia. Y esas normas son la nueva ley, una ley cambiante según quien esté en el poder.

Podría continuar con la lista de "logros" sociales, entendidos por el socialismo como tales logros, aunque sólo diré algunas palabras acerca de otro "logro" dentro de la llamada política de "igualdad", una política absurda porque no se puede igualar lo que, de por sí, es diferente. Un simple ejemplo, obvio por otra parte, puede servir de aclaración con relación a la famosa "igualdad",  tan proclamada  hoy en día, entre el hombre y la mujer.

Ciertamente, que el hombre y la mujer son iguales, en cuanto que son personas humanas (un auténtico logro, real en este caso, debido a la influencia del cristianismo); y poseen, por lo tanto, la misma dignidad. Pero son diferentes en cuanto a su función, una función que les viene dada por naturaleza (es de tipo genético). La maternidad, sin ir más lejos, es una función de la mujer, exclusiva de ella, una función que la engrandece como persona y que la hace, en cierto sentido, superior al hombre. La mujer no es, en absoluto, el sexo débil. Más bien es lo contrario. ¿Debería sentirse el hombre indiscriminado por no ser mujer? Si lo hiciera, habría que recomendarle un buen psiquiatra.

Darse cuenta de que una mujer es una mujer y de que un hombre es un hombre es algo tan elemental que no se puede acabar de entender cómo tal realidad puede ponerse en duda. Esto es así y no constituye ningún tipo de discriminación, ni hacia el hombre ni hacia la mujer. Sencillamente, son lo que son, porque así han nacido: personas humanas ambos, pero con funciones diferentes. La ideología de género, que está hoy tan en boga, es algo demencial.

El que siendo hombre siente atracción sexual por otros hombres y no por las mujeres, sigue siendo un hombre. Y lo mismo ocurre con las mujeres que sienten atracción sexual hacia otras mujeres y no hacia los hombres: siguen siendo mujeres. Esa atracción es una anomalía, no es normal, no es conforme a su naturaleza, desde un punto de vista objetivo; por supuesto. Aunque lo primero de todo es reconocerla como tal anomalía. Es un grave error el de quien, para defender y promover al homosexual, defiende la homosexualidad como un valor. En este revuelo quienes más salen perdiendo, en realidad, son los propios homosexuales, sobre todo aquellos que, aun con tendencia homosexual, logran dominar, en parte, esa tendencia. Si se declara la homosexualidad como otra forma natural de la sexualidad, sólo se consigue desalentar, como inútil, el esfuerzo de aquellos homosexuales normales que luchan contra esa tendencia desordenada (a la cual reconocen como lo que es).

En la declaración "Persona humana" de la Iglesia (sobre algunas cuestiones de ética sexual) en su número 8 habla de que "las relaciones homosexuales están condenadas en la Sagrada Escritura como graves depravaciones e incluso presentadas como la triste consecuencia de una repulsa de Dios. Este juicio de la escritura no permite concluir que todos los que padecen esta anomalía son del todo responsables, personalmente, de sus manifestaciones; pero atestigua que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y que no pueden recibir aprobación en ningún caso". ¡Ojo, no debemos olvidar que también son gravemente inmorales la fornicación y el adulterio, y estas anomalías (que también lo son) no se refieren a los homosexuales!

El Catecismo enseña que "las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y de la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana" (CIC 2359).

Además, no sólo las personas homosexuales tienen su lucha, sino que esta llamada a la castidad y a la perfección, con su correspondiente lucha, es para todas las personas. También las personas solteras heterosexuales están llamadas a vivir la castidad en la abstinencia; y deben luchar, y a veces muy intensamente, cuando sienten la atracción heterosexual.  Y lo mismo ocurre con las personas casadas cuando se sienten atraídas sexualmente por alguien que no es su cónyuge.

San Pablo no distingue, en ese sentido, entre aquellos que no proceden conforme al querer de Dios, no hace distinciones especiales entre ellos. Todos son culpables: "ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros,..., ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos,.., heredarán el Reino de Dios" (1 Cor 6, 9-10).

La lucha, y la cruz, es para todos, independientemente de cual sea nuestra orientación sexual. Todos tenemos que poner de nuestra parte. Eso no es suficiente, pero sí necesario. Lo decisivo es la gracia de Dios, y sabemos que esa gracia nos nos va a faltar si la pedimos con humildad y confianza en la Palabra de Dios que nos viene revelada en la Biblia y, de un modo más completo, en el Nuevo Testamento:   "Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder soportarla con éxito" (1 Cor 10, 13) .  

Bien, pero ¿qué ocurre, entonces, si somos débiles y caemos en la tentación? Todo está pensado por Aquel que nos conoce y que nos ama y que desea que nos salvemos y que estemos a su lado, el Señor Jesús, quien instituyó el sacramento de la Penitencia, al que podemos acercarnos confiadamente, para recibir el perdón, con la condición de que estemos de verdad arrepentidos y de que luchemos sinceramente contra aquellas tentaciones que pretenden alejarnos de Dios.

Cada persona tiene su cruz, la que Dios le ha dado, aquí y ahora. Si vivimos unidos a Jesucristo y a lo que Él nos enseña a través de la Iglesia Católica, podemos estar absolutamente seguros de que nuestra vida, con todos sus avatares, habrá tenido sentido. Todo habrá merecido la pena. Al fin y al cabo, no lo olvidemos, esta vida es tan solo el comienzo de esa otra vida, junto al Señor, que nunca tendrá fin. "No tenemos aquí morada permanente, sino que vamos en busca de la venidera" (Heb 13,14)

Seamos fieles a la doctrina que enseña la Iglesia. Recordemos aquellas palabras que el Señor dirige a todos: "El que a vosotros oye, a Mí me oye; el que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia; y quien a Mí me desprecia, desprecia al que me ha enviado" (Lc 10, 16). Si rechazamos a la Iglesia, estamos rechazando a Jesucristo. Esto debemos de tenerlo  muy en cuenta y no echarlo en el olvido. Pensemos en las palabras que Jesús le dirigió a San Pedro, el primer Papa: "Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que ates sobre la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates sobre la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16, 19). De ahí la "necesidad" de vivir conforme a las normas que la Iglesia católica nos enseña para no errar en nuestro camino hacia Dios.


Para acabar con el tema de las personas homosexuales, sería conveniente primero que recordáramos estas palabras que el Señor pronunció cuando los judíos intentaban apedrear a una mujer adúltera: "El que de vosotros esté sin pecado, que tire la piedra el primero" (Jn 8,7).  No justificó Jesús el adulterio. De hecho, cuando se fueron todos, sin que ninguno se atreviera a condenarla, y quedaron solos, dijo Jesús a la mujer: "¿Nadie te ha condenado? ... pues tampoco yo te condeno; vete y a partir de ahora no peques más" (Jn 8,11). Jesucristo condena el adulterio pero perdona a la mujer adúltera arrepentida. Ese es el camino a seguir por todos aquellos que somos cristianos, por la gracia de Dios: el reconocimiento de la verdad (por dura que sea), como paso inicial; y luego la comprensión y el perdón.

En el caso concreto de los homosexuales, imagino que habrá muchas asociaciones para ayudar a personas con ese problema. Yo he buscado en Internet y he encontrado una página web que pienso que puede ser útil a personas con esa orientación sexual, con vistas a vivir su castidad y a ser santos, pues la llamada a la santidad es para todos los hombres, "porque ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación" (1 Tes 4, 3) 

Me he extendido demasiado en este punto que, en principio, no había pensado tocar. En todo caso, pienso que viene a cuento con el tema que nos ocupa, aunque de ello seguiremos hablando en otro post.